Primer Mandamiento Eucarístico: comulgar y adorar a Dios uno y Trino.
El Primer Mandamiento Eucarístico de todo católico es comulgar y adorar la Eucaristía y a Dios en Ella con toda el alma, con todo el espíritu y con todas las fuerzas. Algo que está en sintonía exacta y completa con lo establecido en el Código de Derecho Canónico cánon 898 y con el Catecismo Oficial de la Iglesia Católica artículo 1378 (ver más). Ese es el primer deber eucarístico de todo católico y el más grande y el más importante, y atañe a nuestra relación con la Eucaristía misma, con la Santísima Trinidad: con Dios Padre, con Dios Hijo Jesucristo y con Dios Espíritu Santo.
Segundo Mandamiento Eucarístico: comulgar y amar al prójimo en Dios.
El Segundo deber o Mandamiento Eucarístico de todo católico es comulgar y amar al prójimo por medio de la Eucaristía. Prójimo es todo aquel que sea merecedor de nuestro amor, oración, compasión y ayuda; es decir, todas las almas del cielo, todas las almas del purgatorio, y todas las almas de la tierra. Todas las almas del cielo son todas las almas humanas que han alcanzado el cielo (la Virgen María en primer lugar, los apóstoles, mártires, santos, y todas las almas salvadas desde el principio del mundo hasta hoy). Todas las almas del purgatorio son todas las almas que habiéndose salvado aún están purificándose antes de su entrada definitiva al cielo. Todas las almas de la tierra, son todas las bautizadas y confesadas y que, por tanto, participan de la Gracia Santificante y están unidas a Jesucristo por un mismo Espíritu Santo; estas almas participan también de la presencia eucarística de Jesucristo en cierto grado proporcional a su gracia y purificación (ver este artículo). Pero no podemos excluir a las almas no bautizadas o en pecado mortal pues, aunque son un caso especial ya que no participan de la Gracia Santificante ni de la Presencia Eucarística de Jesucristo, eso no las excluye de su necesidad y derecho de ser amadas y comulgadas, sino al contrario, las pone en una situación de necesidad mayor de nuestra oración. Y, no hay oración más grande y más eficaz que podamos hacer por una de estas almas que unirlas espiritualmente a nuestra Eucaristía en el momento de comulgar para que, bañadas y purificadas espiritual e intercesoriamente en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, en el modo y grado que Dios nos conceda, encuentren alivio y luz para su camino de vida espiritual y un día puedan alcanzar ser bautizadas, la conversión de vida o la confesión. Por tanto, en el momento de comulgar hemos de incluir a todas las almas: las que están en Gracia y las que no están, si bien con las primeras es con quienes esta unión eucarística se vive en toda su potencia y su plenitud; pero las segundas lo necesitan aún más que las primeras.
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Primer Mandamiento Eucarístico: comulgar y adorar a Dios uno y Trino.
El Primer Mandamiento Eucarístico de todo católico es comulgar y adorar la Eucaristía y a Dios en Ella con toda el alma, con todo el espíritu y con todas las fuerzas. Algo que está en sintonía exacta y completa con lo establecido en el Código de Derecho Canónico cánon 898 y con el Catecismo Oficial de la Iglesia Católica artículo 1378 (ver más). Ese es el primer deber eucarístico de todo católico y el más grande y el más importante, y atañe a nuestra relación con la Eucaristía misma, con la Santísima Trinidad: con Dios Padre, con Dios Hijo Jesucristo y con Dios Espíritu Santo.
Segundo Mandamiento Eucarístico: comulgar y amar al prójimo en Dios.
El Segundo deber o Mandamiento Eucarístico de todo católico es comulgar y amar al prójimo por medio de la Eucaristía. Prójimo es todo aquel que sea merecedor de nuestro amor, oración, compasión y ayuda; es decir, todas las almas del cielo, todas las almas del purgatorio, y todas las almas de la tierra. Todas las almas del cielo son todas las almas humanas que han alcanzado el cielo (la Virgen María en primer lugar, los apóstoles, mártires, santos, y todas las almas salvadas desde el principio del mundo hasta hoy). Todas las almas del purgatorio son todas las almas que habiéndose salvado aún están purificándose antes de su entrada definitiva al cielo. Todas las almas de la tierra, son todas las bautizadas y confesadas y que, por tanto, participan de la Gracia Santificante y están unidas a Jesucristo por un mismo Espíritu Santo; estas almas participan también de la presencia eucarística de Jesucristo en cierto grado proporcional a su gracia y purificación (ver este artículo). Pero no podemos excluir a las almas no bautizadas o en pecado mortal pues, aunque son un caso especial ya que no participan de la Gracia Santificante ni de la Presencia Eucarística de Jesucristo, eso no las excluye de su necesidad y derecho de ser amadas y comulgadas, sino al contrario, las pone en una situación de necesidad mayor de nuestra oración. Y, no hay oración más grande y más eficaz que podamos hacer por una de estas almas que unirlas espiritualmente a nuestra Eucaristía en el momento de comulgar para que, bañadas y purificadas espiritual e intercesoriamente en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, en el modo y grado que Dios nos conceda, encuentren alivio y luz para su camino de vida espiritual y un día puedan alcanzar ser bautizadas, la conversión de vida o la confesión. Por tanto, en el momento de comulgar hemos de incluir a todas las almas: las que están en Gracia y las que no están, si bien con las primeras es con quienes esta unión eucarística se vive en toda su potencia y su plenitud; pero las segundas lo necesitan aún más que las primeras.
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