pobreza y la marginación, de la miseria y las desigualdades sociales, pudiera parecer algo ya históricamente superado. No es así. Lo confirman los millones de pobres a los que me referiré: los involuntarios --pues no han elegido su estado-- y prácticamente perpetuos --sumidos en la trampa que tiende la pobreza--. De los 5.660 millones de humanos que pueblan la Tierra, solo 1.200 millones viven en el hemisferio Norte o desarrollado; el resto lo hacen en países del Tercer Mundo, subdesarrollado: basta recordar el continente africano --Etiopía, Somalia, Ruanda, Chad-- o las grandes áreas de América Latina o Asia --Bangladesh, India--, estados que viven en medio de una pobreza absoluta --personas que carecen de comida y abrigo--.
No obstante, la pobreza y el empobrecimiento también aparecen en bastantes regiones, comarcas y pueblos de occidente; referidos a España, Andalucía o Extremadura son claras manifestaciones.
Sin embargo, a lo largo de estas páginas, cuando hablo de pobreza, entiéndase que me refiero sobre todo al empobrecimiento (capitalista). Generalmente, en los discursos sobre la pobreza, muchos científicos --entre ellos los españoles (cf. Tortosa 1993: 87 ss)-- y políticos aluden a sus formas cuantitativas habituales: determinar el número de pobres, en un momento dado y en una sociedad concreta. Por encima de todo son estudios economicistas. En mi intención no está «medir pobres»: sus aspectos cuantitativos --aunque son imprescindibles para calibrar la gravedad de este problema mundial-- carecen de importancia si no hay, a la vez, cambios cualitativos, intelectuales, sociales y políticos respecto a ellos (1). Incluso cuando se ha aplicado alguna medida, por separado, normalmente se llega al fracaso.
Respuesta:
pobreza y la marginación, de la miseria y las desigualdades sociales, pudiera parecer algo ya históricamente superado. No es así. Lo confirman los millones de pobres a los que me referiré: los involuntarios --pues no han elegido su estado-- y prácticamente perpetuos --sumidos en la trampa que tiende la pobreza--. De los 5.660 millones de humanos que pueblan la Tierra, solo 1.200 millones viven en el hemisferio Norte o desarrollado; el resto lo hacen en países del Tercer Mundo, subdesarrollado: basta recordar el continente africano --Etiopía, Somalia, Ruanda, Chad-- o las grandes áreas de América Latina o Asia --Bangladesh, India--, estados que viven en medio de una pobreza absoluta --personas que carecen de comida y abrigo--.
No obstante, la pobreza y el empobrecimiento también aparecen en bastantes regiones, comarcas y pueblos de occidente; referidos a España, Andalucía o Extremadura son claras manifestaciones.
Sin embargo, a lo largo de estas páginas, cuando hablo de pobreza, entiéndase que me refiero sobre todo al empobrecimiento (capitalista). Generalmente, en los discursos sobre la pobreza, muchos científicos --entre ellos los españoles (cf. Tortosa 1993: 87 ss)-- y políticos aluden a sus formas cuantitativas habituales: determinar el número de pobres, en un momento dado y en una sociedad concreta. Por encima de todo son estudios economicistas. En mi intención no está «medir pobres»: sus aspectos cuantitativos --aunque son imprescindibles para calibrar la gravedad de este problema mundial-- carecen de importancia si no hay, a la vez, cambios cualitativos, intelectuales, sociales y políticos respecto a ellos (1). Incluso cuando se ha aplicado alguna medida, por separado, normalmente se llega al fracaso.
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