La crisis indudablemente ha afectado a América Latina y una recuperación lenta nos seguirá afectando. En un trabajo escrito a principios de 2009 (Machinea, 2009) se proyectaban los posibles resultados de la cuenta corriente en 2009 en dos escenarios, considerando solamente los impactos que se derivan de la crisis financiera internacional, es decir, dejando de lado los ajustes que pudieran darse por devaluaciones del tipo de cambio y del nivel de actividad económica. En el escenario menos pesimista el déficit en cuenta corriente alcanzaría 3.3 puntos del producto, ya que pasaría de 0.7 observado en 2008 a 4.0 en 2009, mientras en la alternativa pesimista el déficit llegaría a 5.1% del PIB. Si a ello se agrega una probable caída de la inversión extranjera equivalente a 1.6 del producto, se pensaba que habría una necesidad adicional de financiamiento externo de 91 mil millones de dólares. Además, al sumar los vencimientos de la deuda externa que podrían ser de 120 mil millones de dólares, resultaban requerimientos externos totales de 210 mil millones de dólares, que se pensaba que serían difíciles de obtener dado el cierre de las fuentes privadas de financiamiento internacional.
Se estimó que las finanzas públicas también se afectarían, ya que los ingresos fiscales y los precios de los productos básicos de importación están directamente relacionados. CEPAL a finales de 2008 había proyectado para el conjunto de los países de América Latina y el Caribe un incremento del déficit fiscal de 1.3 puntos del producto (CEPAL, 2008b) que prácticamente resultó exacto ya que pasó de 1.2 a 2.6% del producto (CEPAL, 2009c). Este déficit se consideraba manejable porque las cuentas públicas habían acumulado grados de libertad importantes. Sin embargo, la conclusión del organismo regional era que estas fortalezas relativas no serían suficientes para compensar la disminución de la demanda y el desequilibrio externo y fiscal. El panorama era claramente complicado para la población latinoamericana y los gobiernos estaban obligados a encontrar unas políticas capaces de amortiguar los impactos tanto a nivel de la economía como particularmente en relación con sectores específicos de la población. Por esta razón, en el centro se ubicó la instrumentación de políticas contracíclicas que, naturalmente, no podrán tener la fuerza de las que implementen los gobiernos de los países desarrollados.
La explicación de esta asimetría está dada porque los países en desarrollo carecen de redes sociales de protección que en Europa funcionan como estabilizadores automáticos de los impactos sociales de la recesión y porque en épocas recesivas los capitales buscan seguridad más que rendimiento, lo que les lleva a los mercados de capitales de los países desarrollados provocando que allá se reduzca la tasa de interés y acá aumente. Además, las monedas duras de los países desarrollados se aprecian y las monedas de los países periféricos se deprecian. A ello hay que agregar que, pese a que la recesión comenzó en los países desarrollados y es allí donde los problemas centrales han sido mayores, el riesgo–país promedio de los países emergentes aumentó 445 puntos base entre junio y diciembre de 2008, en tanto que ese riesgo notablemente incrementado en los países desarrollados no ha tenido ninguna significación en el costo de las emisiones de papel gubernamental, particularmente del estadounidense durante todo 2008 e incluso en 2009.
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La crisis indudablemente ha afectado a América Latina y una recuperación lenta nos seguirá afectando. En un trabajo escrito a principios de 2009 (Machinea, 2009) se proyectaban los posibles resultados de la cuenta corriente en 2009 en dos escenarios, considerando solamente los impactos que se derivan de la crisis financiera internacional, es decir, dejando de lado los ajustes que pudieran darse por devaluaciones del tipo de cambio y del nivel de actividad económica. En el escenario menos pesimista el déficit en cuenta corriente alcanzaría 3.3 puntos del producto, ya que pasaría de 0.7 observado en 2008 a 4.0 en 2009, mientras en la alternativa pesimista el déficit llegaría a 5.1% del PIB. Si a ello se agrega una probable caída de la inversión extranjera equivalente a 1.6 del producto, se pensaba que habría una necesidad adicional de financiamiento externo de 91 mil millones de dólares. Además, al sumar los vencimientos de la deuda externa que podrían ser de 120 mil millones de dólares, resultaban requerimientos externos totales de 210 mil millones de dólares, que se pensaba que serían difíciles de obtener dado el cierre de las fuentes privadas de financiamiento internacional.
Se estimó que las finanzas públicas también se afectarían, ya que los ingresos fiscales y los precios de los productos básicos de importación están directamente relacionados. CEPAL a finales de 2008 había proyectado para el conjunto de los países de América Latina y el Caribe un incremento del déficit fiscal de 1.3 puntos del producto (CEPAL, 2008b) que prácticamente resultó exacto ya que pasó de 1.2 a 2.6% del producto (CEPAL, 2009c). Este déficit se consideraba manejable porque las cuentas públicas habían acumulado grados de libertad importantes. Sin embargo, la conclusión del organismo regional era que estas fortalezas relativas no serían suficientes para compensar la disminución de la demanda y el desequilibrio externo y fiscal. El panorama era claramente complicado para la población latinoamericana y los gobiernos estaban obligados a encontrar unas políticas capaces de amortiguar los impactos tanto a nivel de la economía como particularmente en relación con sectores específicos de la población. Por esta razón, en el centro se ubicó la instrumentación de políticas contracíclicas que, naturalmente, no podrán tener la fuerza de las que implementen los gobiernos de los países desarrollados.
La explicación de esta asimetría está dada porque los países en desarrollo carecen de redes sociales de protección que en Europa funcionan como estabilizadores automáticos de los impactos sociales de la recesión y porque en épocas recesivas los capitales buscan seguridad más que rendimiento, lo que les lleva a los mercados de capitales de los países desarrollados provocando que allá se reduzca la tasa de interés y acá aumente. Además, las monedas duras de los países desarrollados se aprecian y las monedas de los países periféricos se deprecian. A ello hay que agregar que, pese a que la recesión comenzó en los países desarrollados y es allí donde los problemas centrales han sido mayores, el riesgo–país promedio de los países emergentes aumentó 445 puntos base entre junio y diciembre de 2008, en tanto que ese riesgo notablemente incrementado en los países desarrollados no ha tenido ninguna significación en el costo de las emisiones de papel gubernamental, particularmente del estadounidense durante todo 2008 e incluso en 2009.