Que es el monasterio? necesito una respuesta larga porfiss
claubelis15
La Regla de San Benito da comienza con las siguientes palabras:
Escucha, hijo, los preceptos del maestro, e inclina el oído de tu corazón, y recibe con gusto la instrucción de tu Padre que te ama, y ponla por obra. De modo que vuelvas por el trabajo de la obediencia a Aquel de quien te alejaste por la desidia de la desobediencia. A ti pues se dirigen ahora mis palabras, cualquiera que seas que renunciando a tu propia voluntad, militarás bajo el estandarte del Rey y Señor Jesucristo, y que tomas las fortísimas y preclaras armas de la obediencia.
En este pasaje está incluida la esencia del monaquismo. El que entra en un monasterio no trata otra cosa que de volver a Dios, de desandar el camino del pecado para un encuentro. Y ese camino se recorre bajo una obediencia, una obediencia a una regla de vida. La vida monacal tiene dos aspectos: un aspecto ascético y otro místico. La parte ascética de la vida monástica trata de rectificar todo lo que hay de torcido en la vida espiritual del monje al entrar en religión. La parte ascética se encamina a controlar las pasiones, las malas inclinaciones, a ir disminuyendo la cantidad e intensidad de los pecados. El ascetismo implica lucha, una lucha interna que debe ser progresiva. El monje debe erradicar de si las faltas mortales, después debe luchar contra los pecados veniales, y finalmente debe intentar que no se halle en él ni siquiera imperfección moral. Por otro lado debe ir vaciando todo su ser de lo que no sea Dios. No sólo debe vaciarse de lo malo, sino incluso de aquello que no siendo malo es un obstáculo para la unión con Dios.
El aspecto místico de la vida del monje es la acción de la gracia divina en su alma. Dios le irá dando a entender a través de la oración quién es El, y de ese conocimiento surgirá un mayor amor hacia Dios. El ascetismo no tendría ningún sentido si no fuera una preparación para la unión con Dios. El duro tenor de vida que hay en un monasterio no es un fin en si mismo, es tan solo un medio, un camino de unión con la trascendencia.
¿Y cuáles son esas "armas" que toma el monje? Pues esas armas son la oración, la obediencia a un superior, la comida austera, la castidad perfecta, el silencio, la humildad, la pobreza, vivir siempre en el monasterio, trabajar en la presencia de Dios, etc. Se les llama armas porque según la tradición monástica el monje tendrá que luchar contra sí mismo y contra los espíritus de la tentación. De esta manera el monaquismo es una milicia.
Como se ve el monaquismo implica una visión de la remuneración escatológica muy distinta de la concepción protestante. Los protestantes postulan que el premio en el Reino de los Cielos es igual para todos. Lo importante es salvarse, y ya está. El premio será igual tanto si has sido un rufián como si has sido una persona buena y caritativa. La visión católica defiende que el premio en el Cielo será acorde a las obras de cada uno. Todos verán a Dios, pero cada uno recibirá de Dios de acuerdo al bien que hizo cuando estuvo en el mundo. De ahí que la fe católica ha encarecido siempre la práctica de las buenas obras. Abrazar la vida monástica trata de ser un modo de vida que nos encauce hacia el ejercicio de todas esas buenas obras. Por eso en el protestantismo no hay monasterios, puesto que en su teología no hay lugar para una santificación. En Lutero el hombre está corrompido por naturaleza, en la concepción católica el hombre está tan solo inclinado al mal, y además cabe la regeneración de todo su ser hacia un estado de plena bondad viviendo en Cristo. El monje como se ve participa de este optimismo antropológico.
El capítulo IV de la Regla de San Benito 1 se titula De los instrumentos de las buenas obras. Parte del citado capítulo, uno de los más interesantes de toda la regla, dice así:
El primer instrumento es amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas. Luego, amar al prójimo como a sí mismo. No matar. No fornicar. No hurtar. No codiciar. No levantar falso testimonio. Honrar a todos los hombres. No hacer a otro lo que no quiere para sí. Negarse a sí mismo para segur a Cristo. Castigar el cuerpo. No darse al regalo. Amar el ayuno. Socorrer a los pobres. Vestir al desnudo. Visitar a los enfermos. Enterrar a los muertos. Socorrer al atribulado. Consolar al afligido. Aborrecer la conducta y máximas del mundo. No anteponer cosa alguna al amor de Cristo. No dejarse llevar de la ira. No guardar ocasión de venganza. No tener dolo en el corazón. No dar paz fingida. No abandonar la caridad. No jurar, para no exponerse a jurar en falso. Decir verdad con el corazón y con la boca. No volver mal por mal. No hacer a otro injuria, y recibir con paciencia la que hicieren. Amar a los enemigos. No volver maldición por maldición, sino bendecir a los que nos maldicen. Sufrir persecución por la justicia.
Escucha, hijo, los preceptos del maestro, e inclina el oído de tu corazón, y recibe con gusto la instrucción de tu Padre que te ama, y ponla por obra. De modo que vuelvas por el trabajo de la obediencia a Aquel de quien te alejaste por la desidia de la desobediencia. A ti pues se dirigen ahora mis palabras, cualquiera que seas que renunciando a tu propia voluntad, militarás bajo el estandarte del Rey y Señor Jesucristo, y que tomas las fortísimas y preclaras armas de la obediencia.
En este pasaje está incluida la esencia del monaquismo. El que entra en un monasterio no trata otra cosa que de volver a Dios, de desandar el camino del pecado para un encuentro. Y ese camino se recorre bajo una obediencia, una obediencia a una regla de vida. La vida monacal tiene dos aspectos: un aspecto ascético y otro místico. La parte ascética de la vida monástica trata de rectificar todo lo que hay de torcido en la vida espiritual del monje al entrar en religión. La parte ascética se encamina a controlar las pasiones, las malas inclinaciones, a ir disminuyendo la cantidad e intensidad de los pecados. El ascetismo implica lucha, una lucha interna que debe ser progresiva. El monje debe erradicar de si las faltas mortales, después debe luchar contra los pecados veniales, y finalmente debe intentar que no se halle en él ni siquiera imperfección moral. Por otro lado debe ir vaciando todo su ser de lo que no sea Dios. No sólo debe vaciarse de lo malo, sino incluso de aquello que no siendo malo es un obstáculo para la unión con Dios.
El aspecto místico de la vida del monje es la acción de la gracia divina en su alma. Dios le irá dando a entender a través de la oración quién es El, y de ese conocimiento surgirá un mayor amor hacia Dios. El ascetismo no tendría ningún sentido si no fuera una preparación para la unión con Dios. El duro tenor de vida que hay en un monasterio no es un fin en si mismo, es tan solo un medio, un camino de unión con la trascendencia.
¿Y cuáles son esas "armas" que toma el monje? Pues esas armas son la oración, la obediencia a un superior, la comida austera, la castidad perfecta, el silencio, la humildad, la pobreza, vivir siempre en el monasterio, trabajar en la presencia de Dios, etc. Se les llama armas porque según la tradición monástica el monje tendrá que luchar contra sí mismo y contra los espíritus de la tentación. De esta manera el monaquismo es una milicia.
Como se ve el monaquismo implica una visión de la remuneración escatológica muy distinta de la concepción protestante. Los protestantes postulan que el premio en el Reino de los Cielos es igual para todos. Lo importante es salvarse, y ya está. El premio será igual tanto si has sido un rufián como si has sido una persona buena y caritativa.
La visión católica defiende que el premio en el Cielo será acorde a las obras de cada uno. Todos verán a Dios, pero cada uno recibirá de Dios de acuerdo al bien que hizo cuando estuvo en el mundo. De ahí que la fe católica ha encarecido siempre la práctica de las buenas obras. Abrazar la vida monástica trata de ser un modo de vida que nos encauce hacia el ejercicio de todas esas buenas obras. Por eso en el protestantismo no hay monasterios, puesto que en su teología no hay lugar para una santificación. En Lutero el hombre está corrompido por naturaleza, en la concepción católica el hombre está tan solo inclinado al mal, y además cabe la regeneración de todo su ser hacia un estado de plena bondad viviendo en Cristo. El monje como se ve participa de este optimismo antropológico.
El capítulo IV de la Regla de San Benito 1 se titula De los instrumentos de las buenas obras. Parte del citado capítulo, uno de los más interesantes de toda la regla, dice así:
El primer instrumento es amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas.
Luego, amar al prójimo como a sí mismo. No matar. No fornicar. No hurtar. No codiciar. No levantar falso testimonio. Honrar a todos los hombres. No hacer a otro lo que no quiere para sí. Negarse a sí mismo para segur a Cristo. Castigar el cuerpo. No darse al regalo. Amar el ayuno. Socorrer a los pobres. Vestir al desnudo. Visitar a los enfermos. Enterrar a los muertos. Socorrer al atribulado. Consolar al afligido. Aborrecer la conducta y máximas del mundo. No anteponer cosa alguna al amor de Cristo. No dejarse llevar de la ira. No guardar ocasión de venganza. No tener dolo en el corazón. No dar paz fingida. No abandonar la caridad. No jurar, para no exponerse a jurar en falso. Decir verdad con el corazón y con la boca. No volver mal por mal. No hacer a otro injuria, y recibir con paciencia la que hicieren. Amar a los enemigos. No volver maldición por maldición, sino bendecir a los que nos maldicen. Sufrir persecución por la justicia.