Durante el período de la Independencia de Chile las mujeres no participaron de la lucha armada como sucedió en otros países latinoamericanos como Colombia o Perú, pero sí protagonizaron un activismo político, lo que recién comenzó a ser reconocido desde fines del siglo XIX.
Según señala el intelectual decimonónico Vicente Grez en su libro Las mujeres de la Independencia (1878), algunas mujeres de la elite santiaguina tuvieron un papel connotado durante la independencia. A muchas de ellas las caracteriza como heroínas al estimular la valentía entre los libertadores; por su actitud de sacrificio y por su entrega a la causa emancipadora. Pese a que Grez destaca la influencia que los pensadores ilustrados del siglo XVIII tuvieron en la instrucción de las mujeres aristocráticas que apoyaron la causa patriota, en su obra valora, el apoyo espiritual que aquellas mujeres brindaron a los hombres del ejército libertador.
Como anfitrionas de los salones más frecuentados de la época, las mujeres de elite reunían a grupos políticos e intelectuales, ofrecían un cálido ambiente para el intercambio de ideas y consolidaban vínculos y alianzas útiles para el apoyo de las operaciones logísticas y militares de los patriotas. De este grupo de mujeres, destacaron las figuras de Luisa Recabarren y Javiera Carrera.
Sin embargo, también existen evidencias tempranas de que mujeres patriotas de otras clases sociales contribuyeron de diversas maneras a la acción independentista. Las investigaciones en archivos judiciales y de guerra y en epistolarios dan cuenta de ello.
La división política que produjo el proceso de la Independencia también dio lugar a que se reconociera la existencia de mujeres realistas que, organizadas en grupos, aportaban recursos económicos, difundían propaganda y actuaban como correos de información en beneficio de la causa española.
Las consecuencias sociales del apoyo a la causa de la independencia y realista arrastró consigo pobreza, desamparo y persecución entre la población femenina capitalina y de algunas provincias, pues su condición de mujeres no fue una característica que inspirara indulgencia en uno u otro bando. Algunas fueron desterradas o recluidas en sus hogares, cárceles o conventos y, a aquellas que poseían patrimonios significativos, les fueron requisados sus bienes. Otras en cambio, se convirtieron en intermediarias ante las autoridades que, apelando al derecho de súplica, se empeñaron en obtener la liberación de sus familiares y la devolución de sus bienes. Por su parte, las más pobres que trabajaban en oficios de lavanderas, cocineras o costureras debieron asumir la manutención total de sus familias luego de que sus maridos, padres o hermanos fueron apresados o asesinados.
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Durante el período de la Independencia de Chile las mujeres no participaron de la lucha armada como sucedió en otros países latinoamericanos como Colombia o Perú, pero sí protagonizaron un activismo político, lo que recién comenzó a ser reconocido desde fines del siglo XIX.
Según señala el intelectual decimonónico Vicente Grez en su libro Las mujeres de la Independencia (1878), algunas mujeres de la elite santiaguina tuvieron un papel connotado durante la independencia. A muchas de ellas las caracteriza como heroínas al estimular la valentía entre los libertadores; por su actitud de sacrificio y por su entrega a la causa emancipadora. Pese a que Grez destaca la influencia que los pensadores ilustrados del siglo XVIII tuvieron en la instrucción de las mujeres aristocráticas que apoyaron la causa patriota, en su obra valora, el apoyo espiritual que aquellas mujeres brindaron a los hombres del ejército libertador.
Como anfitrionas de los salones más frecuentados de la época, las mujeres de elite reunían a grupos políticos e intelectuales, ofrecían un cálido ambiente para el intercambio de ideas y consolidaban vínculos y alianzas útiles para el apoyo de las operaciones logísticas y militares de los patriotas. De este grupo de mujeres, destacaron las figuras de Luisa Recabarren y Javiera Carrera.
Sin embargo, también existen evidencias tempranas de que mujeres patriotas de otras clases sociales contribuyeron de diversas maneras a la acción independentista. Las investigaciones en archivos judiciales y de guerra y en epistolarios dan cuenta de ello.
La división política que produjo el proceso de la Independencia también dio lugar a que se reconociera la existencia de mujeres realistas que, organizadas en grupos, aportaban recursos económicos, difundían propaganda y actuaban como correos de información en beneficio de la causa española.
Las consecuencias sociales del apoyo a la causa de la independencia y realista arrastró consigo pobreza, desamparo y persecución entre la población femenina capitalina y de algunas provincias, pues su condición de mujeres no fue una característica que inspirara indulgencia en uno u otro bando. Algunas fueron desterradas o recluidas en sus hogares, cárceles o conventos y, a aquellas que poseían patrimonios significativos, les fueron requisados sus bienes. Otras en cambio, se convirtieron en intermediarias ante las autoridades que, apelando al derecho de súplica, se empeñaron en obtener la liberación de sus familiares y la devolución de sus bienes. Por su parte, las más pobres que trabajaban en oficios de lavanderas, cocineras o costureras debieron asumir la manutención total de sus familias luego de que sus maridos, padres o hermanos fueron apresados o asesinados.
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