La constitución de Brasil como nación independiente dotada de un sistema monárquico, con un príncipe portugués en el trono, significó el predominio de la continuidad en el seno de la ruptura, una característica que habría de marcar por mucho tiempo la historia de Brasil.
Author: Guillermo Palacios
Publish Year: 2009
Desde sus orígenes, la historiografía brasileña ha establecido que el proceso de independencia de Brasil se diferenció notablemente del resto de los movimientos emancipatorios de Iberoamérica. Se trata de una perspectiva inaugurada por las obras fundadoras de la historiografía nacional y por sus soportes iconográficos durante las décadas nucleares del siglo XIX. En ellas se proyecta una imagen del Estado brasileño caracterizado por virtudes inexistentes en el resto de las antiguas colonias de los imperios peninsulares, con la posible excepción de la República de Chile.
Estamos ante un Estado sólido, de rápida consolidación, estable y pacífico, liberal, ordenado y unificado en torno a un gobierno central, cuyos ideólogos proclaman con arrogancia esas características diferentes. Todo eso, dice el discurso historiográfico, gracias al sistema monárquico alrededor del cual se fundó la nación. La brasileña es sin duda una de las historiografías que más éxito han tenido, en el nivel mundial, en su función de promotora y ayudante de la consolidación del Estado nacional. Es una historiografía que enfatiza la ausencia de conflictos, la inexistencia de rupturas y el predominio de suaves transiciones indoloras, pactadas y consolidadas por acuerdos generales entre las élites.
Esa construcción historiográfica –e ideológica- del Estado brasileño fue fundamental para justificar y legitimar instituciones tan temidas y condenadas por la cultura política decimonónica predominante en los antiguos territorios iberoamericanos, como la monarquía –con matices- y la esclavitud, y para dar un basamento factual al relativo aislamiento del imperio de Brasil, rodeado por todos lados por regímenes republicanos, por lo menos en sus dimensiones discursivas. El mensaje historiográfico era claro: Brasil era diferente de las naciones surgidas del derrumbe del imperio español en América, y no sólo por consideraciones étnicas o por su sistema monárquico (pues la esclavitud nunca fue mencionada como parte de la diferencia), sino por lo que esa monarquía había logrado desde el momento de la independencia: estabilidad política, orden social, integridad territorial, crecimiento económico.
En los últimos años, esa historiografía de la diferencia está dando paso a una nueva perspectiva que acompaña los recientes procesos de integración regional –el Mercosur, la Unión de Naciones Sudamericanas, etc.– y que ahora revisa la visión del Brasil como un Estado distinto de sus vecinos, para enfatizar, por el contrario, semejanzas y paralelismos en el desarrollo histórico; esta vez a pesar de la monarquía y de las otras características distintivas apuntaladas por los fundadores del relato histórico nacional. En cierto sentido, se trata de estudios que tienen como consecuencia colateral el desmonte del discurso ufanista de la historiografía “oficial” –exceptuando de esta vertiente, desde luego, a los autores de tradición marxista.
El proceso de indepedencia es quizá uno de los momentos principales en torno al cual se libra la batalla entre “diferenciadores” y “semejantistas”, una batalla que quiero únicamente dejar consignada sin entrar en esta presentación en sus complejidades, inclusive por lo verde que es aún la rama de los revisionistas.
La independencia de Brasil es un proyecto que se va construyendo paulatinamente a partir de la llegada de la Corte portuguesa a Río de Janeiro en 1808 y que culmina 15 años después, con la decisión del príncipe regente, Pedro de Alcântara, de no atender el llamado de las Cortes de Lisboa para retornar a Portugal, y proclamar, en su lugar, la independencia de Brasil. La naturaleza paulatina, pausada y bien comportada de la construcción de la nación independiente ha sido inclusive motivo de juegos académicos cuyo fin es decidir cuándo podemos decir que Brasil ya es una entidad autónoma y soberana. Se barajan tres momentos principales y una coda: 1808, 1815 y 1822, con 1831 como alternativa de provocación.
El juego se monta desde el primer mes de la residencia de la Corte portuguesa en la capital de su colonia tropical. Como sabemos, la Corte y el grueso del Estado portugués, acompañados de millares de funcionarios y burócratas, salieron huyendo de Lisboa en diciembre de 1807, protegidos por un escuadrón de la marina británica, ante la aproximación de las tropas napoleónicas. En los meses anteriores, el gobierno portugués había abandonado su infructífera política pendular en la guerra entre Francia e Inglaterra, y se había inclinado cada vez más claramente hacia Londres.
Respuesta:
La constitución de Brasil como nación independiente dotada de un sistema monárquico, con un príncipe portugués en el trono, significó el predominio de la continuidad en el seno de la ruptura, una característica que habría de marcar por mucho tiempo la historia de Brasil.
Author: Guillermo Palacios
Publish Year: 2009
Desde sus orígenes, la historiografía brasileña ha establecido que el proceso de independencia de Brasil se diferenció notablemente del resto de los movimientos emancipatorios de Iberoamérica. Se trata de una perspectiva inaugurada por las obras fundadoras de la historiografía nacional y por sus soportes iconográficos durante las décadas nucleares del siglo XIX. En ellas se proyecta una imagen del Estado brasileño caracterizado por virtudes inexistentes en el resto de las antiguas colonias de los imperios peninsulares, con la posible excepción de la República de Chile.
Estamos ante un Estado sólido, de rápida consolidación, estable y pacífico, liberal, ordenado y unificado en torno a un gobierno central, cuyos ideólogos proclaman con arrogancia esas características diferentes. Todo eso, dice el discurso historiográfico, gracias al sistema monárquico alrededor del cual se fundó la nación. La brasileña es sin duda una de las historiografías que más éxito han tenido, en el nivel mundial, en su función de promotora y ayudante de la consolidación del Estado nacional. Es una historiografía que enfatiza la ausencia de conflictos, la inexistencia de rupturas y el predominio de suaves transiciones indoloras, pactadas y consolidadas por acuerdos generales entre las élites.
Esa construcción historiográfica –e ideológica- del Estado brasileño fue fundamental para justificar y legitimar instituciones tan temidas y condenadas por la cultura política decimonónica predominante en los antiguos territorios iberoamericanos, como la monarquía –con matices- y la esclavitud, y para dar un basamento factual al relativo aislamiento del imperio de Brasil, rodeado por todos lados por regímenes republicanos, por lo menos en sus dimensiones discursivas. El mensaje historiográfico era claro: Brasil era diferente de las naciones surgidas del derrumbe del imperio español en América, y no sólo por consideraciones étnicas o por su sistema monárquico (pues la esclavitud nunca fue mencionada como parte de la diferencia), sino por lo que esa monarquía había logrado desde el momento de la independencia: estabilidad política, orden social, integridad territorial, crecimiento económico.
En los últimos años, esa historiografía de la diferencia está dando paso a una nueva perspectiva que acompaña los recientes procesos de integración regional –el Mercosur, la Unión de Naciones Sudamericanas, etc.– y que ahora revisa la visión del Brasil como un Estado distinto de sus vecinos, para enfatizar, por el contrario, semejanzas y paralelismos en el desarrollo histórico; esta vez a pesar de la monarquía y de las otras características distintivas apuntaladas por los fundadores del relato histórico nacional. En cierto sentido, se trata de estudios que tienen como consecuencia colateral el desmonte del discurso ufanista de la historiografía “oficial” –exceptuando de esta vertiente, desde luego, a los autores de tradición marxista.
El proceso de indepedencia es quizá uno de los momentos principales en torno al cual se libra la batalla entre “diferenciadores” y “semejantistas”, una batalla que quiero únicamente dejar consignada sin entrar en esta presentación en sus complejidades, inclusive por lo verde que es aún la rama de los revisionistas.
La independencia de Brasil es un proyecto que se va construyendo paulatinamente a partir de la llegada de la Corte portuguesa a Río de Janeiro en 1808 y que culmina 15 años después, con la decisión del príncipe regente, Pedro de Alcântara, de no atender el llamado de las Cortes de Lisboa para retornar a Portugal, y proclamar, en su lugar, la independencia de Brasil. La naturaleza paulatina, pausada y bien comportada de la construcción de la nación independiente ha sido inclusive motivo de juegos académicos cuyo fin es decidir cuándo podemos decir que Brasil ya es una entidad autónoma y soberana. Se barajan tres momentos principales y una coda: 1808, 1815 y 1822, con 1831 como alternativa de provocación.
El juego se monta desde el primer mes de la residencia de la Corte portuguesa en la capital de su colonia tropical. Como sabemos, la Corte y el grueso del Estado portugués, acompañados de millares de funcionarios y burócratas, salieron huyendo de Lisboa en diciembre de 1807, protegidos por un escuadrón de la marina británica, ante la aproximación de las tropas napoleónicas. En los meses anteriores, el gobierno portugués había abandonado su infructífera política pendular en la guerra entre Francia e Inglaterra, y se había inclinado cada vez más claramente hacia Londres.
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