Los conocimientos tradicionales contribuyen tanto a la conservación como a la utilización sostenible de la diversidad biológica. En este sentido, por ejemplo la pérdida de idiomas erosiona la diversidad cultural y amenaza gravemente la capacidad de los pueblos para compartir y usar esos conocimientos. El Atlas de las Lenguas del Mundo en Peligro de Desaparición publicado por la UNESCO en 2010 estima en al menos un 43% de los idiomas se encuentran en peligro de desaparecer.
Además, la biodiversidad y la diversidad cultural también se retroalimentan en cuanto a los bienes inmateriales que los ecosistemas nos ofrecen: valores estéticos y paisajísticos, recreación y ecoturismo, enriquecimiento espiritual y religioso, herencia cultural y relaciones sociales. De hecho, más de 400 millones de miembros de comunidades indígenas y locales consideran la biodiversidad no solo como una fuente de bienestar, sino también como el pilar de su identidad cultural y espiritual. Esta asignación de valores espirituales, religiosos o sociales a elementos de la naturaleza favorece la cohesión social y la identidad de los pueblos, a la vez que la propia defensa de sus tradiciones permite proteger y mantener en el tiempo la biodiversidad de las zonas que habitan. Por ejemplo, los bosques sagrados del centro de Tanzanía contienen más biodiversidad de plantas leñosas que los bosques manejados. Por tanto, preservar la diversidad cultural se traduce en la conservación de la biodiversidad.
En Andalucía, la biodiversidad está íntimamente ligada a nuestra cultura y forma parte de nuestra identidad. Tal y como recoge en su diagnóstico la Estrategia andaluza de gestión integrada de la Biodiversidad: “desde su origen, el ser humano está estrechamente ligado a los ecosistemas que habita. Sobre ellos construye y reconoce sus paisajes, desarrolla sus rasgos de identidad y modela buena parte de sus relaciones sociales. En este sentido, es justo reconocer que la biodiversidad es también fruto, al margen de factores biogeográficos y coincidencias geológicas, de la integración histórica entre la gestión del medio y el uso de los recursos naturales.” Ejemplos de ello son el aprovechamiento de las dehesas o el uso tradicional de las acequias.
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Los conocimientos tradicionales contribuyen tanto a la conservación como a la utilización sostenible de la diversidad biológica. En este sentido, por ejemplo la pérdida de idiomas erosiona la diversidad cultural y amenaza gravemente la capacidad de los pueblos para compartir y usar esos conocimientos. El Atlas de las Lenguas del Mundo en Peligro de Desaparición publicado por la UNESCO en 2010 estima en al menos un 43% de los idiomas se encuentran en peligro de desaparecer.
Además, la biodiversidad y la diversidad cultural también se retroalimentan en cuanto a los bienes inmateriales que los ecosistemas nos ofrecen: valores estéticos y paisajísticos, recreación y ecoturismo, enriquecimiento espiritual y religioso, herencia cultural y relaciones sociales. De hecho, más de 400 millones de miembros de comunidades indígenas y locales consideran la biodiversidad no solo como una fuente de bienestar, sino también como el pilar de su identidad cultural y espiritual. Esta asignación de valores espirituales, religiosos o sociales a elementos de la naturaleza favorece la cohesión social y la identidad de los pueblos, a la vez que la propia defensa de sus tradiciones permite proteger y mantener en el tiempo la biodiversidad de las zonas que habitan. Por ejemplo, los bosques sagrados del centro de Tanzanía contienen más biodiversidad de plantas leñosas que los bosques manejados. Por tanto, preservar la diversidad cultural se traduce en la conservación de la biodiversidad.
En Andalucía, la biodiversidad está íntimamente ligada a nuestra cultura y forma parte de nuestra identidad. Tal y como recoge en su diagnóstico la Estrategia andaluza de gestión integrada de la Biodiversidad: “desde su origen, el ser humano está estrechamente ligado a los ecosistemas que habita. Sobre ellos construye y reconoce sus paisajes, desarrolla sus rasgos de identidad y modela buena parte de sus relaciones sociales. En este sentido, es justo reconocer que la biodiversidad es también fruto, al margen de factores biogeográficos y coincidencias geológicas, de la integración histórica entre la gestión del medio y el uso de los recursos naturales.” Ejemplos de ello son el aprovechamiento de las dehesas o el uso tradicional de las acequias.