MILES DE AÑOS TRASLADAS DE BOCA EN BOCA REBOTAN EN ESTE SIGLO XXI LLENO DE DESIDIA, AVARICIA, MALDAD Y EGOISMO. COMO TANTAS OTRAS ENSEÑANZAS NO ESTÁN EN EL OLVIDO, PERO SI EN EL DESCUIDO. TODOS SABEMOS ESAS REGLAS ANCESTRALES, PERO EVITAMOS CUMPLIRLAS CON EL RIGOR QUE MERECEN. NO SOMOS MEJORES QUE NUESTROS ANCESTROS, PERDIMOS LA OPORTUNIDAD DE SUPERARLOS.
Explicación:
Evo Morales, el reelecto presidente de Bolivia y el primer mandatario indígena de su país, recordó tres viejos preceptos de su tierra como compromiso ante su pueblo: Ama Sua (no seas ladrón); Ama Llulla (no seas mentiroso) y Ama Quella (no seas ocioso).
Son principios milenarios que sintetizan de manera extraordinaria la moral que todos debemos sostener, reiterados de boca en boca durante siglos por las comunidades andinas y que simbolizan un paradigma para el mundo moderno.
En una entrevista Morales señala «Es una ley cósmica que nos dejaron nuestros antepasados. El ama sua, ama llulla, el ama quella. No robar, no mentir, ni ser flojo. Pero en la cultura occidental encuentras, encuentro el servilismo, el “llunqo”. Aumentamos nosotros en esta nueva generación el “ama llunqo”, “no ser servil”. Son principios que nos permiten dignificar a Bolivia, dignificar a la humanidad.»
Buscando la historia que da pie a tanta sabiduría me encuentro con este trabajo de Danilo Sánchez Lihón: Leyenda fundacional de la civilización incaica.
Hace mucho tiempo, Wiracocha, creador de todas las cosas, había castigado a su pueblo dejando ruinas y desolación donde antes reinaba la dicha, florecían las plantas y verdecían los bosques, susurraba el agua en los arroyos y correteaban alegres y jubilosos los animales por el campo. ¿Qué había provocado tanta ira y cólera en el poderoso Wiracocha?
Supaya, el espíritu del mal, había sembrado vicios, mezquindades y desorden en el corazón de la gente y el padre creador, dolido y desengañado, quiso enviar ese cruel y ejemplar castigo.
Por eso provocó cataclismos. Hizo temblar inclementemente la tierra. Se desbordaron las aguas de lagunas y ríos, llegando hasta los más altos montes de la serranía. Soplaron vientos huracanados.
Cayeron heladas e invadió una implacable sequía por todos los confines. Los hombres huían aterrorizados.
Los que pudieron salvarse buscaron refugio en las cuevas; perdiendo toda su memoria y todas sus virtudes. Perdieron su sentido de familia y de seres colectivos. Se convirtieron en seres huraños, apartados y agresivos, viviendo como bestias indómitas. El castigo entristeció a Wiracocha, y perduró milenios en los cuales sólo reinó la aridez y el silencio.
Pero un día Inti, el hijo más querido del dios, se aproximó a su padre y le habló de este modo:
– Padre y señor mío. Creador de todo lo creado y por crearse. Corazón bienhechor y magnánimo: éste tu hijo, humillado ante ti y acongojado por lo ocurrido, te suplica que ya se calme tu cólera. No es bueno que los míseros mortales deambulen en la tierra cual fieras abandonadas.
– Dime hijo, ¿he de crear una nueva progenie?
– No es necesario, padre. Permite, más bien, que dos de mis hijos –en realidad lo mejor de mi linaje, que es también tuyo– vayan hasta ellos a educar y enseñar, enderezando aquellos destinos equívocos.
Wiracocha escuchó sereno y dichoso la voz de su hijo y así se expresó:
– Inti, el más amado de mis hijos, desde hoy te llamarás «el generoso e incomparable». Tus razones conmueven profundamente mi corazón y mi alma. No en vano eres mi predilecto y el más brillante de los seres que he creado. Se cumplirán tus deseos. Que enrumben pues tus hijos a la tierra desolada para adoctrinar a los hombres en el bien, el trabajo y la belleza.
Va entonces el Sol hasta la isla sagrada que flota al centro del lago Titicaca, donde moran purificados sus dos radiantes hijos. Envuelto el sol en llamaradas de luz, rayos y arco iris, y tomando suavemente a sus hijos de los brazos, les dijo:
– Hijos míos: ha llegado la hora que emprendan la misión para la cual están destinados.
– Dinos padre lo que debemos hacer y estaremos listos a emprenderlo, –respondieron ambos.
– Irán y reunirán a los hombres que habitan como animales montaraces por cuevas y malezas. Despertarán su conciencia adormilada y les enseñarán a vivir en comunidades y a ser útiles y dichosos en el trabajo.
– Padre querido –dijo el varón– ¿Y a ti, dónde podremos encontrarte?
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Respuesta:
MILES DE AÑOS TRASLADAS DE BOCA EN BOCA REBOTAN EN ESTE SIGLO XXI LLENO DE DESIDIA, AVARICIA, MALDAD Y EGOISMO. COMO TANTAS OTRAS ENSEÑANZAS NO ESTÁN EN EL OLVIDO, PERO SI EN EL DESCUIDO. TODOS SABEMOS ESAS REGLAS ANCESTRALES, PERO EVITAMOS CUMPLIRLAS CON EL RIGOR QUE MERECEN. NO SOMOS MEJORES QUE NUESTROS ANCESTROS, PERDIMOS LA OPORTUNIDAD DE SUPERARLOS.
Explicación:
Evo Morales, el reelecto presidente de Bolivia y el primer mandatario indígena de su país, recordó tres viejos preceptos de su tierra como compromiso ante su pueblo: Ama Sua (no seas ladrón); Ama Llulla (no seas mentiroso) y Ama Quella (no seas ocioso).
Son principios milenarios que sintetizan de manera extraordinaria la moral que todos debemos sostener, reiterados de boca en boca durante siglos por las comunidades andinas y que simbolizan un paradigma para el mundo moderno.
En una entrevista Morales señala «Es una ley cósmica que nos dejaron nuestros antepasados. El ama sua, ama llulla, el ama quella. No robar, no mentir, ni ser flojo. Pero en la cultura occidental encuentras, encuentro el servilismo, el “llunqo”. Aumentamos nosotros en esta nueva generación el “ama llunqo”, “no ser servil”. Son principios que nos permiten dignificar a Bolivia, dignificar a la humanidad.»
Buscando la historia que da pie a tanta sabiduría me encuentro con este trabajo de Danilo Sánchez Lihón: Leyenda fundacional de la civilización incaica.
Hace mucho tiempo, Wiracocha, creador de todas las cosas, había castigado a su pueblo dejando ruinas y desolación donde antes reinaba la dicha, florecían las plantas y verdecían los bosques, susurraba el agua en los arroyos y correteaban alegres y jubilosos los animales por el campo. ¿Qué había provocado tanta ira y cólera en el poderoso Wiracocha?
Supaya, el espíritu del mal, había sembrado vicios, mezquindades y desorden en el corazón de la gente y el padre creador, dolido y desengañado, quiso enviar ese cruel y ejemplar castigo.
Por eso provocó cataclismos. Hizo temblar inclementemente la tierra. Se desbordaron las aguas de lagunas y ríos, llegando hasta los más altos montes de la serranía. Soplaron vientos huracanados.
Cayeron heladas e invadió una implacable sequía por todos los confines. Los hombres huían aterrorizados.
Los que pudieron salvarse buscaron refugio en las cuevas; perdiendo toda su memoria y todas sus virtudes. Perdieron su sentido de familia y de seres colectivos. Se convirtieron en seres huraños, apartados y agresivos, viviendo como bestias indómitas. El castigo entristeció a Wiracocha, y perduró milenios en los cuales sólo reinó la aridez y el silencio.
Pero un día Inti, el hijo más querido del dios, se aproximó a su padre y le habló de este modo:
– Padre y señor mío. Creador de todo lo creado y por crearse. Corazón bienhechor y magnánimo: éste tu hijo, humillado ante ti y acongojado por lo ocurrido, te suplica que ya se calme tu cólera. No es bueno que los míseros mortales deambulen en la tierra cual fieras abandonadas.
– Dime hijo, ¿he de crear una nueva progenie?
– No es necesario, padre. Permite, más bien, que dos de mis hijos –en realidad lo mejor de mi linaje, que es también tuyo– vayan hasta ellos a educar y enseñar, enderezando aquellos destinos equívocos.
Wiracocha escuchó sereno y dichoso la voz de su hijo y así se expresó:
– Inti, el más amado de mis hijos, desde hoy te llamarás «el generoso e incomparable». Tus razones conmueven profundamente mi corazón y mi alma. No en vano eres mi predilecto y el más brillante de los seres que he creado. Se cumplirán tus deseos. Que enrumben pues tus hijos a la tierra desolada para adoctrinar a los hombres en el bien, el trabajo y la belleza.
Va entonces el Sol hasta la isla sagrada que flota al centro del lago Titicaca, donde moran purificados sus dos radiantes hijos. Envuelto el sol en llamaradas de luz, rayos y arco iris, y tomando suavemente a sus hijos de los brazos, les dijo:
– Hijos míos: ha llegado la hora que emprendan la misión para la cual están destinados.
– Dinos padre lo que debemos hacer y estaremos listos a emprenderlo, –respondieron ambos.
– Irán y reunirán a los hombres que habitan como animales montaraces por cuevas y malezas. Despertarán su conciencia adormilada y les enseñarán a vivir en comunidades y a ser útiles y dichosos en el trabajo.
– Padre querido –dijo el varón– ¿Y a ti, dónde podremos encontrarte?
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