La historia como disciplina científica en constante construcción, merece profundas e ineludibles reflexiones en torno a su estudio, metodología, objetivos y, como es el caso de este escrito, de su enseñanza. La historia es heredera de unos ideales decimonónicos, donde legitimar y construir el poder de las fructíferas burguesías del viejo y nuevo continente, se hacía más que nunca inaplazable. Edificar un conjunto de discursos enfocados en el pasado, representaba una de las más valiosas herramientas para los proyectos nacionales que se alzaban en un mundo que intentaba dejar atrás el Antiguo Régimen y que veían en la exaltación de los valores liberales y republicanos, el culmen de su formación como sociedad.
Por lo tanto, en el siglo xix, se vio en la escritura de la historia un “arma” (Moreno, 1999), que defendía la construcción de los Estados-nación. Muchos de los proyectos historiográficos giraban en torno a dicha idea y poco a poco contribuían a fortalecer la “comunidad imaginada” (Anderson, 1993). Algunos, desde territorio europeo, vieron en el historicismo alemán o en el positivismo rankeano unas corrientes metódicas que vivificaban el pasado con “total verdad”, acudiendo al documento como verdadero transmisor de información de un tiempo oculto que esperaba ser recuperado. Humboldt y Von Ranke indicaban que la historia necesitaba acudir a fuentes fidedignas, que debían pasar por una sistemática crítica, donde se demostrara su autenticidad. Ello aseguraría que fuera tangible la voz de la realidad, sin importar cuantos años mediaran entre su escritura y su interpretación (Corcuera de Mancera, 1997).
Explicación:
Espero te sea de ayuda
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estebanbin1983
amiga es una reflexión no un resumen (≧▽≦)
Respuesta:
La historia como disciplina científica en constante construcción, merece profundas e ineludibles reflexiones en torno a su estudio, metodología, objetivos y, como es el caso de este escrito, de su enseñanza. La historia es heredera de unos ideales decimonónicos, donde legitimar y construir el poder de las fructíferas burguesías del viejo y nuevo continente, se hacía más que nunca inaplazable. Edificar un conjunto de discursos enfocados en el pasado, representaba una de las más valiosas herramientas para los proyectos nacionales que se alzaban en un mundo que intentaba dejar atrás el Antiguo Régimen y que veían en la exaltación de los valores liberales y republicanos, el culmen de su formación como sociedad.
Por lo tanto, en el siglo xix, se vio en la escritura de la historia un “arma” (Moreno, 1999), que defendía la construcción de los Estados-nación. Muchos de los proyectos historiográficos giraban en torno a dicha idea y poco a poco contribuían a fortalecer la “comunidad imaginada” (Anderson, 1993). Algunos, desde territorio europeo, vieron en el historicismo alemán o en el positivismo rankeano unas corrientes metódicas que vivificaban el pasado con “total verdad”, acudiendo al documento como verdadero transmisor de información de un tiempo oculto que esperaba ser recuperado. Humboldt y Von Ranke indicaban que la historia necesitaba acudir a fuentes fidedignas, que debían pasar por una sistemática crítica, donde se demostrara su autenticidad. Ello aseguraría que fuera tangible la voz de la realidad, sin importar cuantos años mediaran entre su escritura y su interpretación (Corcuera de Mancera, 1997).
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