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En todas las civilizaciones, las necesidades de la vida cotidiana han hecho imperiosa la división del tiempo para situar acontecimientos del pasado, programar actividades futuras y disponer de un sistema de referencia temporal que permita regular y controlar esas actividades. Los antiguos, por simple observación de la naturaleza, constataron la existencia de tres fenómenos astronómicos periódicos que fueron empleados para medir el tiempo, a saber: alternancia del día y la noche, sucesión de las fases de la luna y el ciclo de las estaciones. Resultante de estas observaciones fueron las tres unidades convencionales que se siguen usando hoy:
El día, relacionado con la rotación de la Tierra sobre su eje;
El mes, relacionado con el movimiento de traslación de la Luna alrededor de la Tierra; y
El año, relacionado con el movimiento de traslación de la Tierra alrededor del sol.
Estas tres unidades son el fundamento del calendario, palabra que deriva del latín calendarium y que significa “libro de cuentas” usado en forma práctica por los romanos para pagar los intereses de sus deudas, justamente en las “calendas” o primeros días del mes.
Los antiguos, por simple observación de la naturaleza, constataron la existencia de tres fenómenos astronómicos periódicos que fueron empleados para medir el tiempo, a saber: alternancia del día y la noche, sucesión de las fases de la luna y el ciclo de las estaciones. Resultante de estas observaciones fueron las tres unidades convencionales que se siguen usando hoy:
El día, relacionado con la rotación de la Tierra sobre su eje;
El mes, relacionado con el movimiento de traslación de la Luna alrededor de la Tierra; y
El año, relacionado con el movimiento de traslación de la Tierra alrededor del sol.
Estas tres unidades son el fundamento del calendario, palabra que deriva del latín calendarium y que significa “libro de cuentas” usado en forma práctica por los romanos para pagar los intereses de sus deudas, justamente en las “calendas” o primeros días del mes.