La pólvora, desde donde se le vea, tiene toda la apariencia de un juego. El problema es que no lo es. Por eso hay quemados (en su mayoría niños) todos los años.
Porque es un acto peligroso que se insertó en la cultura colombiana como algo cotidiano que se hace a final de año. Tan usual y en apariencia cándido como las novenas o los buñuelos, nos llega siempre en forma de mala noticia. Podemos verlo en las calles, en las fincas, en los barrios, en las plazas principales. Todo gira alrededor de entretenerse viendo cómo se queman los voladores en el cielo. Nadie piensa, hasta que le pasa, que el quemado podría ser uno mismo. O un niño.
Erradicar una conducta o una idea, cuando están tan arraigadas en el imaginario colectivo, es bastante difícil. No sólo hacen falta las campañas mediáticas en contra del uso irresponsable de la pólvora o las sanciones en comparendos o incluso penales, todas útiles para ayudar a frenar un poco una actitud aceptada, sino que también hace falta la interiorización de que algo es malo. De que por más aceptado que esté, es reprochable.
La pólvora, desde donde se le vea, tiene toda la apariencia de un juego. El problema es que no lo es. Por eso hay quemados (en su mayoría niños) todos los años.
Porque es un acto peligroso que se insertó en la cultura colombiana como algo cotidiano que se hace a final de año. Tan usual y en apariencia cándido como las novenas o los buñuelos, nos llega siempre en forma de mala noticia. Podemos verlo en las calles, en las fincas, en los barrios, en las plazas principales. Todo gira alrededor de entretenerse viendo cómo se queman los voladores en el cielo. Nadie piensa, hasta que le pasa, que el quemado podría ser uno mismo. O un niño.
Erradicar una conducta o una idea, cuando están tan arraigadas en el imaginario colectivo, es bastante difícil. No sólo hacen falta las campañas mediáticas en contra del uso irresponsable de la pólvora o las sanciones en comparendos o incluso penales, todas útiles para ayudar a frenar un poco una actitud aceptada, sino que también hace falta la interiorización de que algo es malo. De que por más aceptado que esté, es reprochable.