Más allá de cualquier consideración acerca de las formas seguidas para la definición y construcción de estos programas, es importante conocerlos para rescatar de ellos lo que nos parece su virtud principal: la intención inequívoca de plantearse la formación de los ciudadanos y ciudadanas como una tarea que trasciende a la mera información cívica apoyada en principios del derecho y la sitúa como un asunto esencialmente ético. Es decir: se aspira a la formación de sujetos éticos capaces de expresarse como ciudadanos y ciudadanas abiertos, tolerantes, justos, libres, respetuosos, solidarios, responsables, conscientes de su deuda social, y capaces de reconocerse —desde su identidad, individualidad y dignidad personales— como parte de la humanidad (pasando por el reconocimiento de su familia, entorno inmediato, nación, ambiente ecológico y relación con la Patria-Tierra). Sujetos, en suma, capaces de construir proyectos para lograr una convivencia armónica y mejor vida para y con los y las demás.
Las preguntas que surgen entre los maestros y las maestras así como entre otros miembros de la sociedad son: ¿por qué hoy se presenta una nueva propuesta para la formación cívica y ética? Para encontrar respuestas a estas preguntas es necesario conocer al menos algunos antecedentes de la educación cívica y ética, también llamada moral, en nuestro país y, después, reconocer los términos y el enfoque en que la nueva propuesta se sostiene. Veamos.1
Más allá de cualquier consideración acerca de las formas seguidas para la definición y construcción de estos programas, es importante conocerlos para rescatar de ellos lo que nos parece su virtud principal: la intención inequívoca de plantearse la formación de los ciudadanos y ciudadanas como una tarea que trasciende a la mera información cívica apoyada en principios del derecho y la sitúa como un asunto esencialmente ético. Es decir: se aspira a la formación de sujetos éticos capaces de expresarse como ciudadanos y ciudadanas abiertos, tolerantes, justos, libres, respetuosos, solidarios, responsables, conscientes de su deuda social, y capaces de reconocerse —desde su identidad, individualidad y dignidad personales— como parte de la humanidad (pasando por el reconocimiento de su familia, entorno inmediato, nación, ambiente ecológico y relación con la Patria-Tierra). Sujetos, en suma, capaces de construir proyectos para lograr una convivencia armónica y mejor vida para y con los y las demás.
Las preguntas que surgen entre los maestros y las maestras así como entre otros miembros de la sociedad son: ¿por qué hoy se presenta una nueva propuesta para la formación cívica y ética? Para encontrar respuestas a estas preguntas es necesario conocer al menos algunos antecedentes de la educación cívica y ética, también llamada moral, en nuestro país y, después, reconocer los términos y el enfoque en que la nueva propuesta se sostiene. Veamos.1