Vertían su sangre en defensa de la República, pero no podían elegir a sus magistrados. Fueron la punta de lanza de las conquistas de Roma, pero muchos acabaron arruinados porque el servicio militar les impedía cultivar sus campos. Los plebeyos, que constituían el grueso del ejército, no gozaban de derechos políticos. Hasta que, hartos de esta situación, se enfrentaron a la aristocracia patricia.
Durante los primeros siglos de la República, la política romana estuvo dominada por la lucha entre los plebeyos y los patricios, los aristócratas que controlaban el poder. Esta lucha política y social terminó fijando, según quién escribiera, esas imágenes del patricio tiránico y del no menos tiránico y descarado plebeyo. Algún tiempo después de la caída del último rey de Roma, Tarquinio el Soberbio, la ciudad estaba inmersa en una de las guerras contra sus vecinos que la hicieron famosa como potencia agresora. Entonces, en el año 494 a.C., se asistió a un espectáculo inédito: sus soldados, todos plebeyos, se negaron a combatir bajo las órdenes de los magistrados republicanos, todos patricios, y se retiraron a un monte cercano, para unos el Monte Sacro y para otros el Aventino. Allí hicieron saber de su descontento a los patricios.
Los plebeyos se negaban a luchar y a participar de la vida común si no se les daba franco acceso a las magistraturas desde las que se dirigía la República o, al menos, si no se les permitía nombrar a magistrados para gobernarse a sí mismos. Con esta secesión nació una primera institución: la Asamblea de la plebe. Con el paso de los años, los plebeyos consiguieron que las leyes se pusieran por escrito, para evitar que los magistrados patricios se aprovecharan de que sólo ellos las conocían. Los plebeyos también consiguieron levantar la prohibición que les impedía casarse con patricios. Igualmente, lograron que se constituyeran las primeras asambleas plebeyas, y que las decisiones de los plebeyos también afectaran y obligaran a los patricios. Estas concesiones, que llevaron más de un siglo de lucha y otras dos secesiones conocidas, en 471 y 449 a.C., se plasmaron en una serie de leyes que abrieron resquicios a los plebeyos en el sólido y opaco mundo de la política republicana patricia.
Durante dos mil años, los historiadores han seguido el relato de la pugna entre patricios y plebeyos que hizo Tito Livio, del que hoy sabemos que contiene errores y mistificaciones. Mientras dice que no hubo cónsules plebeyos hasta el siglo IV a.C., los Fastos Consulares (las listas de cónsules que conservaban sus nombres) contienen nombres plebeyos ya en el siglo V a.C. Otras partes de su relato son difíciles de creer: que, por ejemplo, el conflicto fuese algo puramente político, solucionado sin derramamiento de sangre; y no de una vez, sino en un proceso que duró nada más y nada menos que doscientos años. Las concesiones a los plebeyos se realizaron en momentos de extrema necesidad por la existencia de invasiones o guerras muy peligrosas para la supervivencia del propio Estado. En todo caso, la larga duración de esta pugna parece indicar que ni los plebeyos estaban unidos en sus reivindicaciones, ni el recurso a la secesión dio todos los frutos esperados, ni los patricios se opusieron en bloque a conceder derechos a los plebeyos. La formación de una nueva nobleza de patricios y plebeyos enriquecidos cerró el conflicto entre ellos, pero abrió otro que enfrentó a esta nueva clase y los plebeyos pobres
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Vertían su sangre en defensa de la República, pero no podían elegir a sus magistrados. Fueron la punta de lanza de las conquistas de Roma, pero muchos acabaron arruinados porque el servicio militar les impedía cultivar sus campos. Los plebeyos, que constituían el grueso del ejército, no gozaban de derechos políticos. Hasta que, hartos de esta situación, se enfrentaron a la aristocracia patricia.
Durante los primeros siglos de la República, la política romana estuvo dominada por la lucha entre los plebeyos y los patricios, los aristócratas que controlaban el poder. Esta lucha política y social terminó fijando, según quién escribiera, esas imágenes del patricio tiránico y del no menos tiránico y descarado plebeyo. Algún tiempo después de la caída del último rey de Roma, Tarquinio el Soberbio, la ciudad estaba inmersa en una de las guerras contra sus vecinos que la hicieron famosa como potencia agresora. Entonces, en el año 494 a.C., se asistió a un espectáculo inédito: sus soldados, todos plebeyos, se negaron a combatir bajo las órdenes de los magistrados republicanos, todos patricios, y se retiraron a un monte cercano, para unos el Monte Sacro y para otros el Aventino. Allí hicieron saber de su descontento a los patricios.
Los plebeyos se negaban a luchar y a participar de la vida común si no se les daba franco acceso a las magistraturas desde las que se dirigía la República o, al menos, si no se les permitía nombrar a magistrados para gobernarse a sí mismos. Con esta secesión nació una primera institución: la Asamblea de la plebe. Con el paso de los años, los plebeyos consiguieron que las leyes se pusieran por escrito, para evitar que los magistrados patricios se aprovecharan de que sólo ellos las conocían. Los plebeyos también consiguieron levantar la prohibición que les impedía casarse con patricios. Igualmente, lograron que se constituyeran las primeras asambleas plebeyas, y que las decisiones de los plebeyos también afectaran y obligaran a los patricios. Estas concesiones, que llevaron más de un siglo de lucha y otras dos secesiones conocidas, en 471 y 449 a.C., se plasmaron en una serie de leyes que abrieron resquicios a los plebeyos en el sólido y opaco mundo de la política republicana patricia.
Durante dos mil años, los historiadores han seguido el relato de la pugna entre patricios y plebeyos que hizo Tito Livio, del que hoy sabemos que contiene errores y mistificaciones. Mientras dice que no hubo cónsules plebeyos hasta el siglo IV a.C., los Fastos Consulares (las listas de cónsules que conservaban sus nombres) contienen nombres plebeyos ya en el siglo V a.C. Otras partes de su relato son difíciles de creer: que, por ejemplo, el conflicto fuese algo puramente político, solucionado sin derramamiento de sangre; y no de una vez, sino en un proceso que duró nada más y nada menos que doscientos años. Las concesiones a los plebeyos se realizaron en momentos de extrema necesidad por la existencia de invasiones o guerras muy peligrosas para la supervivencia del propio Estado. En todo caso, la larga duración de esta pugna parece indicar que ni los plebeyos estaban unidos en sus reivindicaciones, ni el recurso a la secesión dio todos los frutos esperados, ni los patricios se opusieron en bloque a conceder derechos a los plebeyos. La formación de una nueva nobleza de patricios y plebeyos enriquecidos cerró el conflicto entre ellos, pero abrió otro que enfrentó a esta nueva clase y los plebeyos pobres
espero te sirva