La elección de Bonifaz pudo traer tranquilidad y progreso al país, pues «Los conservadores veían en él algo así como un nuevo García Moreno por su honradez, rectitud y energía. Los liberales simpatizaban con quien afirmaba que daría lustre al liberalismo corrigiendo sus quiebras y fallas. Sus adversarios eran, en cambio, la plana mayor del partido que había monopolizado el poder por mucho tiempo, prontos a defenderlo con extraordinario ahínco» (José Rafael Bustamante.- prólogo de «Odio y Sangre»).
«Era Bonifaz un conservador paternalista que revelaba su repugnancia por la lucha religiosa, que clamaba por el seguro social obligatorio, por el régimen de la pequeña propiedad -él, que era un gran propietario-, por la carrera administrativa, por la estabilidad monetaria; y que lanzaba un grito a muerte contra la práctica de la usura» (A. Pareja Diezcanseco.- Ecuador: Historia de la República, tomo III, p. 59).
Sus oponentes y los miembros de la extrema izquierda no pudieron resignarse a la pérdida y peor aún aceptar su elección, por lo que se valieron de un ardid patriotero para influenciar en la decisión popular, poniendo en duda su nacionalidad y acusándolo de haber declarado «en su despreocupada juventud», ser ciudadano peruano.
Bonifaz se defendió duramente de las acusaciones vertidas en su contra, pero en el Congreso, «una mayoría de diputados sin conciencia, mediante una sola moción farisaica, burló la elección ya consumada, y quedó burlado el pueblo ecuatoriano» (Dr. J. M. Velasco Ibarra.- Conciencia o Barbarie, p. 52).
Fue así que, el 22 de agosto de 1932, pese a su triunfo electoral legítimamente obtenido, el Congreso Nacional lo declaró «No apto para ejercer la Presidencia de la República».
Considerando que su descalificación era atentatoria contra la libertad de sufragio, Bonifaz recibió el respaldo de cuatro batallones de Quito y declaró que si se cumplían las intenciones de los legisladores, «La Sangre Subiría a los Tobillos».
El 28 de agosto, al grito de «Viva la Constitución» el pueblo quiteño y la «Compactación Obrera» -que lo había llevado al poder- se lanzaron a las calles para apoyar a los batallones que lo respaldaban, y con heroica bravura enfrentaron a las fuerzas del Ejército Nacional que desde diferentes partes del país, y en cumplimiento a lo dispuesto por el Congreso, avanzaban para sofocar la rebelión y tomarse la ciudad.
La elección de Bonifaz pudo traer tranquilidad y progreso al país, pues «Los conservadores veían en él algo así como un nuevo García Moreno por su honradez, rectitud y energía. Los liberales simpatizaban con quien afirmaba que daría lustre al liberalismo corrigiendo sus quiebras y fallas. Sus adversarios eran, en cambio, la plana mayor del partido que había monopolizado el poder por mucho tiempo, prontos a defenderlo con extraordinario ahínco» (José Rafael Bustamante.- prólogo de «Odio y Sangre»).
«Era Bonifaz un conservador paternalista que revelaba su repugnancia por la lucha religiosa, que clamaba por el seguro social obligatorio, por el régimen de la pequeña propiedad -él, que era un gran propietario-, por la carrera administrativa, por la estabilidad monetaria; y que lanzaba un grito a muerte contra la práctica de la usura» (A. Pareja Diezcanseco.- Ecuador: Historia de la República, tomo III, p. 59).
Sus oponentes y los miembros de la extrema izquierda no pudieron resignarse a la pérdida y peor aún aceptar su elección, por lo que se valieron de un ardid patriotero para influenciar en la decisión popular, poniendo en duda su nacionalidad y acusándolo de haber declarado «en su despreocupada juventud», ser ciudadano peruano.
Bonifaz se defendió duramente de las acusaciones vertidas en su contra, pero en el Congreso, «una mayoría de diputados sin conciencia, mediante una sola moción farisaica, burló la elección ya consumada, y quedó burlado el pueblo ecuatoriano» (Dr. J. M. Velasco Ibarra.- Conciencia o Barbarie, p. 52).
Fue así que, el 22 de agosto de 1932, pese a su triunfo electoral legítimamente obtenido, el Congreso Nacional lo declaró «No apto para ejercer la Presidencia de la República».
Considerando que su descalificación era atentatoria contra la libertad de sufragio, Bonifaz recibió el respaldo de cuatro batallones de Quito y declaró que si se cumplían las intenciones de los legisladores, «La Sangre Subiría a los Tobillos».
El 28 de agosto, al grito de «Viva la Constitución» el pueblo quiteño y la «Compactación Obrera» -que lo había llevado al poder- se lanzaron a las calles para apoyar a los batallones que lo respaldaban, y con heroica bravura enfrentaron a las fuerzas del Ejército Nacional que desde diferentes partes del país, y en cumplimiento a lo dispuesto por el Congreso, avanzaban para sofocar la rebelión y tomarse la ciudad.