Gran parte de la élite política en México tiene serios problemas para comprender éticamente qué significa el arte supremo de gobernar. Las nuevas generaciones de esta clase no se miran como servidores públicos sino como merecedores de privilegios obtenidos desde la cuna por apellido o tradición, por lo que no se han preocupado por profesionalizar sus habilidades para fortalecer el desarrollo social, la democracia y mucho menos la generación de una sociedad más crítica. Por el contrario, la dádiva y el clientelismo sigue siendo la maquinaria que se privilegia para movilizar el sufragio y asegurar su permanencia indistintamente del partido político.
Los vientos de la “modernidad” europea y sajona llegaron tarde a México y, en general, a toda América Latina. El liberalismo arribó a nuestro país hasta el siglo XIX, cuando Benito Juárez limitó los privilegios de la clase colonial, pero este gremio se adaptó y evolucionó hasta nuestros días con características fundamentalmente opuestas a las clases políticas de los países desarrollados.
La élite mexicana contemporánea se forjó desde la reforma liberal, dando pie a procesos dictatoriales como el porfiriato y su respuesta revolucionaria que aglutinó a diversos sectores sociales para legitimarse y heredar el poder desde hace años, con temporalidades compartidas, pero que en esencia son parte de la misma “familia revolucionaria”.
Gran parte de la élite política en México tiene serios problemas para comprender éticamente qué significa el arte supremo de gobernar. Las nuevas generaciones de esta clase no se miran como servidores públicos sino como merecedores de privilegios obtenidos desde la cuna por apellido o tradición, por lo que no se han preocupado por profesionalizar sus habilidades para fortalecer el desarrollo social, la democracia y mucho menos la generación de una sociedad más crítica. Por el contrario, la dádiva y el clientelismo sigue siendo la maquinaria que se privilegia para movilizar el sufragio y asegurar su permanencia indistintamente del partido político.
Los vientos de la “modernidad” europea y sajona llegaron tarde a México y, en general, a toda América Latina. El liberalismo arribó a nuestro país hasta el siglo XIX, cuando Benito Juárez limitó los privilegios de la clase colonial, pero este gremio se adaptó y evolucionó hasta nuestros días con características fundamentalmente opuestas a las clases políticas de los países desarrollados.
La élite mexicana contemporánea se forjó desde la reforma liberal, dando pie a procesos dictatoriales como el porfiriato y su respuesta revolucionaria que aglutinó a diversos sectores sociales para legitimarse y heredar el poder desde hace años, con temporalidades compartidas, pero que en esencia son parte de la misma “familia revolucionaria”.