Esta tendencia fue la que mayores adeptos tuvo desde un comienzo en el recién establecido congreso.
La aceptación de estas ideas estaba relacionada con que significaban “una situación intermedia entre los dos extremos –Exaltados y Realistas-, los moderados no pretendían ningún cambio en el régimen colonia imperante en Chile, si no que propiciaban sólo algunas reformas”[1]. Los moderados estaban equidistantes del régimen colonial y del nuevo estado de cosas predicado por los exaltados, “buscaban, en suma, la conciliación con el pasado, obteniendo a cambio una cierta autonomía bajo una Constitución nacional o criolla”[2].
Para esta facción, la revolución de independencia no tenía otro significado más que el de ser una oportunidad para la creación de una nueva organización, que fuese políticamente menos limitante y restrictiva que la vigente hasta ese momento –la de la corona Española- pero en ningún caso buscaban consolidar un orden radicalmente opuesto.
En síntesis, esta grupo, no pretendía romper con “las tradiciones del pasado, ni planteaba reformas que tendieran a minar el orden en que descansaba el régimen de la Colonia, (…), es más, “como más de algún historiador ha observado, sus integrantes habrían estado dispuestos a seguir vinculados a España siempre que se les organizase algunas reformas más o menos importantes para ellos, entre las cuales figuraban la libertad de comercio y el derecho a elegir diputados a las cortes de España”[3]; lo que en verdad se pretendía con la revolución iniciada en 1810, era poder dotar al país de un régimen político menos rígido al imperante, en resumidas cuentas, crear un gobierno moderado, “en el cual el nativo tuviera igualdad de derechos con el peninsular”[4].
Esta tendencia fue la que mayores adeptos tuvo desde un comienzo en el recién establecido congreso.
La aceptación de estas ideas estaba relacionada con que significaban “una situación intermedia entre los dos extremos –Exaltados y Realistas-, los moderados no pretendían ningún cambio en el régimen colonia imperante en Chile, si no que propiciaban sólo algunas reformas”[1]. Los moderados estaban equidistantes del régimen colonial y del nuevo estado de cosas predicado por los exaltados, “buscaban, en suma, la conciliación con el pasado, obteniendo a cambio una cierta autonomía bajo una Constitución nacional o criolla”[2].
Para esta facción, la revolución de independencia no tenía otro significado más que el de ser una oportunidad para la creación de una nueva organización, que fuese políticamente menos limitante y restrictiva que la vigente hasta ese momento –la de la corona Española- pero en ningún caso buscaban consolidar un orden radicalmente opuesto.
En síntesis, esta grupo, no pretendía romper con “las tradiciones del pasado, ni planteaba reformas que tendieran a minar el orden en que descansaba el régimen de la Colonia, (…), es más, “como más de algún historiador ha observado, sus integrantes habrían estado dispuestos a seguir vinculados a España siempre que se les organizase algunas reformas más o menos importantes para ellos, entre las cuales figuraban la libertad de comercio y el derecho a elegir diputados a las cortes de España”[3]; lo que en verdad se pretendía con la revolución iniciada en 1810, era poder dotar al país de un régimen político menos rígido al imperante, en resumidas cuentas, crear un gobierno moderado, “en el cual el nativo tuviera igualdad de derechos con el peninsular”[4].