En los primeros días de julio, Alan García emprendió un viaje a Italia. Realizó una primera escala en Colombia y una segunda en Madrid, en dónde se entrevistó con el presidente del gobierno, Felipe González, a quien le transmitió su preocupación por la financiación de la deuda iberoamericana, su apoyo al Grupo Contadora y a la presidencia de Daniel Ortega en Nicaragua.1
El 20 de julio, García anunció que su primer gabinete estaría integrado por Luis Alva Castro como Presidente del Consejo de Ministros y en el Ministerio de Economía y Finanzas; del mismo modo, anunció a los otros ministros y remarcó que Allan Wagner (un independiente) ocuparía la cartera de Relaciones Exteriores y que Carlos Blancas (un demócrata-cristiano) sería su Ministro de Trabajo.
La ceremonia de transmisión de mando se realizó el domingo 28 de julio de 1985, se contó con la presencia de los presidentes Raúl Alfonsín de Argentina, Hernán Siles Zuazo de Bolivia, Belisario Betancourt de Colombia, Nicolás Ardito Barletta de Panamá, Salvador Jorge Blanco de República Dominicana y Julio María Sanguinetti de Uruguay; asimismo estuvo el secretario de Hacienda de los Estados Unidos de América, James Baker.
Alan García dio un mensaje a la nación que duró casi dos horas, en el que anunció medidas contra la corrupción pública, la reorganización de las fuerzas policiales en un plazo de 60 días, la eliminación de exoneraciones tributarias a las compañías petroleras que operaban en el país, la reducción de la compra de una escuadrilla de aviones Mirage 2000, la reducción de su sueldo como presidente y la formación de una comisión de paz para iniciar una amnistía. Pero el punto más controvertido fue en lo que respecta al problema de la deuda externa: anunció su decisión de dialogar directamente con los acreedores, sin usar como intermediario al Fondo Monetario Internacional (FMI), y adelantó que, durante un año, el Perú destinaría al servicio de su deuda solo el diez por ciento del valor total de las exportaciones, y no el sesenta por ciento, como se venía exigiendo.2 El propósito de tan audaz decisión, según explicaría después, era reconstruir las reservas internacionales, que se hallaban mermadas.3
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En los primeros días de julio, Alan García emprendió un viaje a Italia. Realizó una primera escala en Colombia y una segunda en Madrid, en dónde se entrevistó con el presidente del gobierno, Felipe González, a quien le transmitió su preocupación por la financiación de la deuda iberoamericana, su apoyo al Grupo Contadora y a la presidencia de Daniel Ortega en Nicaragua.1
El 20 de julio, García anunció que su primer gabinete estaría integrado por Luis Alva Castro como Presidente del Consejo de Ministros y en el Ministerio de Economía y Finanzas; del mismo modo, anunció a los otros ministros y remarcó que Allan Wagner (un independiente) ocuparía la cartera de Relaciones Exteriores y que Carlos Blancas (un demócrata-cristiano) sería su Ministro de Trabajo.
La ceremonia de transmisión de mando se realizó el domingo 28 de julio de 1985, se contó con la presencia de los presidentes Raúl Alfonsín de Argentina, Hernán Siles Zuazo de Bolivia, Belisario Betancourt de Colombia, Nicolás Ardito Barletta de Panamá, Salvador Jorge Blanco de República Dominicana y Julio María Sanguinetti de Uruguay; asimismo estuvo el secretario de Hacienda de los Estados Unidos de América, James Baker.
Alan García dio un mensaje a la nación que duró casi dos horas, en el que anunció medidas contra la corrupción pública, la reorganización de las fuerzas policiales en un plazo de 60 días, la eliminación de exoneraciones tributarias a las compañías petroleras que operaban en el país, la reducción de la compra de una escuadrilla de aviones Mirage 2000, la reducción de su sueldo como presidente y la formación de una comisión de paz para iniciar una amnistía. Pero el punto más controvertido fue en lo que respecta al problema de la deuda externa: anunció su decisión de dialogar directamente con los acreedores, sin usar como intermediario al Fondo Monetario Internacional (FMI), y adelantó que, durante un año, el Perú destinaría al servicio de su deuda solo el diez por ciento del valor total de las exportaciones, y no el sesenta por ciento, como se venía exigiendo.2 El propósito de tan audaz decisión, según explicaría después, era reconstruir las reservas internacionales, que se hallaban mermadas.3
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