el siglo XIX, estuvieron compuestas de manera excluyente a partir de la centrali-dad del estado-nación. Esta particularidad produjo algunos aislamientos y distorsiones, por un lado, el estudio de las voces literarias nacionales separadas del contexto de América Hispánica y, por otro,Al margen de las ideologías liberal o conservadora que caracterizó el siglo XIX, el rasgo indicado se continuó cultivando incluso duranteel siglo XX bajo otras modalidades. En general, la lógica constructiva de la historiografía cultural, entendida en sentido amplio, con centro en el estado-nación no ha encontrado ningún beneficio en los intentos relaciónales, como en el caso de la literatura -lo mismo vale para el arte, las ideas, la historia política De ahíque una pregunta orientada a la incidencia que tienen las redes, es decir, los dispositivos de religación que utilizan los intelectuales, sobre el diseño de las comunidades imaginadas aún no tiene respuesta satisfactoria. De esa forma la información, los símbolos y las historias compartidas provocaron sentimientos de vinculación y solidaridad entre los miembros de un mismo territorio sin que necesariamente llegaran siquiera a conocerse.
En vista de estas carencias, qué es lo que habría que subsanar. En principio, la ausencia de cruce entre las dimensiones referidas a los medios, entre los que se halla la red, y los campos configurativos, a fin de obtener, sospechamos, novedosos frutos
Es necesario, entonces, fijarse un horizonte metodológico que vaya más allá de la centralidad del estado-nación y los respectivos paradigmas que lo sostienen. Pero para que el propósito relacional se complete, se hace necesario ir más allá de la noción de generaciones y también más allá de la idea de lugar, ambos como principios estructurantes de las historiografías. Admitimos desde luego que estas tres dimensiones: nación, generación y lugar están en crisis; estos principios nos ha impedido comprender de manera más transversal la producción cultural iberoamericana en su relación con Europa, por caso. La configuración de una comunidad imaginada alcanza dimensiones limitadas cuando se trata del paradigma nacional, aunque también puede pensarse la comunidad imaginada en una dimensión superior, como la que presentan algunas élites intelectuales. ¿El sentido de pertenencia es siempre el mismo o varía de acuerdo a las redes y las condiciones en las que éstas se originan? Las redes intelectuales del siglo XIX, si se toma en cuenta la fuerte impronta política que anima a algunas de ellas, como por ejemplo la de los "proscriptos" liberales durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas en la Argentina, no parecen demasiado similares a las de comienzos del siglo XX, en momentos de la autonomía del arte, la especialización de la política y un intenso cosmopolitismo. Con todo, el principal punto común que poseen es haber trabajado porfuera de las fronteras nacionales.
El saldo más palpable de la intercomunicación entre España y América, por un lado, y entre los países hispanoamericanos entre sí, por otro, fue el forjamiento de la "patria intelectual", un lugar ideal en que los hombres letrados podían no sólo conectarse entre sí, sino además elaborar visiones, pulir ideas, proyectar programas con vistas a crear una sociedad de hombres agrupados por el uso de un común instrumento: la lengua.
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el siglo XIX, estuvieron compuestas de manera excluyente a partir de la centrali-dad del estado-nación. Esta particularidad produjo algunos aislamientos y distorsiones, por un lado, el estudio de las voces literarias nacionales separadas del contexto de América Hispánica y, por otro,Al margen de las ideologías liberal o conservadora que caracterizó el siglo XIX, el rasgo indicado se continuó cultivando incluso duranteel siglo XX bajo otras modalidades. En general, la lógica constructiva de la historiografía cultural, entendida en sentido amplio, con centro en el estado-nación no ha encontrado ningún beneficio en los intentos relaciónales, como en el caso de la literatura -lo mismo vale para el arte, las ideas, la historia política De ahíque una pregunta orientada a la incidencia que tienen las redes, es decir, los dispositivos de religación que utilizan los intelectuales, sobre el diseño de las comunidades imaginadas aún no tiene respuesta satisfactoria. De esa forma la información, los símbolos y las historias compartidas provocaron sentimientos de vinculación y solidaridad entre los miembros de un mismo territorio sin que necesariamente llegaran siquiera a conocerse.
En vista de estas carencias, qué es lo que habría que subsanar. En principio, la ausencia de cruce entre las dimensiones referidas a los medios, entre los que se halla la red, y los campos configurativos, a fin de obtener, sospechamos, novedosos frutos
Es necesario, entonces, fijarse un horizonte metodológico que vaya más allá de la centralidad del estado-nación y los respectivos paradigmas que lo sostienen. Pero para que el propósito relacional se complete, se hace necesario ir más allá de la noción de generaciones y también más allá de la idea de lugar, ambos como principios estructurantes de las historiografías. Admitimos desde luego que estas tres dimensiones: nación, generación y lugar están en crisis; estos principios nos ha impedido comprender de manera más transversal la producción cultural iberoamericana en su relación con Europa, por caso. La configuración de una comunidad imaginada alcanza dimensiones limitadas cuando se trata del paradigma nacional, aunque también puede pensarse la comunidad imaginada en una dimensión superior, como la que presentan algunas élites intelectuales. ¿El sentido de pertenencia es siempre el mismo o varía de acuerdo a las redes y las condiciones en las que éstas se originan? Las redes intelectuales del siglo XIX, si se toma en cuenta la fuerte impronta política que anima a algunas de ellas, como por ejemplo la de los "proscriptos" liberales durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas en la Argentina, no parecen demasiado similares a las de comienzos del siglo XX, en momentos de la autonomía del arte, la especialización de la política y un intenso cosmopolitismo. Con todo, el principal punto común que poseen es haber trabajado porfuera de las fronteras nacionales.
El saldo más palpable de la intercomunicación entre España y América, por un lado, y entre los países hispanoamericanos entre sí, por otro, fue el forjamiento de la "patria intelectual", un lugar ideal en que los hombres letrados podían no sólo conectarse entre sí, sino además elaborar visiones, pulir ideas, proyectar programas con vistas a crear una sociedad de hombres agrupados por el uso de un común instrumento: la lengua.