Respuesta: Álvaro Uribe Vélez (2012) en sus memorias No hay causa perdida da cuenta de sus ocho años de presidencia pero también de ciertos elementos de su vida privada. Uno de los eventos que realza es el intento de secuestro y asesinato de su padre Alberto Uribe Sierra en 1983. Este evento, junto con el secuestro y muerte de otras reconocidas personalidades le sirven al narrador para recrear una atmósfera de zozobra y tensión para justificar toda su política de seguridad militar. Dado que las memorias están narradas de una manera maniquea y en la forma del thriller de suspenso, se utilizaron las herramientas de la narratología para desentrañar su alto contenido patriarcal. Básicamente, se encontró que el narrador entronca hábilmente eventos personales y de conocimiento público para justificar su lucha y la salvación de la patria. La presentación que hace el narrador de sí mismo es la de un héroe que está constantemente abocado a restituir un orden conservador y un pasado de felicidad bucólica.
Las memorias de un personaje público ofrecen la motivación de que algo nuevo se nos va a contar, de que algo nuevo sabremos de él. Querrá compartirnos secretos que de otra manera no podríamos saber, nos querrá hacer participes de sus confesiones. Y al leer unas memorias somos los privilegiados depositarios de esa confesión. Así que la revelación establece un puente de unión entre el que confiesa —ya que se libera de algo— y el que escucha y le sirve de excusa para una liberación, puesto que "una confesión consiste en liberarse a sí mismo y plantea el problema de la presencia de los otros; es de naturaleza autobiográfica y se apoya sobre el postulado de una identidad entre el autor y el sujeto del enunciado" (Raguet–Bouvart, 1996, p. 31).1
La primera dificultad que surge es que si toda confesión es de naturaleza autobiográfica, significa que el único que tiene autoridad sobre lo que se confiesa es el sujeto que la realiza. Lo que provoca la paradoja de que el sujeto confesante haga enunciados y que solo él tenga la potestad de saber si lo que afirma es cierto o no. La confesión ofrece además la paradoja de que es una objetividad dada a través de una subjetividad plena (Raguet–Bouvart, 1996, p. 31). La autobiografía se acerca entonces a una narración casi ficcional porque es mucho lo que se agrega en el momento de la memoria. Como afirma Nabokov (1990): "Cuando hablamos de un recuerdo vívido individual estamos elogiando, no a nuestra capacidad de retención, sino a la misteriosa previsión de Mnemosine al guardar este elemento que la imaginación creativa querrá querer usar al combinarlo con posteriores recuerdos e invenciones" (p. 66).2
Si hacer biografía es imaginar al otro reconstruido en palabras, hacer autobiografía incluirá mucho de autoficción. Esto es claro para Jacques–Alain Miller, que al intentar hacer la biografía de Lacan no se engaña al respecto y sabe que al hacerlo habrá mucho de ficción. En otras palabras, se narra al otro no como es sino como lo vemos o lo queremos ver: "Lo real no se transmuta en verdad, si no es en sí misma mentirosa. Existe ese obstáculo irreducible que constituye lo que Freud llamaba la represión primaria: se puede seguir interpretando siempre, no hay la última palabra de la interpretación. En resumen, autobiografía es siempre autoficción" (Miller, 2011, p. 15).
Ese yo que se describe a sí mismo o que es descrito por otro tiene la característica de que merece ser narrado dadas sus acciones y epopeyas, quiere pasar a la historia y ser recordado. Ejemplo de esto es el yo de las memorias políticas, un yo deseoso de pasar a la posteridad, un yo teñido de lucha, debate, vanidad y combate.
El papel de la construcción ficcional es entonces ineludible a la hora de la materialización de unas memorias y mucho más si estas tienen que ver con eventos íntimos, con sucesos de la vida personal. Y es como si en las memorias se pusiera también todo el dispositivo de la terapia donde escuchamos el discurso del que sufre. A propósito, Sigmund Freud (2007) en La novela familiar de los neuróticos da las claves para explicar la forma en la cual el niño, el neurótico y el adulto imaginan, perciben y narran sus relaciones familiares. En otras palabras, prestar atención a qué es lo que cuenta, qué calla, qué realza y qué narra el sujeto en cuestión. Para Freud es claro que el niño se forma una imagen más encumbrada que real de sus padres y eso se puede aplicar también al padre narrado por adultos, sobre todo cuando este padre ya ha desaparecido y es convertido en añoranza idealizada. Dice Freud:
Respuesta: Álvaro Uribe Vélez (2012) en sus memorias No hay causa perdida da cuenta de sus ocho años de presidencia pero también de ciertos elementos de su vida privada. Uno de los eventos que realza es el intento de secuestro y asesinato de su padre Alberto Uribe Sierra en 1983. Este evento, junto con el secuestro y muerte de otras reconocidas personalidades le sirven al narrador para recrear una atmósfera de zozobra y tensión para justificar toda su política de seguridad militar. Dado que las memorias están narradas de una manera maniquea y en la forma del thriller de suspenso, se utilizaron las herramientas de la narratología para desentrañar su alto contenido patriarcal. Básicamente, se encontró que el narrador entronca hábilmente eventos personales y de conocimiento público para justificar su lucha y la salvación de la patria. La presentación que hace el narrador de sí mismo es la de un héroe que está constantemente abocado a restituir un orden conservador y un pasado de felicidad bucólica.
Palabras clave: Padre; Héroe; Villano; Familia; Seguridad Democrática; Uribe Vélez, Álvaro.
Las memorias de un personaje público ofrecen la motivación de que algo nuevo se nos va a contar, de que algo nuevo sabremos de él. Querrá compartirnos secretos que de otra manera no podríamos saber, nos querrá hacer participes de sus confesiones. Y al leer unas memorias somos los privilegiados depositarios de esa confesión. Así que la revelación establece un puente de unión entre el que confiesa —ya que se libera de algo— y el que escucha y le sirve de excusa para una liberación, puesto que "una confesión consiste en liberarse a sí mismo y plantea el problema de la presencia de los otros; es de naturaleza autobiográfica y se apoya sobre el postulado de una identidad entre el autor y el sujeto del enunciado" (Raguet–Bouvart, 1996, p. 31).1
La primera dificultad que surge es que si toda confesión es de naturaleza autobiográfica, significa que el único que tiene autoridad sobre lo que se confiesa es el sujeto que la realiza. Lo que provoca la paradoja de que el sujeto confesante haga enunciados y que solo él tenga la potestad de saber si lo que afirma es cierto o no. La confesión ofrece además la paradoja de que es una objetividad dada a través de una subjetividad plena (Raguet–Bouvart, 1996, p. 31). La autobiografía se acerca entonces a una narración casi ficcional porque es mucho lo que se agrega en el momento de la memoria. Como afirma Nabokov (1990): "Cuando hablamos de un recuerdo vívido individual estamos elogiando, no a nuestra capacidad de retención, sino a la misteriosa previsión de Mnemosine al guardar este elemento que la imaginación creativa querrá querer usar al combinarlo con posteriores recuerdos e invenciones" (p. 66).2
Si hacer biografía es imaginar al otro reconstruido en palabras, hacer autobiografía incluirá mucho de autoficción. Esto es claro para Jacques–Alain Miller, que al intentar hacer la biografía de Lacan no se engaña al respecto y sabe que al hacerlo habrá mucho de ficción. En otras palabras, se narra al otro no como es sino como lo vemos o lo queremos ver: "Lo real no se transmuta en verdad, si no es en sí misma mentirosa. Existe ese obstáculo irreducible que constituye lo que Freud llamaba la represión primaria: se puede seguir interpretando siempre, no hay la última palabra de la interpretación. En resumen, autobiografía es siempre autoficción" (Miller, 2011, p. 15).
Ese yo que se describe a sí mismo o que es descrito por otro tiene la característica de que merece ser narrado dadas sus acciones y epopeyas, quiere pasar a la historia y ser recordado. Ejemplo de esto es el yo de las memorias políticas, un yo deseoso de pasar a la posteridad, un yo teñido de lucha, debate, vanidad y combate.
El papel de la construcción ficcional es entonces ineludible a la hora de la materialización de unas memorias y mucho más si estas tienen que ver con eventos íntimos, con sucesos de la vida personal. Y es como si en las memorias se pusiera también todo el dispositivo de la terapia donde escuchamos el discurso del que sufre. A propósito, Sigmund Freud (2007) en La novela familiar de los neuróticos da las claves para explicar la forma en la cual el niño, el neurótico y el adulto imaginan, perciben y narran sus relaciones familiares. En otras palabras, prestar atención a qué es lo que cuenta, qué calla, qué realza y qué narra el sujeto en cuestión. Para Freud es claro que el niño se forma una imagen más encumbrada que real de sus padres y eso se puede aplicar también al padre narrado por adultos, sobre todo cuando este padre ya ha desaparecido y es convertido en añoranza idealizada. Dice Freud:
Explicación: Espero te sirva