revelada por aquellos muertos y transfigurada por el «sac’o vate», en el canto, cómo resonará, en el alma de los hombres de todos los países y de todos los tiempos, la historia de Troya, su grandeza y su tragedia, la gloria guerrera de los griegos, y el heroísmo infeliz del más noble de los defensores de Troya, Héctor (v.), que será llorado por los hombres mientras la sangre vertida por la patria sea por ellos honrada y resplandezca el sol sobre las humanas desventuras. Así, la composición que Foscolo había primero concebido como una «epístola», como uno de aquellos discursos predilectos del gusto del siglo XVIII y semejante al de su amigo Pindemonte (quien le contestó en una epístola sobre los Sepulcros, v. más adelante), se transformó en un «carme» («género de poesía — escribió él después — que yo creo nacido de mí») todo él imágenes poderosas, rápidas transiciones en un lenguaje que posee una densidad poética única. Al mismo tiempo que reanudaba la tradición de la poesía sepulcral, Foscolo la renovaba de modo profundo (únicamente en el episodio del cementerio de Parini se advierte la «manera sepulcral»), no sólo infundiendo en ella los espíritus históricos de Vico, el culto de Alfieri a los héroes, las imágenes del mito y de la poesía helénicas, sino haciendo del sepulcro, que tiene ya un papel esencial en las últimas cartas de Jacobo Ortis (v.) y en sus Sonetos (v.) la imagen típica de su personalidad, aquella en torno a la cual se reúnen todos los motivos de su poesía elegiaca y heroica nacida de una dolorosa experiencia de vida y dirigida hacia un mundo de superior armonía, altamente imaginativa y sin duda alguna, rica en severa enseñanza para los italianos y para todos los hombres.
Respuesta:
revelada por aquellos muertos y transfigurada por el «sac’o vate», en el canto, cómo resonará, en el alma de los hombres de todos los países y de todos los tiempos, la historia de Troya, su grandeza y su tragedia, la gloria guerrera de los griegos, y el heroísmo infeliz del más noble de los defensores de Troya, Héctor (v.), que será llorado por los hombres mientras la sangre vertida por la patria sea por ellos honrada y resplandezca el sol sobre las humanas desventuras. Así, la composición que Foscolo había primero concebido como una «epístola», como uno de aquellos discursos predilectos del gusto del siglo XVIII y semejante al de su amigo Pindemonte (quien le contestó en una epístola sobre los Sepulcros, v. más adelante), se transformó en un «carme» («género de poesía — escribió él después — que yo creo nacido de mí») todo él imágenes poderosas, rápidas transiciones en un lenguaje que posee una densidad poética única. Al mismo tiempo que reanudaba la tradición de la poesía sepulcral, Foscolo la renovaba de modo profundo (únicamente en el episodio del cementerio de Parini se advierte la «manera sepulcral»), no sólo infundiendo en ella los espíritus históricos de Vico, el culto de Alfieri a los héroes, las imágenes del mito y de la poesía helénicas, sino haciendo del sepulcro, que tiene ya un papel esencial en las últimas cartas de Jacobo Ortis (v.) y en sus Sonetos (v.) la imagen típica de su personalidad, aquella en torno a la cual se reúnen todos los motivos de su poesía elegiaca y heroica nacida de una dolorosa experiencia de vida y dirigida hacia un mundo de superior armonía, altamente imaginativa y sin duda alguna, rica en severa enseñanza para los italianos y para todos los hombres.