La importancia del estudio de la religión como una dimensión cultural se debe a que ésta es la reproducción de los agentes culturales de una deidad que refleja de forma idílica las características inherentes de los seres humanos y en la que se polariza la acción social por medio de un constructo simbólico en el que Dios aparece como perfecto e ilimitado, mientras que en el otro polo se encuentran las personas como seres falibles y limitadas. La construcción anterior nos habla de que la religión se presenta como un mecanismo humano para enfrentar el miedo que produce una vida de incertidumbre. Ello alude a dos mundos: el de los consensos artificiales o real y el espacio simbólico de la vida cotidiana expresada en una religiosidad, en el cual el cientista social deberá explorar para avanzar en los estudios culturales que comenzaron analizando sólo la parte objetiva de la vida, descuidando la construcción simbólica o el espacio de la vida cotidiana.
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