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RESEÑA DEL TRICOLOR NACIONAL Siendo Presidente de la República el General Eloy Alfaro, el Congreso Nacional de 1900 estableció la Bandera Patria por decreto del 31 de Octubre, que en su artículo segundo dispone: El Pabellón Nacional será, sin alteración alguna, el que adoptó el Ecuador desde que proclamó su independencia, cuyos colores son: amarillo, azul y rojo en listas horizontales, en el orden en que quedan expresados de superior a inferior, debiendo tener la franja amarilla una altitud doble a la de los otros colores. Este decreto legislativo, según reza la historia, fue sancionado por el Ejecutivo el 7 de Noviembre de 1900. EL HIMNO NACIONAL Los autores fueron el poeta ambateño Juan León Mera Martínez (1832-1894) y el músico de origen francés Antonio Neumane (1818-1871), tuvo algunos proyectos de reforma hasta alcanzar su fijación definitiva e intangibilidad. En 1830-1832: El bardo guayaquileño José Joaquín de Olmedo escribe una Canción Nacional (un coro y cuatro estrofas) en homenaje al naciente Estado ecuatoriano. Esta creación sugerida por el Gral. Juan José Flores no fue musicalizada ni tampoco logró difusión. En 1833: Un himno con título de Canción Ecuatoriana (seis estrofas) se publicó en la Gaceta del Gobierno del Ecuador No. 125 del 28 de diciembre. El trabajo señala 1830 como el año de su creación, pero la mayoría de los cronistas no le presta total atención por ser de un autor anónimo. En 1838: Una Canción Nacional (coro y cinco estrofas) aparece incluida en el folleto Poesías del General Flores en su retiro de La Elvira, que publicó la Imprenta del Gobierno. En edición posterior presenta cambios en su tercera estrofa. Aún así, para los historiadores es la segunda Canción Nacional que se conoce.
nayerlisbarros
¡Salve oh Patria, mil veces! ¡Oh Patria! ¡Gloria a ti! Y a tu pecho rebosa gozo y paz, y tu frente radiosa más que el sol contemplamos lucir.
(I) Indignados tus hijos del yugo que te impuso la ibérica audacia, de la injusta y horrenda desgracia que pesaba fatal sobre ti, santa voz a los cielos alzaron, voz de noble y sin par juramento, de vengarte del monstruo sangriento, de romper ese yugo servil.
(II) Los primeros los hijos del suelo que, soberbio; el Pichincha decora te aclamaron por siempre señora y vertieron su sangre por tí. Dios miró y aceptó el holacausto, y esa sangre fue germen fecundo de otros héroes que, atónito, el mundo vio en tu torno a millares surgir.
(III) De estos héroes al brazo de hierro nada tuvo invencible la tierra, y del valle a la altísima sierra se escuchaba el fragor de la lid; tras la lid la victoria volaba, libertad tras el triunfo venía, y al león destrozado se oía, de impotencia y despecho rugir.
(IV) Cedió al fin la fiereza española, y hoy, oh Patria, tu libre existencia es la noble y magnífica herencia que nos dio, el heroísmo feliz; de las manos paternas la hubimos, nadie intente arrancárnosla ahora, ni nuestra ira excitar vengadora quiera, necio o audaz, contra si.
(V) Nadie, oh Patria, lo intente. Las sombras de tus éeroes gloriosos nos miran, y el valor y el orgullo que inspiran son augurios de triunfos por ti. Venga el hierro y el plomo fulmíneo, que a la idea de guerra, y venganza se despierta la heróica pujanza que hizo al fiero español sucumbir.
(VI) Y si nuevas cadenas prepara la injusticia de bárbara suerte, ¡gran Pichincha! prevén tú la muerte de la Patria y sus hijos al fin; hunde al punto en tus hondas entrañas cuando existe en tu tierra: el tirano huelle sólo cenizas y en vano busque rastro de ser junto a ti.
¡Gloria a ti! Y a tu pecho rebosa
gozo y paz, y tu frente radiosa
más que el sol contemplamos lucir.
(I)
Indignados tus hijos del yugo
que te impuso la ibérica audacia,
de la injusta y horrenda desgracia
que pesaba fatal sobre ti,
santa voz a los cielos alzaron,
voz de noble y sin par juramento,
de vengarte del monstruo sangriento,
de romper ese yugo servil.
(II)
Los primeros los hijos del suelo
que, soberbio; el Pichincha decora
te aclamaron por siempre señora
y vertieron su sangre por tí.
Dios miró y aceptó el holacausto,
y esa sangre fue germen fecundo
de otros héroes que, atónito, el mundo
vio en tu torno a millares surgir.
(III)
De estos héroes al brazo de hierro
nada tuvo invencible la tierra,
y del valle a la altísima sierra
se escuchaba el fragor de la lid;
tras la lid la victoria volaba,
libertad tras el triunfo venía,
y al león destrozado se oía,
de impotencia y despecho rugir.
(IV)
Cedió al fin la fiereza española,
y hoy, oh Patria, tu libre existencia
es la noble y magnífica herencia
que nos dio, el heroísmo feliz;
de las manos paternas la hubimos,
nadie intente arrancárnosla ahora,
ni nuestra ira excitar vengadora quiera,
necio o audaz, contra si.
(V)
Nadie, oh Patria, lo intente.
Las sombras de tus éeroes
gloriosos nos miran,
y el valor y el orgullo que inspiran
son augurios de triunfos por ti.
Venga el hierro y el plomo fulmíneo,
que a la idea de guerra, y venganza
se despierta la heróica pujanza
que hizo al fiero español sucumbir.
(VI)
Y si nuevas cadenas prepara
la injusticia de bárbara suerte,
¡gran Pichincha! prevén tú la muerte
de la Patria y sus hijos al fin;
hunde al punto en tus hondas entrañas
cuando existe en tu tierra: el tirano
huelle sólo cenizas y en vano
busque rastro de ser junto a ti.