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El relieve abrupto El relieve circunmediterráneo es muy accidentado. Ello dificulta la actividad agrícola e incrementa los riesgos de erosión y de empobrecimiento edáfico, y tampoco facilita la inscripción paisajística de las infraestructuras. Como es lógico, poblaciones e infraestructuras se concentran en las escasas llanuras —principalmente, en los litorales— y al fondo de los valles, de modo que la extensión del territorio que puede ser directamente ocupado se reduce mucho en la práctica. Este fenómeno provoca el clásico encarecimiento de todo aquello que es escaso, asimetrías socioeconómicas crecientes entre la plana y la montaña, e impactos paisajísticos agudos en las áreas operables, causados por las infraestructuras territoriales. Así, un paisaje singularmente sensible acaba por convertirse en un paisaje especialmente impactado. El corredor del Ródano o el litoral catalán y valenciano son ejemplos de esta situación. Basta compararlos con el valle del Po para darse cuenta del fenómeno. Mientras en el primer caso un valle relativamente estrecho o una plana litoral exigua provocan cordones ramificados de actividad y, por lo tanto, paisajes lineales que atraviesan amplios territorios relativamente vacíos, en la llanura del Po la actividad se difunde mediante una red multidireccional y genera paisajes más lasos y equilibrados, con menos problemas socioecológicos añadidos. Para ir de Lyon a Valencia sólo hay una ruta básica, compartida por trenes, automóviles y líneas eléctricas. Los Pirineos se presentan entonces como una barrera atravesada por contados pasos y apenas por algunos túneles, mientras los Alpes, pese a su mayor relieve, ofrecen una superior permeabilidad de paso que incluye numerosos túneles: la múltiple actividad en el valle de Po, con las seculares rutas comerciales que desde la edad media lo unen con Suiza, la Champaña y los Países Bajos, hace siglos que percute en la montaña en diversos puntos a la vez.