El 18 de junio de 2015 la Santa Sede presentó en Roma la Carta Encíclica Laudato Si’ sobre el cuidado de la casa común que constituye una brillante aportación, posiblemente la más progresista hecha nunca por un dirigente de influencia mundial, por el bien del planeta y sus habitantes, especialmente por los más desfavorecidos, con pautas concretas de actuación. Según el anuario estadístico de la Iglesia, el número de católicos en el mundo es de 1.285 millones, el 17,7 por ciento de la población mundial. Si los dirigentes y católicos, y también los que detentan el poder económico, siguiesen las ideas del papa Francisco y el Evangelio de Jesús, por encima de intereses económicos y políticos, quizás el mundo podría tener alguna esperanza. Estamos en septiembre de 2017, han pasado dos años desde la publicación de este esencial documento. ¿Qué ha ocurrido en el mundo en este tiempo? Evidentemente han ocurrido cosas buenas, acciones generosas, hay bondad y amor. Pero a nivel global la situación es peor que en 2015. Se mantienen las guerras injustas, las migraciones, el desastre ambiental, los descartes sociales, el hambre, la enfermedad y las desigualdades sociales. El mundo se arma escandalosamente para intentar parar el odio con mucho más odio. El terrorismo golpea al mundo, un terrorismo generado por un odio cuyas causas profundas deberían ser analizadas para buscar soluciones que no incluyan un holocausto global. Se genera mucho odio en países sufrientes. El mundo creyente tiene que tomar la palabra y pasar a la acción para parar esta locura. El papa Francisco ha dicho que «el terrorismo cristiano no existe, el terrorismo judío no existe y el terrorismo musulmán no existe. Los pobres y los pueblos más pobres son acusados de violencia pero, sin igualdad de oportunidades, las diferentes formas de agresión y conflicto encontrarán un terreno fértil para crecer y eventualmente explotará» (Mensaje del papa Francisco con ocasión del Encuentro de Movimientos Populares, Modesto, California, febrero de 2017). La Carta Encíclica Laudato Si’ mostraba un camino para todos, que no ha sido considerado. En dicho documento nos dice el papa Francisco que «el amor puede más» y por ello podemos «concebir el planeta como patria y la humanidad como pueblo que habita en una casa de todos». Los seres humanos entre un millón y 100.000 años experimentaron la revolución de las herramientas y el control del fuego, entre 100.000 y 10.000 años apareció la revolución agrícola, desde hace 8.000 años la revolución urbana, y hace menos de 300 años la revolución industrial hasta nuestros días. La incidencia humana en el planeta y la capacidad aparente de control que tenemos sobre el mismo han hecho que a este periodo de dominio del ser humano se le haya dado el nombre de Antropoceno, donde se manifiesta la interacción negativa del ser humano con los sistemas naturales y con el propio ser humano. Los seres humanos del Antropoceno sufren de manera intensa. Pero aún es posible el cambio. El papa Francisco habla «de la necesidad de una Revolución Cultural». El Papa manifiesta la necesidad de una «ecología integral, que incorpore las dimensiones humanas y sociales», y nos dice que «la ecología también exige sentarse a pensar y a discutir acerca de las condiciones de vida y de supervivencia de una sociedad, con la honestidad para poner en duda modelos de desarrollo, producción y consumo». El papa Francisco propone para el conjunto del planeta y sus sociedades un Desarrollo Humano Integral. Pide el Papa la oración de los creyentes ante tanta despreocupación por la casa común y sus criaturas, «los creyentes no podemos dejar de pedir a Dios por el avance positivo en las discusiones actuales, de manera que las generaciones futuras no sufran las consecuencias de imprudentes retardos». Es una llamada a los creyentes de todas las confesiones. El Papa nos delimita una ruta a partir del «desarrollo de una conciencia de origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos, imprescindibles para el cambio desde el respeto a la persona humana en cuanto a tal, con derechos básicos e inalienables ordenados a su desarrollo integral».
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El 18 de junio de 2015 la Santa Sede presentó en Roma la Carta Encíclica Laudato Si’ sobre el cuidado de la casa común que constituye una brillante aportación, posiblemente la más progresista hecha nunca por un dirigente de influencia mundial, por el bien del planeta y sus habitantes, especialmente por los más desfavorecidos, con pautas concretas de actuación. Según el anuario estadístico de la Iglesia, el número de católicos en el mundo es de 1.285 millones, el 17,7 por ciento de la población mundial. Si los dirigentes y católicos, y también los que detentan el poder económico, siguiesen las ideas del papa Francisco y el Evangelio de Jesús, por encima de intereses económicos y políticos, quizás el mundo podría tener alguna esperanza. Estamos en septiembre de 2017, han pasado dos años desde la publicación de este esencial documento. ¿Qué ha ocurrido en el mundo en este tiempo? Evidentemente han ocurrido cosas buenas, acciones generosas, hay bondad y amor. Pero a nivel global la situación es peor que en 2015. Se mantienen las guerras injustas, las migraciones, el desastre ambiental, los descartes sociales, el hambre, la enfermedad y las desigualdades sociales. El mundo se arma escandalosamente para intentar parar el odio con mucho más odio. El terrorismo golpea al mundo, un terrorismo generado por un odio cuyas causas profundas deberían ser analizadas para buscar soluciones que no incluyan un holocausto global. Se genera mucho odio en países sufrientes. El mundo creyente tiene que tomar la palabra y pasar a la acción para parar esta locura. El papa Francisco ha dicho que «el terrorismo cristiano no existe, el terrorismo judío no existe y el terrorismo musulmán no existe. Los pobres y los pueblos más pobres son acusados de violencia pero, sin igualdad de oportunidades, las diferentes formas de agresión y conflicto encontrarán un terreno fértil para crecer y eventualmente explotará» (Mensaje del papa Francisco con ocasión del Encuentro de Movimientos Populares, Modesto, California, febrero de 2017). La Carta Encíclica Laudato Si’ mostraba un camino para todos, que no ha sido considerado. En dicho documento nos dice el papa Francisco que «el amor puede más» y por ello podemos «concebir el planeta como patria y la humanidad como pueblo que habita en una casa de todos». Los seres humanos entre un millón y 100.000 años experimentaron la revolución de las herramientas y el control del fuego, entre 100.000 y 10.000 años apareció la revolución agrícola, desde hace 8.000 años la revolución urbana, y hace menos de 300 años la revolución industrial hasta nuestros días. La incidencia humana en el planeta y la capacidad aparente de control que tenemos sobre el mismo han hecho que a este periodo de dominio del ser humano se le haya dado el nombre de Antropoceno, donde se manifiesta la interacción negativa del ser humano con los sistemas naturales y con el propio ser humano. Los seres humanos del Antropoceno sufren de manera intensa. Pero aún es posible el cambio. El papa Francisco habla «de la necesidad de una Revolución Cultural». El Papa manifiesta la necesidad de una «ecología integral, que incorpore las dimensiones humanas y sociales», y nos dice que «la ecología también exige sentarse a pensar y a discutir acerca de las condiciones de vida y de supervivencia de una sociedad, con la honestidad para poner en duda modelos de desarrollo, producción y consumo». El papa Francisco propone para el conjunto del planeta y sus sociedades un Desarrollo Humano Integral. Pide el Papa la oración de los creyentes ante tanta despreocupación por la casa común y sus criaturas, «los creyentes no podemos dejar de pedir a Dios por el avance positivo en las discusiones actuales, de manera que las generaciones futuras no sufran las consecuencias de imprudentes retardos». Es una llamada a los creyentes de todas las confesiones. El Papa nos delimita una ruta a partir del «desarrollo de una conciencia de origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos, imprescindibles para el cambio desde el respeto a la persona humana en cuanto a tal, con derechos básicos e inalienables ordenados a su desarrollo integral».