La adolescencia es de por sí una etapa de experimentación, de desborde, y, luego de la infancia, es el segundo momento de estructuración subjetiva. Cada sujeto debe transitar las vivencias de la época que le toca vivir y los adultos solemos pensar que todo tiempo pasado fue mejor; añoramos ese pasado en el que creíamos que el mundo era un lugar más seguro. Quizás porque desde la adultez nos provoca temor ya haber hecho la experiencia de transitar ese pasaje tan complejo que supone la adolescencia.
En la actualidad, la caída de valores que propicia la sociedad de consumo contemporánea –la era digital de lo instantáneo- duplica el cuestionamiento de los adolescentes al lugar de los padres, al lugar de cualquier autoridad que intente construir un borde para que el límite cumpla su función. Los límites se vuelven difusos o inexistentes y se entrona como único valor posible el exceso del consumo. Alcanza con ver las publicidades donde el recurso a lo “ilimitado”, “sin límites”, “conectado las 24hs”, genera en gran parte del imaginario social la creencia de que tal cosa es posible.
Así pueden ubicarse los comienzos pero resulta más complejo dar cuenta de los finales; la adolescencia comienza luego de la pubertad, alrededor de los doce o trece años pero más impreciso se vuelve marcar su final, extendido en ocasiones hasta más allá de los treinta años. Otro inicio que se pone en juego en la adolescencia es el de la sexualidad, momento traumático de por sí, que supone el encuentro con el otro/mismo del sexo. Tiempo de encuentro y desencuentro con el propio cuerpo y con el cuerpo del otro. Traumático porque para tolerar esa diferencia que supone el inicio de la sexualidad, el uso de alcohol o drogas funciona como un catalizador de la angustia, que facilita acceder al encuentro sexual con el otro.
En la fragilidad que supone la adolescencia en tanto momento de estructuración subjetiva y en el contexto actual en el que el impulso a gozar va en detrimento del esfuerzo de trabajo necesario para sostener cualquier actividad, los adolescentes experimentan con el consumo de alcohol y drogas. El lugar que ocupará para cada uno determinada sustancia responderá a un entramado subjetivo que será pertinente evaluar en cada caso.
Sin embargo, no todos los jóvenes que han consumido o consumen alcohol o drogas tienen un problema de adicción. En las entrevistas de admisión –tanto psicológica como psiquiátrica- se evalúan tales cuestiones a la vez que se oferta un espacio de contención y escucha. La mayoría de las consultas las realizan los padres a partir de lo que ellos creen es algún signo de alerta. En menor proporción son los propios adolescentes los que solicitan ayuda de manera directa.
Cada sujeto trae consigo los signos de su propia historia y de las circunstancias que lo determinan. En el caso de que la consulta inicial de cuenta de la necesidad de comenzar un tratamiento, Fundación Convivir presenta una diversidad de dispositivos en los que se tienen en cuenta las particularidades, las diferencias y los puntos en común de los pacientes.
El trabajo plural e inclusivo es una premisa en los grupos terapéuticos. Allí se escuchan todas las voces con la idea de generar un intercambio enriquecedor favorecido por los profesionales que coordinan el grupo. No se trata de borrar las diferencias o de ponerlas entre paréntesis sino todo lo contrario. Incluir el malestar de cada quien en un espacio de respeto y tolerancia.
La abstinencia no es el punto de inicio ni el objetivo del tratamiento. Es esperable que se logre por añadidura a un trabajo de elaboración psíquica en el que se trata de ubicar las múltiples determinaciones que llevaron a instalar en un sujeto la vulnerabilidad de un consumo problemático. Pero a la vez, cuando el consumo está instalado sin interrupción, el sujeto pierde su libertad por estar ausente de sí mismo y la vía elaborativa se encuentra imposibilitada. Por eso podemos decir que elaboración psíquica y abstinencia suponen un movimiento, una torsión que es siempre dinámica.
Algunos adolescentes requieren el armado de un dispositivo especial que contemple las dificultades, particulares en cada caso, que muchas veces les impide sumarse a un grupo terapéutico. Frente a esa situación se estructura un espacio individual de al menos dos veces por semana con un profesional hasta tanto sea posible trabajar aquellas cuestiones que no le permiten participar del espacio terapéutico grupal.
El tratamiento es integral por lo que cuenta además con un amplio espectro de talleres: taller de música, taller de cine, taller de carpintería, taller de ping pong, taller de fútbol y taller de vóley. Su función es poder recuperar la sociabilidad, el lazo con el otro¿tiempo.¿¿o ¿
Respuesta:
La adolescencia es de por sí una etapa de experimentación, de desborde, y, luego de la infancia, es el segundo momento de estructuración subjetiva. Cada sujeto debe transitar las vivencias de la época que le toca vivir y los adultos solemos pensar que todo tiempo pasado fue mejor; añoramos ese pasado en el que creíamos que el mundo era un lugar más seguro. Quizás porque desde la adultez nos provoca temor ya haber hecho la experiencia de transitar ese pasaje tan complejo que supone la adolescencia.
En la actualidad, la caída de valores que propicia la sociedad de consumo contemporánea –la era digital de lo instantáneo- duplica el cuestionamiento de los adolescentes al lugar de los padres, al lugar de cualquier autoridad que intente construir un borde para que el límite cumpla su función. Los límites se vuelven difusos o inexistentes y se entrona como único valor posible el exceso del consumo. Alcanza con ver las publicidades donde el recurso a lo “ilimitado”, “sin límites”, “conectado las 24hs”, genera en gran parte del imaginario social la creencia de que tal cosa es posible.
Así pueden ubicarse los comienzos pero resulta más complejo dar cuenta de los finales; la adolescencia comienza luego de la pubertad, alrededor de los doce o trece años pero más impreciso se vuelve marcar su final, extendido en ocasiones hasta más allá de los treinta años. Otro inicio que se pone en juego en la adolescencia es el de la sexualidad, momento traumático de por sí, que supone el encuentro con el otro/mismo del sexo. Tiempo de encuentro y desencuentro con el propio cuerpo y con el cuerpo del otro. Traumático porque para tolerar esa diferencia que supone el inicio de la sexualidad, el uso de alcohol o drogas funciona como un catalizador de la angustia, que facilita acceder al encuentro sexual con el otro.
En la fragilidad que supone la adolescencia en tanto momento de estructuración subjetiva y en el contexto actual en el que el impulso a gozar va en detrimento del esfuerzo de trabajo necesario para sostener cualquier actividad, los adolescentes experimentan con el consumo de alcohol y drogas. El lugar que ocupará para cada uno determinada sustancia responderá a un entramado subjetivo que será pertinente evaluar en cada caso.
Sin embargo, no todos los jóvenes que han consumido o consumen alcohol o drogas tienen un problema de adicción. En las entrevistas de admisión –tanto psicológica como psiquiátrica- se evalúan tales cuestiones a la vez que se oferta un espacio de contención y escucha. La mayoría de las consultas las realizan los padres a partir de lo que ellos creen es algún signo de alerta. En menor proporción son los propios adolescentes los que solicitan ayuda de manera directa.
Cada sujeto trae consigo los signos de su propia historia y de las circunstancias que lo determinan. En el caso de que la consulta inicial de cuenta de la necesidad de comenzar un tratamiento, Fundación Convivir presenta una diversidad de dispositivos en los que se tienen en cuenta las particularidades, las diferencias y los puntos en común de los pacientes.
El trabajo plural e inclusivo es una premisa en los grupos terapéuticos. Allí se escuchan todas las voces con la idea de generar un intercambio enriquecedor favorecido por los profesionales que coordinan el grupo. No se trata de borrar las diferencias o de ponerlas entre paréntesis sino todo lo contrario. Incluir el malestar de cada quien en un espacio de respeto y tolerancia.
La abstinencia no es el punto de inicio ni el objetivo del tratamiento. Es esperable que se logre por añadidura a un trabajo de elaboración psíquica en el que se trata de ubicar las múltiples determinaciones que llevaron a instalar en un sujeto la vulnerabilidad de un consumo problemático. Pero a la vez, cuando el consumo está instalado sin interrupción, el sujeto pierde su libertad por estar ausente de sí mismo y la vía elaborativa se encuentra imposibilitada. Por eso podemos decir que elaboración psíquica y abstinencia suponen un movimiento, una torsión que es siempre dinámica.
Algunos adolescentes requieren el armado de un dispositivo especial que contemple las dificultades, particulares en cada caso, que muchas veces les impide sumarse a un grupo terapéutico. Frente a esa situación se estructura un espacio individual de al menos dos veces por semana con un profesional hasta tanto sea posible trabajar aquellas cuestiones que no le permiten participar del espacio terapéutico grupal.
El tratamiento es integral por lo que cuenta además con un amplio espectro de talleres: taller de música, taller de cine, taller de carpintería, taller de ping pong, taller de fútbol y taller de vóley. Su función es poder recuperar la sociabilidad, el lazo con el otro¿tiempo.¿¿o ¿