La sobrepesca no es un fenómeno completamente nuevo, pero fue durante el siglo XX cuando alcanzó escala global. Las modalidades tradicionales de pesca, como las pesquerías artesanales de atún en el Mediterráneo, han desaparecido o lo harán casi con seguridad en los próximos años, por una doble causa: la imposibilidad de competir con los métodos industriales modernos de alta tecnología, mucho más rentables, y sobre todo la ausencia de ejemplares suficientes que permitan mantener un modo de vida que en ocasiones se habían sostenido durante siglos o milenios.
La Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO) estima que el 77% de las especies con valor comercial están afectadas en mayor o menor grado de sobrepesca (8% ligeramente, 17% en sobreexplotación y 52% en sobreexplotación máxima).1
Las capturas de pesca alcanzaron un máximo de 100 millones de toneladas en el año 2000, pero la producción disminuyó por primera vez desde 1.990, a pesar de que la capacidad pesquera no ha dejado de aumentar. Los individuos capturados son cada vez de menor calibre, y más jóvenes. La proporción de capturas en las zonas bajas de la cadena trófica ha aumentado.
Los buques factoría faenan cada vez en más zonas (África occidental, Océano Índico, Océano Pacífico, etc.), pescando cada vez a mayor profundidad, capturando numerosas especies y colapsando los ecosistemas, sobre todo por culpa de redes abisales y de arrastre. Como consecuencia de la pugna entre flotas que compiten por los mismos recursos, y dado que suelen ganar estas batallas los que usan métodos más agresivos (y por tanto más dañinos para el ambiente), empezó a imponerse la pesca de arrastre de fondo, método de pesca hoy muy extendido. Hace varias décadas se popularizó la pesca de atunes y pez espada con grandes redes de deriva, de hasta 20 km de longitud, hoy en día prohibidas por la ONU y por la Unión Europea. Pero estos problemas no han terminado; hay flotas europeas que pescan sardinas y boquerones con redes de arrastre pelágico, mientras que la flota española usa redes de cerco, un modo de captura más sostenible; se espera que la Unión Europea apruebe leyes en este sentido. La tecnificación de la pesca ha dado lugar a un aumento rápido de las capturas secundarias o colaterales. El 25% de lo pescado, es decir, 27 millones de toneladas, es arrojado de nuevo al agua, (por tratarse de especies distintas a las buscadas), si bien ya se trata de animales muertos. delfines, tortugas y pájaros marinos (100.000 albatros al año), son así capturados y muertos durante la pesca. Además, las redes abandonadas causan también innumerables muertes de animales.
Las especies que se buscan con mayor insistencia son los depredadores situados en la cima de las cadenas alimentarias, que poseen un gran valor comercial en los mercados de los países desarrollados, siendo a la vez las capturas con unos índices más altos de contaminación por bioconcentrados, especialmente el metilmercurio. Esta especificidad selectiva de la pesca tiene graves consecuencias en las cadenas tróficas, alcanzando a los mamíferos y a los pájaros, como se pone de manifiesto en los siguientes ejemplos:
En febrero de 2008, con ocasión de la reunión del Foro Mundial de Ministros del Ambiente (GMEF), se concluyó, tomando como base un informe titulado “In Dead Water”, que el recalentamiento climático magnificaba el efecto de la contaminación, de las especies invasivas, y de la sobrepesca en las principales zonas pesqueras del planeta, lo que puede dar lugar a un triple problema: ecológico, económico, y de desarrollo).2
Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), entre un 10% y un 15% de los océanos están afectados directamente por la sobrepesca, pero con impactos que afectan o afectarán “al menos a tres cuartas partes de las principales zonas pesqueras mundiales”. Se observa ya una degradación de los océanos, alerta la ONU, que ya en 2004 había señalado más de 100 “zonas marinas muertas” en bahías, estuarios o mares interiores.
Siempre según la ONU, millones de personas dependen de la pesca, sobre todo en países pobres; casi 2,6 millardos consumen primordialmente proteínas provenientes de productos del mar (el balance ecológico de la piscicultura industrial aún está en discusión). Además, del 80% al 100% de los arrecifes coralinos del mundo están amenazados por el blanqueamiento de corales, degradación o desaparición causados por la elevación del nivel de los océanos que podría ser producido por el calentamiento global. Se teme, finalmente, una aceleración de la acidulación de los océanos, inducida por el CO2, que podría agravar estos problemas, afectando entonces a los microorganismos del plancton, en la base misma de la cadena alimentaria.3
La sobrepesca no es un fenómeno completamente nuevo, pero fue durante el siglo XX cuando alcanzó escala global. Las modalidades tradicionales de pesca, como las pesquerías artesanales de atún en el Mediterráneo, han desaparecido o lo harán casi con seguridad en los próximos años, por una doble causa: la imposibilidad de competir con los métodos industriales modernos de alta tecnología, mucho más rentables, y sobre todo la ausencia de ejemplares suficientes que permitan mantener un modo de vida que en ocasiones se habían sostenido durante siglos o milenios.
La Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO) estima que el 77% de las especies con valor comercial están afectadas en mayor o menor grado de sobrepesca (8% ligeramente, 17% en sobreexplotación y 52% en sobreexplotación máxima).1
Las capturas de pesca alcanzaron un máximo de 100 millones de toneladas en el año 2000, pero la producción disminuyó por primera vez desde 1.990, a pesar de que la capacidad pesquera no ha dejado de aumentar. Los individuos capturados son cada vez de menor calibre, y más jóvenes. La proporción de capturas en las zonas bajas de la cadena trófica ha aumentado.
Los buques factoría faenan cada vez en más zonas (África occidental, Océano Índico, Océano Pacífico, etc.), pescando cada vez a mayor profundidad, capturando numerosas especies y colapsando los ecosistemas, sobre todo por culpa de redes abisales y de arrastre. Como consecuencia de la pugna entre flotas que compiten por los mismos recursos, y dado que suelen ganar estas batallas los que usan métodos más agresivos (y por tanto más dañinos para el ambiente), empezó a imponerse la pesca de arrastre de fondo, método de pesca hoy muy extendido. Hace varias décadas se popularizó la pesca de atunes y pez espada con grandes redes de deriva, de hasta 20 km de longitud, hoy en día prohibidas por la ONU y por la Unión Europea. Pero estos problemas no han terminado; hay flotas europeas que pescan sardinas y boquerones con redes de arrastre pelágico, mientras que la flota española usa redes de cerco, un modo de captura más sostenible; se espera que la Unión Europea apruebe leyes en este sentido. La tecnificación de la pesca ha dado lugar a un aumento rápido de las capturas secundarias o colaterales. El 25% de lo pescado, es decir, 27 millones de toneladas, es arrojado de nuevo al agua, (por tratarse de especies distintas a las buscadas), si bien ya se trata de animales muertos. delfines, tortugas y pájaros marinos (100.000 albatros al año), son así capturados y muertos durante la pesca. Además, las redes abandonadas causan también innumerables muertes de animales.
Las especies que se buscan con mayor insistencia son los depredadores situados en la cima de las cadenas alimentarias, que poseen un gran valor comercial en los mercados de los países desarrollados, siendo a la vez las capturas con unos índices más altos de contaminación por bioconcentrados, especialmente el metilmercurio. Esta especificidad selectiva de la pesca tiene graves consecuencias en las cadenas tróficas, alcanzando a los mamíferos y a los pájaros, como se pone de manifiesto en los siguientes ejemplos:
En febrero de 2008, con ocasión de la reunión del Foro Mundial de Ministros del Ambiente (GMEF), se concluyó, tomando como base un informe titulado “In Dead Water”, que el recalentamiento climático magnificaba el efecto de la contaminación, de las especies invasivas, y de la sobrepesca en las principales zonas pesqueras del planeta, lo que puede dar lugar a un triple problema: ecológico, económico, y de desarrollo).2
Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), entre un 10% y un 15% de los océanos están afectados directamente por la sobrepesca, pero con impactos que afectan o afectarán “al menos a tres cuartas partes de las principales zonas pesqueras mundiales”. Se observa ya una degradación de los océanos, alerta la ONU, que ya en 2004 había señalado más de 100 “zonas marinas muertas” en bahías, estuarios o mares interiores.
Siempre según la ONU, millones de personas dependen de la pesca, sobre todo en países pobres; casi 2,6 millardos consumen primordialmente proteínas provenientes de productos del mar (el balance ecológico de la piscicultura industrial aún está en discusión). Además, del 80% al 100% de los arrecifes coralinos del mundo están amenazados por el blanqueamiento de corales, degradación o desaparición causados por la elevación del nivel de los océanos que podría ser producido por el calentamiento global. Se teme, finalmente, una aceleración de la acidulación de los océanos, inducida por el CO2, que podría agravar estos problemas, afectando entonces a los microorganismos del plancton, en la base misma de la cadena alimentaria.3