«Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis.» (Mt 7,15-20)
Quizá lo primero que nos viene a la mente al pensar en esta frase del Señor es preguntarnos: ¿Qué frutos he dado en mi vida? Pero habría que preguntarnos antes ¿a qué tipo de fruto se refiere el Señor en esta frase?
La figura del árbol utilizada por el Señor es muy gráfica. Un árbol frutal hay que cuidarlo, regarlo, evitar que insectos o microorganismos lo infecten, cuidar que los pájaros no se coman los frutos, etc. De la misma manera, si nosotros queremos dar buenos frutos debemos cuidar de nosotros mismos: “regándonos” con la Palabra de Dios, los sacramentos, la oración; evitando todo aquello nos “infecta”: las tentaciones, el pecado; cuidando que el demonio, el mundo y nuestro hombre viejo “se coman” nuestras buenas intenciones y resoluciones.
El Señor habla del fruto bueno y del fruto malo (Ver Mt 7,17-18; Mt 12,33). Los frutos son las consecuencias visibles de nuestras opciones y actos. Si actuamos bien, tendremos buenos frutos, y eso será un indicativo de que lo que hacemos es de Dios, es parte de su Plan de Amor. Así, los frutos buenos señalan que nos estamos acercando más al Señor, y los frutos malos que nos alejamos de Él y de su Plan. Pero hay que señalar que la bondad del fruto no está relacionada necesariamente con el éxito material o personal, con la eficacia o algo similar. La bondad de los frutos a la que se refiere el Señor Jesús es el bien de la persona y las personas, la realización y plenitud —o el camino hacia ello— de cada realidad.
Así por ejemplo, cuando ayudo a un amigo(a), cuando me esfuerzo por hacer bien una responsabilidad o cuando estoy atento a las situaciones que me rodean para ayudar donde se me necesite estoy buscando dar frutos buenos y me acerco a Dios. Por el contrario, si por “flojera” no ayudo a mi amigo(a), cumplo mis responsabilidades dando el mínimo indispensable para que no llamen la atención o estoy encerrado en mí mismo haciendo sólo lo que “me conviene a mí”, entonces mi fruto será malo y me estaré alejando del Plan de amor que Dios tienen para mí.
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pierinithap
TIENES Q LEER PARA PODER SABER ESPERO TE AYUDE
Lanita1
Significa que el hombre a sido conocido por el fruto ya que Adán y eva han desobedecido la regla
«Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis.» (Mt 7,15-20)
Quizá lo primero que nos viene a la mente al pensar en esta frase del Señor es preguntarnos: ¿Qué frutos he dado en mi vida? Pero habría que preguntarnos antes ¿a qué tipo de fruto se refiere el Señor en esta frase?
La figura del árbol utilizada por el Señor es muy gráfica. Un árbol frutal hay que cuidarlo, regarlo, evitar que insectos o microorganismos lo infecten, cuidar que los pájaros no se coman los frutos, etc. De la misma manera, si nosotros queremos dar buenos frutos debemos cuidar de nosotros mismos: “regándonos” con la Palabra de Dios, los sacramentos, la oración; evitando todo aquello nos “infecta”: las tentaciones, el pecado; cuidando que el demonio, el mundo y nuestro hombre viejo “se coman” nuestras buenas intenciones y resoluciones.
El Señor habla del fruto bueno y del fruto malo (Ver Mt 7,17-18; Mt 12,33). Los frutos son las consecuencias visibles de nuestras opciones y actos. Si actuamos bien, tendremos buenos frutos, y eso será un indicativo de que lo que hacemos es de Dios, es parte de su Plan de Amor. Así, los frutos buenos señalan que nos estamos acercando más al Señor, y los frutos malos que nos alejamos de Él y de su Plan. Pero hay que señalar que la bondad del fruto no está relacionada necesariamente con el éxito material o personal, con la eficacia o algo similar. La bondad de los frutos a la que se refiere el Señor Jesús es el bien de la persona y las personas, la realización y plenitud —o el camino hacia ello— de cada realidad.
Así por ejemplo, cuando ayudo a un amigo(a), cuando me esfuerzo por hacer bien una responsabilidad o cuando estoy atento a las situaciones que me rodean para ayudar donde se me necesite estoy buscando dar frutos buenos y me acerco a Dios. Por el contrario, si por “flojera” no ayudo a mi amigo(a), cumplo mis responsabilidades dando el mínimo indispensable para que no llamen la atención o estoy encerrado en mí mismo haciendo sólo lo que “me conviene a mí”, entonces mi fruto será malo y me estaré alejando del Plan de amor que Dios tienen para mí.