La historiografía tradicional sobre las independencias ha tendido a considerar éstas como el resultado de un conflicto de naciones, guerras de liberación nacional, en el que unas preexistentes naciones americanas se liberaban de una también preexistente nación española. En esta interpretación la existencia de dos formas de identidad colectiva de carácter protonacional, criollos (nacidos en América) y peninsulares (nacidos en Europa) ha tenido un papel determinante. Las guerras de independencia habrían sido el resultado de un enfrentamiento entre identidades colectivas definidas por el lugar de nacimiento. Una afirmación que hoy muy pocos historiadores se atreverían a mantener de forma explícita pero que sigue siento el trasfondo último del relato hegemónico sobre las independencias americanas.
2La propuesta de este trabajo es tanto discutir esta idea como desentrañar las funciones que ha cumplido en una historiografía que ha interpretado las guerras de independencia hispanoamericanas como guerras de liberación nacional. Para sustentar esta hipótesis se necesitó partir de la existencia previa de identidades colectivas con densidad política en el interior de la Monarquía Católica y lo más parecido que se encontró fue un supuesto conflicto criollos-peninsulares. Mi propuesta es que las naciones no fueron la causa de las guerras de independencia y que el enfrentamiento entre peninsulares y criollos, en el que la interpretación anterior se sustenta, es poco más que una bella leyenda, un mito historiográfico que forma parte del proceso de imaginación nacional latinoamericano y no de la realidad histórica.
Criollos contra peninsulares
1 Para algunos ejemplos de estos estudios véanse Burkholder y Chandler, 1977; Lohmanna Villena, 1974 (...)
3La afirmación de que las guerras fueron un enfrentamiento entre criollos y peninsulares encuentra justificación en toda una larga tradición que nos habla de un conflicto secular, agudizado con las reformas borbónicas, entre ambos grupos por la ocupación de cargos en la burocracia de la Monarquía1. Una afirmación que se suele acompañar, como prueba irrefutable de las quejas de muchos criollos, por ejemplo de Simón Bolívar, sobre que no se les permitía ocupar cargos políticos y el desplazamiento, durante toda dinastía borbónica, de los criollos en beneficio de los peninsulares. Pruebas menos irrefutables de lo que a primera vista pudiera parecer. En el caso concreto de Bolívar más parece que su familia, llegada a América a finales del siglo XVI, estuvo siempre en el poder. El desplazamiento, si es que lo hubo, fue hacia la autoridad y la riqueza. El primer Bolívar, el “quinto abuelo” como le gustaba decir al Libertador, ocupó ya diversos cargos al servicio de la Corona, no demasiado importantes, pero finalmente era un peninsular. Sus descendientes, además de acumular riquezas y enlaces familiares, no necesariamente en este orden, hasta convertirse en una de las familias más ricas y aristocráticas de Caracas, tampoco parece que se alejaran demasiado de los puestos de gobierno (regidores, alcaldes, procuradores, etc.), incluidos los más cercanos al Libertador, el padre fue coronel de milicias, su tío Esteban ministro del Tribunal de la Contaduría en Madrid y el propio Simón Bolívar era ya subteniente de milicias cuando viaja a España, muy joven, para ampliar su carrera. Viaje en el que, por cierto, a su paso por México se hospeda en casa del presidente de la Audiencia y durante su estancia en Madrid se mueve en los círculos más cercanos al rey. Es posible que los criollos estuviesen alejados del poder pero, en todo caso el vástago de los Bolívar, parece que no estarlo demasiado. Sus afirmaciones sobre que la Monarquía Católica era como un despotismo oriental, más opresivo que los de Turquía y Persia, por la marginación en que tenía a los naturales, hay que tomarla como lo que es, propaganda en tiempos de guerra.
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La historiografía tradicional sobre las independencias ha tendido a considerar éstas como el resultado de un conflicto de naciones, guerras de liberación nacional, en el que unas preexistentes naciones americanas se liberaban de una también preexistente nación española. En esta interpretación la existencia de dos formas de identidad colectiva de carácter protonacional, criollos (nacidos en América) y peninsulares (nacidos en Europa) ha tenido un papel determinante. Las guerras de independencia habrían sido el resultado de un enfrentamiento entre identidades colectivas definidas por el lugar de nacimiento. Una afirmación que hoy muy pocos historiadores se atreverían a mantener de forma explícita pero que sigue siento el trasfondo último del relato hegemónico sobre las independencias americanas.
2La propuesta de este trabajo es tanto discutir esta idea como desentrañar las funciones que ha cumplido en una historiografía que ha interpretado las guerras de independencia hispanoamericanas como guerras de liberación nacional. Para sustentar esta hipótesis se necesitó partir de la existencia previa de identidades colectivas con densidad política en el interior de la Monarquía Católica y lo más parecido que se encontró fue un supuesto conflicto criollos-peninsulares. Mi propuesta es que las naciones no fueron la causa de las guerras de independencia y que el enfrentamiento entre peninsulares y criollos, en el que la interpretación anterior se sustenta, es poco más que una bella leyenda, un mito historiográfico que forma parte del proceso de imaginación nacional latinoamericano y no de la realidad histórica.
Criollos contra peninsulares
1 Para algunos ejemplos de estos estudios véanse Burkholder y Chandler, 1977; Lohmanna Villena, 1974 (...)
3La afirmación de que las guerras fueron un enfrentamiento entre criollos y peninsulares encuentra justificación en toda una larga tradición que nos habla de un conflicto secular, agudizado con las reformas borbónicas, entre ambos grupos por la ocupación de cargos en la burocracia de la Monarquía1. Una afirmación que se suele acompañar, como prueba irrefutable de las quejas de muchos criollos, por ejemplo de Simón Bolívar, sobre que no se les permitía ocupar cargos políticos y el desplazamiento, durante toda dinastía borbónica, de los criollos en beneficio de los peninsulares. Pruebas menos irrefutables de lo que a primera vista pudiera parecer. En el caso concreto de Bolívar más parece que su familia, llegada a América a finales del siglo XVI, estuvo siempre en el poder. El desplazamiento, si es que lo hubo, fue hacia la autoridad y la riqueza. El primer Bolívar, el “quinto abuelo” como le gustaba decir al Libertador, ocupó ya diversos cargos al servicio de la Corona, no demasiado importantes, pero finalmente era un peninsular. Sus descendientes, además de acumular riquezas y enlaces familiares, no necesariamente en este orden, hasta convertirse en una de las familias más ricas y aristocráticas de Caracas, tampoco parece que se alejaran demasiado de los puestos de gobierno (regidores, alcaldes, procuradores, etc.), incluidos los más cercanos al Libertador, el padre fue coronel de milicias, su tío Esteban ministro del Tribunal de la Contaduría en Madrid y el propio Simón Bolívar era ya subteniente de milicias cuando viaja a España, muy joven, para ampliar su carrera. Viaje en el que, por cierto, a su paso por México se hospeda en casa del presidente de la Audiencia y durante su estancia en Madrid se mueve en los círculos más cercanos al rey. Es posible que los criollos estuviesen alejados del poder pero, en todo caso el vástago de los Bolívar, parece que no estarlo demasiado. Sus afirmaciones sobre que la Monarquía Católica era como un despotismo oriental, más opresivo que los de Turquía y Persia, por la marginación en que tenía a los naturales, hay que tomarla como lo que es, propaganda en tiempos de guerra.
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