¿Cómo trabajan los historiadores? ¿Cuáles son las prácticas o metodologías que permiten al historiador ‘escribir la historia’? ¿Existen técnicas u ‘operaciones’ que son propias del trabajo de los historiadores? ¿Cuál es la relación del historiador con la escritura? ¿Qué vínculo establece el historiador, entre la ‘escritura de la historia’ y la experiencia del tiempo? ¿Cuándo se puede hablar de pasado y cuándo de presente, para los historiadores?... Éstas resultan ser sólo algunas de las interrogantes que permiten generar una importante, necesaria y –muchas veces- soslayada reflexión en torno a los métodos y prácticas utilizadas por los historiadores en el desarrollo de su oficio.
Es en el entendido de aportar a esta reflexión respecto de las prácticas del quehacer del historiador, que intentaré abordar la problemática acerca de: Cuál es la relación que establece el historiador con la noción de tiempo o temporalidad, esencial para el desarrollo de la producción historiográfica. Así como, problematizar el despliegue de dicha relación en la construcción del relato historiográfico y sus implicancias.
La experiencia de la temporalidad es constitutiva a la vida de los seres humanos. Es inevitable que el paso de los años, meses, días, horas (llegando hasta los grados de medición más infinitesimales establecidos por los seres humanos) nos envuelva e –incluso a algunos- atemorice. Lo anterior, hasta el punto de que muchos, luchen por evitarlos a través de la intervención en lo corporal (‘operaciones rejuvenecedoras’), respondiendo en este sentido, sólo a la percepción física que se tiene del paso del tiempo. Luchando contra los vestigios que el transcurso de los años va estampando en nuestras propias corporalidades. Pero también encontramos la experiencia social y cultural del paso del tiempo, es en este contexto de vivencia y percepción donde se inserta la producción historiográfica, y la labor tan querida por el historiador. Lo anterior, pues el estudio de las sociedades y culturas implica dimensionar a las mismas de modo espacial y temporal. Estas son las principales coordenadas que caracterizan ‘los guiones’ del historiador, que le permiten reconstruir lo que sucedió en el tiempo pasado. Lo que ya fue, de lo que podemos tener recuerdos o conocimiento por la transmisión oral o escrita, pero que ya es ausencia. A pesar de que como ya hemos hecho mención, los vestigios y huellas quedan de modo material, o través de las prácticas, costumbres y representaciones culturales que se manifiestan en una sociedad.
Respuesta:
23456677890543esa es dime
Respuesta:
¿Cómo trabajan los historiadores? ¿Cuáles son las prácticas o metodologías que permiten al historiador ‘escribir la historia’? ¿Existen técnicas u ‘operaciones’ que son propias del trabajo de los historiadores? ¿Cuál es la relación del historiador con la escritura? ¿Qué vínculo establece el historiador, entre la ‘escritura de la historia’ y la experiencia del tiempo? ¿Cuándo se puede hablar de pasado y cuándo de presente, para los historiadores?... Éstas resultan ser sólo algunas de las interrogantes que permiten generar una importante, necesaria y –muchas veces- soslayada reflexión en torno a los métodos y prácticas utilizadas por los historiadores en el desarrollo de su oficio.
Es en el entendido de aportar a esta reflexión respecto de las prácticas del quehacer del historiador, que intentaré abordar la problemática acerca de: Cuál es la relación que establece el historiador con la noción de tiempo o temporalidad, esencial para el desarrollo de la producción historiográfica. Así como, problematizar el despliegue de dicha relación en la construcción del relato historiográfico y sus implicancias.
La experiencia de la temporalidad es constitutiva a la vida de los seres humanos. Es inevitable que el paso de los años, meses, días, horas (llegando hasta los grados de medición más infinitesimales establecidos por los seres humanos) nos envuelva e –incluso a algunos- atemorice. Lo anterior, hasta el punto de que muchos, luchen por evitarlos a través de la intervención en lo corporal (‘operaciones rejuvenecedoras’), respondiendo en este sentido, sólo a la percepción física que se tiene del paso del tiempo. Luchando contra los vestigios que el transcurso de los años va estampando en nuestras propias corporalidades. Pero también encontramos la experiencia social y cultural del paso del tiempo, es en este contexto de vivencia y percepción donde se inserta la producción historiográfica, y la labor tan querida por el historiador. Lo anterior, pues el estudio de las sociedades y culturas implica dimensionar a las mismas de modo espacial y temporal. Estas son las principales coordenadas que caracterizan ‘los guiones’ del historiador, que le permiten reconstruir lo que sucedió en el tiempo pasado. Lo que ya fue, de lo que podemos tener recuerdos o conocimiento por la transmisión oral o escrita, pero que ya es ausencia. A pesar de que como ya hemos hecho mención, los vestigios y huellas quedan de modo material, o través de las prácticas, costumbres y representaciones culturales que se manifiestan en una sociedad.