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-El siglo XVIII: La razón y la revolución
Cuántos nombres posibles para el largo, rico, variado, complejo y contradictorio siglo XVIII. El Siglo de la Crítica, lo llamó el filósofo Immanuel Kant, que la llevó a su extremo. Y fue todo él un siglo plagado de filósofos. El Siglo de las Luces, en el que la Razón creyó triunfar definitivamente sobre el oscurantismo de la Religión; pero el resultado, contradictorio hasta el absurdo, fue que los revolucionarios franceses no vacilaron en erigir altares para adorar a la Diosa Razón. Los revolucionarios: es, en efecto, el siglo de la Revolución, en el que triunfan la norteamericana de 1776 y la francesa de 1789: la Gran Revolución Burguesa.
¿El Siglo de la Burguesía, entonces? Sí, pero también el del Despotismo Ilustrado, benévola entelequia en la que por arte de birlibirloque se ha convertido el malévolo Absolutismo de la centuria anterior: el siglo de Catalina de Rusia, y María Teresa de Austria y Federico de Prusia, los amigos de Voltaire. Porque, claro, es también el siglo de Voltaire, cuya cabeza de diablo se ve asomar por todos los recovecos: un filósofo escéptico y sardónico, que pensó sobre todo, escribió sobre todo, influyó sobre todo, y, a fuerza de criticar sin descanso todo el edificio social, alcanzó un reconocimiento social como ningún intelectual había conocido jamás: los déspotas ilustrados, esas fieras, iban a comerle en la mano.
Y es el siglo de la Educación —los enciclopedistas, el revolucionario Emilio de Rousseau—, pero también el de la Reacción: todas esas veleidades fueron condenadas por las autoridades. Inglaterra es ya la primera potencia mundial, aunque las agitaciones de Francia mantengan su protagonismo, y se consolidan Prusia y Rusia, y en América nacen los Estados Unidos. Es el siglo de la Naturaleza, gran inspiradora de los pensadores: la naturaleza era racional, la razón era natural. Un siglo optimista, aunque atroz. Porque es el siglo de la Revolución Industrial. El siglo de las Máquinas (Watt inventó la de vapor, la más preñada de futuro, en 1768), que iban a transformar para siempre —para bien y para mal— las relaciones humanas. Y quizás sea el siglo de una sola máquina: la guillotina, ingenioso mecanismo que de un tajo, en la persona del rey Luis XVI de Francia, le cortó la cabeza a todo el Antiguo Régimen.
Decían los revolucionarios norteamericanos de 1776, en el texto de la Constitución, que el hombre tiene derecho a la búsqueda de la felicidad. Los revolucionarios franceses de 1789, en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, afirmaban los principios que guiaban su causa: la libertad y la igualdad, que, con el añadido de la fraternidad, serían el lema de la República. La mesa estaba servida para el banquete de sangre de las guerras napoleónicas.
Respuesta:
no le entiendo a tu pregunta
Explicación:
lo siento