El país colonizador usualmente usa la fuerza militar para dominar al otro, imponiendo un sistema económico, político, e incluso las costumbres y la religión.
La colonización suele tener como objetivo la explotación de recursos naturales, por ejemplo, los minerales.
Las colonias se someten al dominio de la metrópoli, dejando los intereses de los habitantes originarios en un segundo plano. En cambio, los colonizadores gozan de privilegios sociales (como acceso a puestos de poder) y/o económicos (como menores impuestos).
Este tipo de colonización implica una relación desigual, por lo que suele generar descontentos que derivan en revueltas. Fue por este motivo que América, por ejemplo, terminó independizándose de las metrópolis europeas aproximadamente hacia el siglo XIX.
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