La historia de la recepción inmediata de la novela La ciudad y los perros ha sido contada varias veces. El joven Vargas Llosa presenta este texto al premio "Biblioteca Breve", que la nueva casa editorial barcelonesa Seix Barral convoca en 1962, y lo gana. Con ello, el joven novelista no solo salta a la notoriedad internacional -la novela se traduce inmediatamente a varios idiomas- sino que inaugura ese fenómeno que a partir de entonces pasará a la historia literaria con el nombre de "boom" o de "nueva narrativa latinoamericana"1.
Basta revisar hoy en día la recepción inmediata de La ciudad y los perros en artículos y reseñas de esos años (véase la bibliografía al final) para comprobar el impacto que significó esta novela en el espacio cultural hispanoamericano. No se trata aquí solo del escándalo que provocó en el Perú y que llevó a que se quemaran los mil ejemplares de la edición peruana en el patio del Colegio Leoncio Prado2, sino de los patrones de lectura que la novela imponía con su tema -sí, el tema era para entonces escandaloso por lo que tenía de denuncia- pero sobre todo con su tratamiento de la materia. Para citar solo un ejemplo, el escritor cubano Ambrosio Fornet escribía, en su reseña de 1964, que se había acercado a la novela como lo hacen los lectores-escritores, es decir, con una mirada maliciosa que va a buscar las limitaciones del texto o a hacer la lista de sus objeciones y que esta novela, sin embargo, lo había desarmado totalmente, convirtiéndolo "de golpe en puro lector" (Fornet 129). A continuación, Fornet se ocupaba allí de las técnicas y procedimientos que Vargas Llosa había empleado, subrayaba el tratamiento diverso y diferenciado, pero unitario, de la materia encaminado a descubrir "los vicios de un sistema y la hipocresía de quienes lo sostienen" (Fornet 132) y concluía con una afirmación que dividía las aguas en un antes y un ahora:
Ha pasado para la novela latinoamericana la época de las imitaciones y de la asimilación apresurada de atmósferas extrañas; ha pasado también la época ingenua de la buena voluntad que hace mala literatura. Entre los jóvenes, Vargas Llosa ha dado el salto" (Fornet 132).
¿Pero cómo hay que interpretar este salto? ¿A qué se refiere en realidad Fornet? El hacía un recuento de las acciones de la novela y mencionaba que se había retomado el viejo tema de la violencia que ahora se lo localizaba en el corazón de la ciudad y entre buenos muchachos que roban, se engañan, se humillan y finalmente asesinan. El salto que Vargas Llosa había dado tenía que ver, empero, con la forma cómo se hacía vivenciable para el lector esa violencia. Esto es lo que Fornet expresaba cuando escribía: "Kafka afirmaba, al hablar de la angustia, que no conocía sus leyes internas, sino solo la presión de sus dedos en la garganta" (Fornet 129). El salto residía, precisamente, en que el tratamiento riguroso y diferenciado enfrentaba al lector directamente con esa violencia, lo enfrentaba con ella sin mediaciones (no es ya un ejemplo de "buena voluntad que hace mala literatura"). El salto consistía en esa experiencia que se lograba hacer vivir al lector: los dedos presionando en el cuello.
En la presentación de su lectura, Fornet nos remitía a su experiencia de lector "puro", a la que había sido reducido por la bien atinada y calculada composición de la novela. Con dicha presentación nos encontramos en el centro mismo de los problemas y los temas estéticos, si es que queremos tomar este término en su sentido originario de aisthesis: de percepción y vivenciación. Lo que para Fornet hacía de Vargas Llosa "el mejor novelista joven de nuestra lengua" (Fornet 132)3 era que éste dejaba atrás una literatura de ideas y tesis mal plasmadas para optar por una literatura que apelaba sin filtro a las emociones y a la sensibilidad del lector. En ello se puede reconocer la modernidad que Fornet reclamaba entonces para esta novela: el hecho de construir de manera sostenida y redonda una experiencia estética. Pero ¿de qué estética se trataba? ¿De qué aisthesis? La respuesta a esta pregunta no solo es válida para esta novela. La obra entera de Vargas Llosa que le seguirá será un retrabajo, ampliación y variación -o repetición- de los patrones estéticos sentados con este inicio4.
Explicación: Lo nuevo de la "nueva novela hispanoamericana", que La ciudad y los perros (1962) de Mario Vargas Llosa representa, se halla en el re-trabajo de las categorías suministradas por la tradición realista bajo premisas que buscan despertar en el lector vivencias directas de lo feo. Este artículo analiza ambas estéticas implicadas en ello: aquella que construye lo feo en toda su amplitud y aquella del efecto que hace vivenciar lo feo directamente por el lector.
La historia de la recepción inmediata de la novela La ciudad y los perros ha sido contada varias veces. El joven Vargas Llosa presenta este texto al premio "Biblioteca Breve", que la nueva casa editorial barcelonesa Seix Barral convoca en 1962, y lo gana. Con ello, el joven novelista no solo salta a la notoriedad internacional -la novela se traduce inmediatamente a varios idiomas- sino que inaugura ese fenómeno que a partir de entonces pasará a la historia literaria con el nombre de "boom" o de "nueva narrativa latinoamericana"1.
Basta revisar hoy en día la recepción inmediata de La ciudad y los perros en artículos y reseñas de esos años (véase la bibliografía al final) para comprobar el impacto que significó esta novela en el espacio cultural hispanoamericano. No se trata aquí solo del escándalo que provocó en el Perú y que llevó a que se quemaran los mil ejemplares de la edición peruana en el patio del Colegio Leoncio Prado2, sino de los patrones de lectura que la novela imponía con su tema -sí, el tema era para entonces escandaloso por lo que tenía de denuncia- pero sobre todo con su tratamiento de la materia. Para citar solo un ejemplo, el escritor cubano Ambrosio Fornet escribía, en su reseña de 1964, que se había acercado a la novela como lo hacen los lectores-escritores, es decir, con una mirada maliciosa que va a buscar las limitaciones del texto o a hacer la lista de sus objeciones y que esta novela, sin embargo, lo había desarmado totalmente, convirtiéndolo "de golpe en puro lector" (Fornet 129). A continuación, Fornet se ocupaba allí de las técnicas y procedimientos que Vargas Llosa había empleado, subrayaba el tratamiento diverso y diferenciado, pero unitario, de la materia encaminado a descubrir "los vicios de un sistema y la hipocresía de quienes lo sostienen" (Fornet 132) y concluía con una afirmación que dividía las aguas en un antes y un ahora:
Ha pasado para la novela latinoamericana la época de las imitaciones y de la asimilación apresurada de atmósferas extrañas; ha pasado también la época ingenua de la buena voluntad que hace mala literatura. Entre los jóvenes, Vargas Llosa ha dado el salto" (Fornet 132).
¿Pero cómo hay que interpretar este salto? ¿A qué se refiere en realidad Fornet? El hacía un recuento de las acciones de la novela y mencionaba que se había retomado el viejo tema de la violencia que ahora se lo localizaba en el corazón de la ciudad y entre buenos muchachos que roban, se engañan, se humillan y finalmente asesinan. El salto que Vargas Llosa había dado tenía que ver, empero, con la forma cómo se hacía vivenciable para el lector esa violencia. Esto es lo que Fornet expresaba cuando escribía: "Kafka afirmaba, al hablar de la angustia, que no conocía sus leyes internas, sino solo la presión de sus dedos en la garganta" (Fornet 129). El salto residía, precisamente, en que el tratamiento riguroso y diferenciado enfrentaba al lector directamente con esa violencia, lo enfrentaba con ella sin mediaciones (no es ya un ejemplo de "buena voluntad que hace mala literatura"). El salto consistía en esa experiencia que se lograba hacer vivir al lector: los dedos presionando en el cuello.
En la presentación de su lectura, Fornet nos remitía a su experiencia de lector "puro", a la que había sido reducido por la bien atinada y calculada composición de la novela. Con dicha presentación nos encontramos en el centro mismo de los problemas y los temas estéticos, si es que queremos tomar este término en su sentido originario de aisthesis: de percepción y vivenciación. Lo que para Fornet hacía de Vargas Llosa "el mejor novelista joven de nuestra lengua" (Fornet 132)3 era que éste dejaba atrás una literatura de ideas y tesis mal plasmadas para optar por una literatura que apelaba sin filtro a las emociones y a la sensibilidad del lector. En ello se puede reconocer la modernidad que Fornet reclamaba entonces para esta novela: el hecho de construir de manera sostenida y redonda una experiencia estética. Pero ¿de qué estética se trataba? ¿De qué aisthesis? La respuesta a esta pregunta no solo es válida para esta novela. La obra entera de Vargas Llosa que le seguirá será un retrabajo, ampliación y variación -o repetición- de los patrones estéticos sentados con este inicio4.
Explicación: Lo nuevo de la "nueva novela hispanoamericana", que La ciudad y los perros (1962) de Mario Vargas Llosa representa, se halla en el re-trabajo de las categorías suministradas por la tradición realista bajo premisas que buscan despertar en el lector vivencias directas de lo feo. Este artículo analiza ambas estéticas implicadas en ello: aquella que construye lo feo en toda su amplitud y aquella del efecto que hace vivenciar lo feo directamente por el lector.