4. El arte de la lectura, como comentara Pedro Salinas, es cada vez más difícil. Requiere tiempo, silencio y una cierta disposición interior. En nuestra civilización de consumo, apresuramiento y desarrollo tecnológico, es difícil dejar tiempo y silencio para la lectura. Vivimos atiborrados de noticias inútiles, atontados por los ruidos y asediados por una espesa banalidad. Tenemos tantísimos libros que es difícil penetrar a fondo en algunos con pasión.
Pero los clásicos no son fáciles, piden un cierto reposo en la lectura y un empeño por entenderlos a fondo. Requieren, como deseaba Nietzsche, lectores lentos, atentos a los matices y a los ecos. Esa lectura despaciosa, que degusta a fondo el texto, es ya un lujo raro.
5. No todos los clásicos poseen igual grandeza ni paralelos atractivos o idénticos méritos, y no todos están situados a la misma distancia, en el tiempo y el idioma, de la sensibilidad del lector. Podríamos insinuar aquí una distinción sencilla entre los clásicos universales (aunque queda bien entendido que "universales" quiere decir los de nuestra civilización occidental) y los nacionales (en los que el uso del propio idioma resulta un rasgo decisivo para su valoración). Los primeros serían el núcleo del canon: Homero, Esquilo, Platón, Virgilio, Dante, Shakespeare, Cervantes o Molière. Son los gigantes de la literatura, cuya obra se alza esplendorosa por encima de su lengua, época y nación.
Los nacionales son los mejores representantes de una lengua y cultura, pero cuya grandeza resulta mejor valorada en su propia tradición cultural. Su uso del idioma los ha convertido en referencias indispensables de la escuela y la literatura nacional. Son Quevedo,Góngora, Chaucer, Sterne, Corneille, Racine, Schiller o Pushkin.
4. El arte de la lectura, como comentara Pedro Salinas, es cada vez más difícil. Requiere tiempo, silencio y una cierta disposición interior. En nuestra civilización de consumo, apresuramiento y desarrollo tecnológico, es difícil dejar tiempo y silencio para la lectura. Vivimos atiborrados de noticias inútiles, atontados por los ruidos y asediados por una espesa banalidad. Tenemos tantísimos libros que es difícil penetrar a fondo en algunos con pasión.
Pero los clásicos no son fáciles, piden un cierto reposo en la lectura y un empeño por entenderlos a fondo. Requieren, como deseaba Nietzsche, lectores lentos, atentos a los matices y a los ecos. Esa lectura despaciosa, que degusta a fondo el texto, es ya un lujo raro.
5. No todos los clásicos poseen igual grandeza ni paralelos atractivos o idénticos méritos, y no todos están situados a la misma distancia, en el tiempo y el idioma, de la sensibilidad del lector. Podríamos insinuar aquí una distinción sencilla entre los clásicos universales (aunque queda bien entendido que "universales" quiere decir los de nuestra civilización occidental) y los nacionales (en los que el uso del propio idioma resulta un rasgo decisivo para su valoración). Los primeros serían el núcleo del canon: Homero, Esquilo, Platón, Virgilio, Dante, Shakespeare, Cervantes o Molière. Son los gigantes de la literatura, cuya obra se alza esplendorosa por encima de su lengua, época y nación.
Los nacionales son los mejores representantes de una lengua y cultura, pero cuya grandeza resulta mejor valorada en su propia tradición cultural. Su uso del idioma los ha convertido en referencias indispensables de la escuela y la literatura nacional. Son Quevedo,Góngora, Chaucer, Sterne, Corneille, Racine, Schiller o Pushkin.