Los hombres hemos de ser muy cuidadosos a la hora de analizar el fenómeno de la violencia
contra las mujeres, porque a medida que profundizamos en su estudio vamos comprobando que
se trata de un problema universal de proporciones epidémicas. Es un problema con raíces culturales muy profundas y resulta difícil hablar de él sin sentir la necesidad de implicarnos en un
esfuerzo de reflexión autocrítica. El número de mujeres maltratadas y asesinadas por sus compañeros o excompañeros sentimentales es tan alto que nos hace preguntarnos qué aspectos
de la educación masculina producen estos resultados, para plantearnos a continuación cuál es
nuestro grado de responsabilidad individual y colectiva frente a esos aspectos y cómo podemos
contribuir a erradicarlos. Mientras sigue aumentando el número de mujeres que denuncian a
sus parejas y no baja significativamente el número de las asesinadas, es sorprendente que haya
tantos hombres que piensen que el problema de las agresiones machistas no tiene que ver con
ellos porque ellos no agreden a nadie, y cuesta entender su pereza a la hora de dedicar tiempo y
esfuerzo a disuadir a los potenciales agresores.
Sabemos que la violencia machista suele ir de menos a más, que va pasando de la desconsideración a la falta de respeto, y de ahí a la violencia psicológica, física o sexual. Pero también
sabemos que no se trata de un proceso inevitable, como demuestra el hecho de que la mayoría
no haya pegado ni violado a una mujer en su vida: cada cual tiene la posibilidad de maltratar o
no, de ejercer la violencia o de no practicarla. Por eso cada hombre es responsable de sus actos,
responsable de su propia violencia, y responsable también de evitarla.
Son muchos los hombres de todos los sectores sociales que intimidan, descalifican, presionan
sexualmente, insultan, desprecian o intentan controlar la libertad y el dinero de las mujeres, y casi
todos los que viven en pareja disponen de más tiempo libre que ellas porque las dejan hacer tareas
del hogar que les corresponderían a ellos si el reparto de las mismas fuera equitativo.
No obstante, la lucha contra la violencia hacia las mujeres va consiguiendo pequeños éxitos; en el aumento de las denuncias se refleja un aumento de la sensibilidad más que un incremento de la violencia,
las victimas aguantan cada vez menos tiempo y menos niveles de violencia, ha mejorado la protección
que reciben —a pesar de lo mucho que queda por hacer en este sentido—, ha disminuido la impunidad
legal de los agresores y la conducta del agresor cuenta cada día con menos apoyo social.
Aún así, las cifras siguen siendo tan altas que la violencia contra las mujeres nos impide ver, con
la necesaria tranquilidad, cómo vamos caminando hacia la igualdad entre los sexos en la vida cotidiana. Las víctimas representan dramas personales tan concretos y urgentes que la necesidad de
atenderlos —y de ver bajar el número de las agredidas— puede llegar a dificultar el trabajo sobre el
conjunto de las desigualdades que sostienen la reproducción de la violencia machista. El machismo y sus consecuencias se trasmiten de generación en generación a través de la educación y de
mensajes que sugieren que los hombres tenemos que proteger a las mujeres y llevar la iniciativa
en las relaciones con ellas. Estos mensajes también los reciben las mujeres para que, de forma
complementaria, esperen nuestra iniciativa y consientan nuestra protección.
El resultado, cuando es el esperado, es el de «protección por sumisión», fórmula que ha servido
para justificar la desigualdad entre los sexos durante milenios; pero sabemos que no es obligatorio seguir la fórmula al pie de la letra, tal como vienen demostrando el feminismo, el movimiento
emergente de hombres por la igualdad y el hecho de que las relaciones de pareja sean, sobre
todo en Occidente, cada vez más igualitarias.
Todos hemos sido educados en una sociedad machista, y seguramente hemos incurrido en formas de microviolencia contra las mujeres, no necesariamente conscientes ni intencionadas; esto
Respuesta:
Los hombres hemos de ser muy cuidadosos a la hora de analizar el fenómeno de la violencia
contra las mujeres, porque a medida que profundizamos en su estudio vamos comprobando que
se trata de un problema universal de proporciones epidémicas. Es un problema con raíces culturales muy profundas y resulta difícil hablar de él sin sentir la necesidad de implicarnos en un
esfuerzo de reflexión autocrítica. El número de mujeres maltratadas y asesinadas por sus compañeros o excompañeros sentimentales es tan alto que nos hace preguntarnos qué aspectos
de la educación masculina producen estos resultados, para plantearnos a continuación cuál es
nuestro grado de responsabilidad individual y colectiva frente a esos aspectos y cómo podemos
contribuir a erradicarlos. Mientras sigue aumentando el número de mujeres que denuncian a
sus parejas y no baja significativamente el número de las asesinadas, es sorprendente que haya
tantos hombres que piensen que el problema de las agresiones machistas no tiene que ver con
ellos porque ellos no agreden a nadie, y cuesta entender su pereza a la hora de dedicar tiempo y
esfuerzo a disuadir a los potenciales agresores.
Sabemos que la violencia machista suele ir de menos a más, que va pasando de la desconsideración a la falta de respeto, y de ahí a la violencia psicológica, física o sexual. Pero también
sabemos que no se trata de un proceso inevitable, como demuestra el hecho de que la mayoría
no haya pegado ni violado a una mujer en su vida: cada cual tiene la posibilidad de maltratar o
no, de ejercer la violencia o de no practicarla. Por eso cada hombre es responsable de sus actos,
responsable de su propia violencia, y responsable también de evitarla.
Son muchos los hombres de todos los sectores sociales que intimidan, descalifican, presionan
sexualmente, insultan, desprecian o intentan controlar la libertad y el dinero de las mujeres, y casi
todos los que viven en pareja disponen de más tiempo libre que ellas porque las dejan hacer tareas
del hogar que les corresponderían a ellos si el reparto de las mismas fuera equitativo.
No obstante, la lucha contra la violencia hacia las mujeres va consiguiendo pequeños éxitos; en el aumento de las denuncias se refleja un aumento de la sensibilidad más que un incremento de la violencia,
las victimas aguantan cada vez menos tiempo y menos niveles de violencia, ha mejorado la protección
que reciben —a pesar de lo mucho que queda por hacer en este sentido—, ha disminuido la impunidad
legal de los agresores y la conducta del agresor cuenta cada día con menos apoyo social.
Aún así, las cifras siguen siendo tan altas que la violencia contra las mujeres nos impide ver, con
la necesaria tranquilidad, cómo vamos caminando hacia la igualdad entre los sexos en la vida cotidiana. Las víctimas representan dramas personales tan concretos y urgentes que la necesidad de
atenderlos —y de ver bajar el número de las agredidas— puede llegar a dificultar el trabajo sobre el
conjunto de las desigualdades que sostienen la reproducción de la violencia machista. El machismo y sus consecuencias se trasmiten de generación en generación a través de la educación y de
mensajes que sugieren que los hombres tenemos que proteger a las mujeres y llevar la iniciativa
en las relaciones con ellas. Estos mensajes también los reciben las mujeres para que, de forma
complementaria, esperen nuestra iniciativa y consientan nuestra protección.
El resultado, cuando es el esperado, es el de «protección por sumisión», fórmula que ha servido
para justificar la desigualdad entre los sexos durante milenios; pero sabemos que no es obligatorio seguir la fórmula al pie de la letra, tal como vienen demostrando el feminismo, el movimiento
emergente de hombres por la igualdad y el hecho de que las relaciones de pareja sean, sobre
todo en Occidente, cada vez más igualitarias.
Todos hemos sido educados en una sociedad machista, y seguramente hemos incurrido en formas de microviolencia contra las mujeres, no necesariamente conscientes ni intencionadas; esto
Explicación:
Verified answer
Respuesta:
es un acto contra la igualdad entre el hombre y la mujer el cual el hombre desprecia a la mujer por sus apariencias como:
las mujeres son las únicas que cocinan
las mujeres no tienen derecho a trabajar
entre otros
Explicación:
eso es todo me das corona plis