n History Channel están presentando los domingos una interesante serie sobre Vanderbilt, Rockefeller, Carnegie, Morgan y Ford, los hombres que construyeron América, y a la que indefectiblemente habría que agregar a Theodor Roosevelt. Una serie que debería ser vista, de manera obligatoria, por empresarios, políticos y universitarios colombianos.
Los primeros cuatro personajes construyeron, a sangre y fuego, las bases del capitalismo moderno en el transporte, el petróleo, el acero, las finanzas y la energía eléctrica. Ford y Roosevelt representan a otra estirpe, fueron la expresión del capitalismo de mercados masivos y emergentes, de la evolución de lo público frente al ya obcecado y, por supuesto, insostenible beneficio privado, monopolístico.
Estados Unidos de América vs Standard Oil-Rockefeller, en la Suprema Corte de ese país, representó la victoria de la colectividad frente a los propios obstáculos internos del desarrollo del capitalismo, no una victoria de corte comunista.
En Colombia, casi 100 años después de este hecho, no hemos caído en la cuenta de que no puede haber un desarrollo acelerado del capitalismo sin la inclusión de toda la sociedad. El retraso de nuestro sistema productivo e instituciones es de al menos unos 200 años. Gran parte de nuestro empresariado es incapaz de innovar. Por allá en 1860 Rockefeller entendió que sin los científicos no podría expandir su imperio. Los nuestros apenas usan las universidades en algunos proyectos.
Ford triunfó produciendo autos asequibles para los hombres comunes en fábricas que ofrecían salarios más de dos veces superiores al promedio, en jornadas de 8 horas diarias. Aquí la competitividad se soporta en la reducción de salarios, la evasión, la elusión de costos ambientales, descuidando fácilmente las necesidades de la mayoría. Nuestras universidades crecen en graduados e instalaciones, pero son exóticos sus aportes al avance industrial y social.
La sociedad colombiana requiere un cambio de paradigma en el cual la agregación de valor y la inclusión social sean el eje central. En el primer caso es evidente que se puede acumular riqueza sin esfuerzo con la búsqueda de rentas, pero también estas atentan contra el desarrollo de la sociedad. Los rentistas no pueden ofrecer soluciones a nuestros graves problemas urbanos, por ejemplo.
De acuerdo con el reporte de diciembre 2012–febrero del 2013 del Dane sobre informalidad, la proporción de ocupados informales en las trece áreas fue de 50,3 por ciento y el 51,8 por ciento de esta población tenía nivel educativo. Esto se traduce en una población en nivel de pobreza del 32,7 por ciento a nivel nacional y del 46,8 por ciento a nivel rural, lo que indica una economía incapaz de cubrir a toda la sociedad.
Esta debería ser una prioridad nacional: el aseguramiento de bienes básicos de calidad como alimentos, vivienda, educación y salud; sobre estos sectores habría precios de producción, es decir, cero rentas o competencia.
El reciente suceso de Riopaila nos plantea precisamente los dilemas del desarrollo. La discusión se ha polarizado sin dejarnos ver los matices. Los defensores del interés privado indican que el marco de desarrollo no es el adecuado, por cuanto los campesinos per se son improductivos. Totalmente de acuerdo en lo primero y en absoluto desacuerdo en lo segundo.
Es precisamente en relación con este último aspecto que la izquierda ha erigido sus banderas utópicas de la defensa de una economía campesina de pan coger y la curiosa economía popular, con lo que tampoco estoy de acuerdo por cuanto es una condena a la pobreza.
En esta dirección, Colombia necesita, en primer lugar, una economía sólida y moderna, y los instrumentos para esto ya se tienen en nuestro país. En segundo lugar, es urgente superar la institucionalidad extractiva de la democracia colombiana, sustentada en élites regionales que no han tenido interés en desarrollar el capitalismo, y que continúan en un rentismo decimonónico. En tercer lugar, la izquierda colombiana requiere igualmente avanzar sobre dogmas revolucionarios ya superados por la historia.
La Ley 388 de 1997 ofreció un marco institucional a las administraciones de las ciudades (que a propósito se está desmontando gradualmente) bajo el principio del reparto equitativo de cargas y beneficios. ¿Por qué no aplicarlo al desarrollo agrario? Los inversionistas tienen el capital y los conocimientos gerenciales; los campesinos, las tierras y la mano de obra ¿Por qué no van todos en un patrimonio autónomo como una forma empresarial para alcanzar la máxima productividad y formalización de las actividades? Si no hay innovación, se requiere pragmatismo.
Muchos admiran a Churchill. Por ahora, prefiero a Roosevelt y a empresarios que al final de una larga vida de innovadora producción dejan universidades y centros de investigación para ampliar las oportunidades.
Respuesta:
n History Channel están presentando los domingos una interesante serie sobre Vanderbilt, Rockefeller, Carnegie, Morgan y Ford, los hombres que construyeron América, y a la que indefectiblemente habría que agregar a Theodor Roosevelt. Una serie que debería ser vista, de manera obligatoria, por empresarios, políticos y universitarios colombianos.
Los primeros cuatro personajes construyeron, a sangre y fuego, las bases del capitalismo moderno en el transporte, el petróleo, el acero, las finanzas y la energía eléctrica. Ford y Roosevelt representan a otra estirpe, fueron la expresión del capitalismo de mercados masivos y emergentes, de la evolución de lo público frente al ya obcecado y, por supuesto, insostenible beneficio privado, monopolístico.
Estados Unidos de América vs Standard Oil-Rockefeller, en la Suprema Corte de ese país, representó la victoria de la colectividad frente a los propios obstáculos internos del desarrollo del capitalismo, no una victoria de corte comunista.
En Colombia, casi 100 años después de este hecho, no hemos caído en la cuenta de que no puede haber un desarrollo acelerado del capitalismo sin la inclusión de toda la sociedad. El retraso de nuestro sistema productivo e instituciones es de al menos unos 200 años. Gran parte de nuestro empresariado es incapaz de innovar. Por allá en 1860 Rockefeller entendió que sin los científicos no podría expandir su imperio. Los nuestros apenas usan las universidades en algunos proyectos.
Ford triunfó produciendo autos asequibles para los hombres comunes en fábricas que ofrecían salarios más de dos veces superiores al promedio, en jornadas de 8 horas diarias. Aquí la competitividad se soporta en la reducción de salarios, la evasión, la elusión de costos ambientales, descuidando fácilmente las necesidades de la mayoría. Nuestras universidades crecen en graduados e instalaciones, pero son exóticos sus aportes al avance industrial y social.
La sociedad colombiana requiere un cambio de paradigma en el cual la agregación de valor y la inclusión social sean el eje central. En el primer caso es evidente que se puede acumular riqueza sin esfuerzo con la búsqueda de rentas, pero también estas atentan contra el desarrollo de la sociedad. Los rentistas no pueden ofrecer soluciones a nuestros graves problemas urbanos, por ejemplo.
De acuerdo con el reporte de diciembre 2012–febrero del 2013 del Dane sobre informalidad, la proporción de ocupados informales en las trece áreas fue de 50,3 por ciento y el 51,8 por ciento de esta población tenía nivel educativo. Esto se traduce en una población en nivel de pobreza del 32,7 por ciento a nivel nacional y del 46,8 por ciento a nivel rural, lo que indica una economía incapaz de cubrir a toda la sociedad.
Esta debería ser una prioridad nacional: el aseguramiento de bienes básicos de calidad como alimentos, vivienda, educación y salud; sobre estos sectores habría precios de producción, es decir, cero rentas o competencia.
El reciente suceso de Riopaila nos plantea precisamente los dilemas del desarrollo. La discusión se ha polarizado sin dejarnos ver los matices. Los defensores del interés privado indican que el marco de desarrollo no es el adecuado, por cuanto los campesinos per se son improductivos. Totalmente de acuerdo en lo primero y en absoluto desacuerdo en lo segundo.
Es precisamente en relación con este último aspecto que la izquierda ha erigido sus banderas utópicas de la defensa de una economía campesina de pan coger y la curiosa economía popular, con lo que tampoco estoy de acuerdo por cuanto es una condena a la pobreza.
En esta dirección, Colombia necesita, en primer lugar, una economía sólida y moderna, y los instrumentos para esto ya se tienen en nuestro país. En segundo lugar, es urgente superar la institucionalidad extractiva de la democracia colombiana, sustentada en élites regionales que no han tenido interés en desarrollar el capitalismo, y que continúan en un rentismo decimonónico. En tercer lugar, la izquierda colombiana requiere igualmente avanzar sobre dogmas revolucionarios ya superados por la historia.
La Ley 388 de 1997 ofreció un marco institucional a las administraciones de las ciudades (que a propósito se está desmontando gradualmente) bajo el principio del reparto equitativo de cargas y beneficios. ¿Por qué no aplicarlo al desarrollo agrario? Los inversionistas tienen el capital y los conocimientos gerenciales; los campesinos, las tierras y la mano de obra ¿Por qué no van todos en un patrimonio autónomo como una forma empresarial para alcanzar la máxima productividad y formalización de las actividades? Si no hay innovación, se requiere pragmatismo.
Muchos admiran a Churchill. Por ahora, prefiero a Roosevelt y a empresarios que al final de una larga vida de innovadora producción dejan universidades y centros de investigación para ampliar las oportunidades.
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