mariahoney12
Un día el Rey de España miraba hacia el horizonte desde una ventana en su palacio de Madrid y fue preguntado qué es lo que buscaba encontrar y éste respondió: “Estoy viendo si ya se pueden divisar las torres de San Francisco de Quito que, por el oro que me cuestan, deben ya llegar al cielo”.
La historia de Cantuña se conoce gracias a Juan de Velasco que la describe en sus libros ‘Historia General del Reino de Quito’ e ‘Historia Moderna del Reino de Quito y Crónica de la Compañía de Jesús del mismo Reino’. Rumiñahui llegó a Quito a esconder los tesoros que restaban luego de pagar el rescate de Atahualpa. Los españoles le pisaban los talones y debió huir. En su prisa, encargó la tarea a los jefes locales y, uno de ellos, fue Gualpa, padre de Cantuña.
La ciudad fue incendiada y Cantuña, aún niño, quedó atrapado en un cerco de fuego y se quemó gravemente. Su padre murió en los enfrentamientos con los conquistadores; sin embargo, el niño lo había ayudado a esconder el oro. Cantuña quedó deformado, tanto que la gente lo rechazaba por su desagradable aspecto.
Así vivió por algunos años, hasta que un capitán español de apellido Juárez decidió recogerlo para su servicio. El joven resultó un excepcional ayudante y se ganó el afecto de su amo, que llegó a quererlo como a un hijo
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XimenaNavarrete18
Según la vieja leyenda quiteña, en la época de la Colonia existió un indio llamado Cantuña. Él era un buen trabajador de la construcción y por esto fue contratado para hacer el monumental Atrio de San Francisco, pero por más que quiso entregar la obra a tiempo, esta era muy grande y el indio incumplió el trato. Desesperado y con la amenaza de ser apresado, esa noche fue a ver la obra. Por entre los materiales de construcción apareció un hombre extraño, nada confiable, pero extremadamente amable. El hombre se acercó y directamente le dijo que era Luzbel y que quería su alma a cambio de terminar el trabajo. Al indio no le quedó más que aceptar imponiendo una condición: “Yo te doy mi alma, pero si falta un solo ladrillo hasta rayar el alba, queda roto el trato”. Los dos firmaron el pacto con un poco de sangre que con su afilada uña el diablo sacó del dedo pulgar de Cantuña. Enseguida miles de diablillos comenzaron a trabajar, el tiempo avanzaba y Cantuña rezaba y rezaba, Llegó el toque del Ave María y el diablo triunfante se acercó para llevarse su alma, el hombre desesperado revisaba la obra y ¡oh!, ¡faltaba una piedra!. Justo al rayar el alba, Cantuña se salvó y esa piedra, hasta el día de hoy, dicen que falta en el Atrio de San Francisco.
La historia de Cantuña se conoce gracias a Juan de Velasco que la describe en sus libros ‘Historia General del Reino de Quito’ e ‘Historia Moderna del Reino de Quito y Crónica de la Compañía de Jesús del mismo Reino’. Rumiñahui llegó a Quito a esconder los tesoros que restaban luego de pagar el rescate de Atahualpa. Los españoles le pisaban los talones y debió huir. En su prisa, encargó la tarea a los jefes locales y, uno de ellos, fue Gualpa, padre de Cantuña.
La ciudad fue incendiada y Cantuña, aún niño, quedó atrapado en un cerco de fuego y se quemó gravemente. Su padre murió en los enfrentamientos con los conquistadores; sin embargo, el niño lo había ayudado a esconder el oro. Cantuña quedó deformado, tanto que la gente lo rechazaba por su desagradable aspecto.
Así vivió por algunos años, hasta que un capitán español de apellido Juárez decidió recogerlo para su servicio. El joven resultó un excepcional ayudante y se ganó el afecto de su amo, que llegó a quererlo como a un hijo