ParditoVale
El 5 de enero de 1844 nació Manuel González Prada, el principal ideólogo tanto del radicalismo como del anarquismo peruano. Considerado abuelo común por el APRA y las izquierdas, su obra ha sido fundacional para el pensamiento crítico nacional. Su trayectoria fue muy controvertida, por ejemplo, mereció una excomunión, pero a la vez fue enormemente respetado, no habiendo sido detenido en ocasión alguna, a pesar de atravesar varias coyunturas muy represivas.
Integró la generación radical que siguió a la guerra con Chile, descubriendo la rebeldía y el indigenismo. Por primera vez se formuló un discurso encendidamente nacionalista que paralelamente desarrollaba un juicio negativo de la clase alta criolla. Se la juzgaba incapaz de construir una nación moderna, debido a su egoísmo inveterado, que gozaba la riqueza nacional marginando a las mayorías. La derrota en la guerra estimulaba ese planteamiento, porque al buscarse culpables internos, González Prada tenía la respuesta: los ricos encaramados por el guano al control del Estado y la sociedad.
Por su lado, estaban impactados por la resistencia nacional librada en La Breña. Sabían que, cuando el ejército invasor nos había tenido del cuello, un puñado de oficiales comandados por Cáceres había organizado a los indígenas del centro y librado con ellos la última resistencia, aquella precisamente que nos había devuelto el derecho a seguir llamándonos nación. Emocionados, descubrieron el problema indígena.
A esa generación pertenece Clorinda Matto de Turner, quien con su novela Aves sin nido fundó el indigenismo literario. Esa corriente que recorrería Latinoamérica y tendría tantos exponentes de talla mundial empezó en el Perú en manos de una escritora cusqueña, que colocó a unos indios en el centro del argumento.
Otra escritora de aquellos días fue Mercedes Cabello, una moqueguana que publicó novelas estremecedoras que le ganaron muchos enemigos. En El conspirador retrata los males políticos nacionales y los personifica en presidentes y generales, apenas disfrazados por cambios de nombre.
Los asocia a corrupción y lascivia por el poder, siendo drástica en condenar esa cultura política.
Ambas escritoras terminaron mal. Mercedes Cabello fue contagiada de sífilis por su marido, el doctor Carbonera. En esa época se carecía de cura y su última fase llevaba a la locura. Al alcanzar ese grado, la familia la encerró en el manicomio y ahí pasó sus últimos días. Clorinda Matto, en cambio, murió en el exilio. Ella y su hermano eran caceristas muy comprometidos y cuando la derrota del mariscal en la guerra civil de 1895, Matto viajó a Buenos Aires y nunca volvió.
En ese tiempo era muy popular el periodista, compositor y político Abelardo Gamarra, quien firmaba como el “Tunante”. Nacido en Huamachuco, Mariátegui lo caracterizó como expresión auténtica de las provincias y, según muchos críticos, fue el escritor del pueblo por excelencia. Burlón y ácido, su humor era corrosivo y sus campos estaban bien definidos. Enemigo de la oligarquía y amigo de los menesterosos, dirigió periódicos, hizo música, cultivó tradiciones y fue congresista.
Esa generación fue extraacadémica, ninguno ingresó a los claustros y tuvo escasos seguidores intelectuales. Habrían de pasar muchos años para que aparezcan estudios universitarios sobre su obra. Por el contrario, los jóvenes políticos Víctor Raúl Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui fueron sus propagandistas. Ellos rescataron sobre todo a González Prada, cuyas mordaces frases han servido como alfiles en la lucha por la justicia social.
Por ello, a pesar de que era individualista y anarquista, Gonzáles Prada acabó siendo una figura de los partidos populistas y de izquierda. Aunque su fama entre el público se debe a la contundencia de sus sentencias. Al fin y al cabo, Prada dio origen a un estilo que ha perdurado, logrando cierta aceptación: el intelectual hipercrítico, que hace de la propaganda y el ataque su modus vivendi.
Integró la generación radical que siguió a la guerra con Chile, descubriendo la rebeldía y el indigenismo. Por primera vez se formuló un discurso encendidamente nacionalista que paralelamente desarrollaba un juicio negativo de la clase alta criolla. Se la juzgaba incapaz de construir una nación moderna, debido a su egoísmo inveterado, que gozaba la riqueza nacional marginando a las mayorías. La derrota en la guerra estimulaba ese planteamiento, porque al buscarse culpables internos, González Prada tenía la respuesta: los ricos encaramados por el guano al control del Estado y la sociedad.
Por su lado, estaban impactados por la resistencia nacional librada en La Breña. Sabían que, cuando el ejército invasor nos había tenido del cuello, un puñado de oficiales comandados por Cáceres había organizado a los indígenas del centro y librado con ellos la última resistencia, aquella precisamente que nos había devuelto el derecho a seguir llamándonos nación. Emocionados, descubrieron el problema indígena.
A esa generación pertenece Clorinda Matto de Turner, quien con su novela Aves sin nido fundó el indigenismo literario. Esa corriente que recorrería Latinoamérica y tendría tantos exponentes de talla mundial empezó en el Perú en manos de una escritora cusqueña, que colocó a unos indios en el centro del argumento.
Otra escritora de aquellos días fue Mercedes Cabello, una moqueguana que publicó novelas estremecedoras que le ganaron muchos enemigos. En El conspirador retrata los males políticos nacionales y los personifica en presidentes y generales, apenas disfrazados por cambios de nombre.
Los asocia a corrupción y lascivia por el poder, siendo drástica en condenar esa cultura política.
Ambas escritoras terminaron mal. Mercedes Cabello fue contagiada de sífilis por su marido, el doctor Carbonera. En esa época se carecía de cura y su última fase llevaba a la locura. Al alcanzar ese grado, la familia la encerró en el manicomio y ahí pasó sus últimos días. Clorinda Matto, en cambio, murió en el exilio. Ella y su hermano eran caceristas muy comprometidos y cuando la derrota del mariscal en la guerra civil de 1895, Matto viajó a Buenos Aires y nunca volvió.
En ese tiempo era muy popular el periodista, compositor y político Abelardo Gamarra, quien firmaba como el “Tunante”. Nacido en Huamachuco, Mariátegui lo caracterizó como expresión auténtica de las provincias y, según muchos críticos, fue el escritor del pueblo por excelencia. Burlón y ácido, su humor era corrosivo y sus campos estaban bien definidos. Enemigo de la oligarquía y amigo de los menesterosos, dirigió periódicos, hizo música, cultivó tradiciones y fue congresista.
Esa generación fue extraacadémica, ninguno ingresó a los claustros y tuvo escasos seguidores intelectuales. Habrían de pasar muchos años para que aparezcan estudios universitarios sobre su obra. Por el contrario, los jóvenes políticos Víctor Raúl Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui fueron sus propagandistas. Ellos rescataron sobre todo a González Prada, cuyas mordaces frases han servido como alfiles en la lucha por la justicia social.
Por ello, a pesar de que era individualista y anarquista, Gonzáles Prada acabó siendo una figura de los partidos populistas y de izquierda. Aunque su fama entre el público se debe a la contundencia de sus sentencias. Al fin y al cabo, Prada dio origen a un estilo que ha perdurado, logrando cierta aceptación: el intelectual hipercrítico, que hace de la propaganda y el ataque su modus vivendi.