Nada podrá apartar de mi memoria La luz de aquella misteriosa lámpara, Ni el resultado que en mis ojos tuvo Ni la impresión que me dejó en el alma. Todo lo puede el tiempo, sin embargo Creo que ni la muerte ha de borrarla. Voy a explicarme aquí, si me permiten, Con el eco mejor de mi garganta. Por aquel tiempo yo no comprendía Francamente ni cómo me llamaba, No había escrito aún mi primer verso Ni derramado mi primera lágrima; Era mi corazón ni más ni menos Que el olvidado kiosko de una plaza. Mas sucedió que cierta vez mi padre Fue desterrado al sur, a la lejana Isla de Chiloé donde el invierno Es como una ciudad abandonada. Partí con él y sin pensar llegamos A Puerto Montt una mañana clara. Siempre había vivido mi familia En el valle central o en la montaña, De manera que nunca, ni por pienso, Se conversó del mar en nuestra casa. Sobre este punto yo sabía apenas Lo que en la escuela pública enseñaban Y una que otra cuestión de contrabando De las cartas de amor de mis hermanas. Descendimos del tren entre banderas Y una solemne fiesta de campanas Cuando mi padre me cogió de un brazo Y volviendo los ojos a la blanca, Libre y eterna espuma que a lo lejos Hacia un país sin nombre navegaba, Como quien reza una oración me dijo Con voz que tengo en el oído intacta: "Este es, muchacho, el mar".
Respuesta:
el mismo no le gusta el mar porque el agua es media fria