¿De qué forma religión, raza e idioma influyen en nuestra relación con los otros individuos? Hoy toca cuestionarse la importancia de la multiculturalidad, la filosofía del encuentro, la evolución del pensamiento del Otro. Porque nos encontramos en un Nuevo Mundo en el que todos nos hemos convertido en ciudadanos globales. Allá donde vayamos existen personas extrañas, distintas a nosotros y el encuentro con ellas es una experiencia básica y universal de nuestra existencia. Frente a este peculiar encuentro, han habido diferentes posturas a lo largo de la historia.
Cultura
Las diferentes culturas enriquecen nuestro mundo.
Hubo un tiempo lejano en el que los blancos eran la raza superior y los europeos los dueños del mundo, así que todo aquel que se saliera de esos márgenes (pensemos en el pobre negro de África) era sometido a la violencia de las guerras, de la colonización, del imperialismo y, como “otro” que era, se convertía en esclavo, en el bicho raro con el que no debías relacionarte jamás. He aquí la primera conducta nefasta de la humanidad frente a los demás: el rechazo y el enfrentamiento bélico.
A medida que el conocimiento humano avanzaba -y probablemente también se desarrollaba el sentido común- algunas civilizaciones protagonizaron ejemplos de indiferencia. Ya no había necesidad de exterminar al Otro, pero tampoco existía necesidad de relacionarse con él. Así que cada uno seguía su camino y para ello se aislaba del mundo. Algunos decidieron levantar murallas -como la famosa Gran Muralla China, qué ejemplo más nítido de rechazo hacia el Otro-, también hubo quien levantó torres, puertas y otros elementos arquitectónicos de aislamiento.
Y ya por fin algo debió cambiar en la mentalidad de los hombres del siglo XVIII -tal vez por eso lo llamen el Siglo de las Luces- cuando grandes filósofos como Rousseau y Voltaire valoraron la importancia de las relaciones sociales. La literatura ilustrada comenzó a luchar contra la esclavitud; ya no se conquistaban tierras, se descubrían culturas. Apareció un deseo irrefrenable de conocer. El Otro se convirtió en algo que nos concernía a todos.
Desde entonces, aunque no se ha tratado en exceso en los medios de comunicación ni en la literatura, conocer y entender al Otro ha sido un reto mundial. Reto porque con la globalización, la cultura se vuelve cada vez más híbrida, más heterogénea; se mezcla, se transforma con otras. Y al fin y al cabo todos luchamos por reivindicar nuestra cultura, nuestros valores… y todo ello acaba conformando un movimiento de gran fuerza masiva que ha venido a denominarse nacionalismo. Y nadie pasa por alto que por el nacionalismo pudieron desarrollarse movimientos catastróficos como el nazismo de Hitler y el fascismo de Mussolini.
El sentido de nuestra existencia debiera ser el de apartar las opciones de duelo e indiferencia y acercarnos a la cordialidad. El color de la piel, la religión y el nacionalismo en sí mismo son tres componentes que regulan nuestra visión del Otro. Y es aquí donde la literatura y los medios deben ayudar a las sociedades a superar preconceptos y falsos estereotipos. El desafío del siglo XX es la comunicación: querer conocer al otro, su cultura, preservando sus diferencias como individuo y, sobre todo, evitando la acción niveladora de masas.
Aceptemos al Otro aunque sea diferente, porque nos hace mejores. Deberíamos empezar aprendiendo que la diferencia nos enriquece, nos hace plurales y humanos, es por ello que todos -o la gran mayoría- luchan en contra de la homogenización planetaria y a favor de un mundo multicultural en donde las relaciones se diversifiquen, abarcando todas las razas y culturas. Multicultural no porque existan más culturas que en el pasado, sino porque somos más conscientes de su importancia. A medida que avanzan las tecnologías esas relaciones aumentan: se desarrollan las comunicaciones, el transporte, aumenta la pobreza en algunos países provocando la emigración y el choque cultural… Pero no dejan de haber obstáculos en el entendimiento mutuo: el idioma supone una primera barrera en la comunicación y, por otro lado, las grandes potencias tienden al narcisismo y acaban controlando y dominando a los países pobres. Y siempre hay quien, profundizando en la cultura propia, acaba generando posturas como el etnocentrismo, la xenofobia y la hostilidad hacia el Otro. De nuevo sale al paso el nacionalismo, con ese sentido férreo de identidad (himnos, banderas, lenguas…) que llevado al extremo puede trasladarnos de nuevo a las épocas de las barbaries.
Pensemos que el Otro nos enriquece. Esa debe ser una lección a aprender en toda escuela. Que las diferencias no siempre separan, a veces unen. Y en este caso nos une tanto, que bien pensado, nos hace en el fondo iguales.
¿De qué forma religión, raza e idioma influyen en nuestra relación con los otros individuos? Hoy toca cuestionarse la importancia de la multiculturalidad, la filosofía del encuentro, la evolución del pensamiento del Otro. Porque nos encontramos en un Nuevo Mundo en el que todos nos hemos convertido en ciudadanos globales. Allá donde vayamos existen personas extrañas, distintas a nosotros y el encuentro con ellas es una experiencia básica y universal de nuestra existencia. Frente a este peculiar encuentro, han habido diferentes posturas a lo largo de la historia.
Cultura
Las diferentes culturas enriquecen nuestro mundo.
Hubo un tiempo lejano en el que los blancos eran la raza superior y los europeos los dueños del mundo, así que todo aquel que se saliera de esos márgenes (pensemos en el pobre negro de África) era sometido a la violencia de las guerras, de la colonización, del imperialismo y, como “otro” que era, se convertía en esclavo, en el bicho raro con el que no debías relacionarte jamás. He aquí la primera conducta nefasta de la humanidad frente a los demás: el rechazo y el enfrentamiento bélico.
A medida que el conocimiento humano avanzaba -y probablemente también se desarrollaba el sentido común- algunas civilizaciones protagonizaron ejemplos de indiferencia. Ya no había necesidad de exterminar al Otro, pero tampoco existía necesidad de relacionarse con él. Así que cada uno seguía su camino y para ello se aislaba del mundo. Algunos decidieron levantar murallas -como la famosa Gran Muralla China, qué ejemplo más nítido de rechazo hacia el Otro-, también hubo quien levantó torres, puertas y otros elementos arquitectónicos de aislamiento.
Y ya por fin algo debió cambiar en la mentalidad de los hombres del siglo XVIII -tal vez por eso lo llamen el Siglo de las Luces- cuando grandes filósofos como Rousseau y Voltaire valoraron la importancia de las relaciones sociales. La literatura ilustrada comenzó a luchar contra la esclavitud; ya no se conquistaban tierras, se descubrían culturas. Apareció un deseo irrefrenable de conocer. El Otro se convirtió en algo que nos concernía a todos.
Desde entonces, aunque no se ha tratado en exceso en los medios de comunicación ni en la literatura, conocer y entender al Otro ha sido un reto mundial. Reto porque con la globalización, la cultura se vuelve cada vez más híbrida, más heterogénea; se mezcla, se transforma con otras. Y al fin y al cabo todos luchamos por reivindicar nuestra cultura, nuestros valores… y todo ello acaba conformando un movimiento de gran fuerza masiva que ha venido a denominarse nacionalismo. Y nadie pasa por alto que por el nacionalismo pudieron desarrollarse movimientos catastróficos como el nazismo de Hitler y el fascismo de Mussolini.
El sentido de nuestra existencia debiera ser el de apartar las opciones de duelo e indiferencia y acercarnos a la cordialidad. El color de la piel, la religión y el nacionalismo en sí mismo son tres componentes que regulan nuestra visión del Otro. Y es aquí donde la literatura y los medios deben ayudar a las sociedades a superar preconceptos y falsos estereotipos. El desafío del siglo XX es la comunicación: querer conocer al otro, su cultura, preservando sus diferencias como individuo y, sobre todo, evitando la acción niveladora de masas.
Aceptemos al Otro aunque sea diferente, porque nos hace mejores. Deberíamos empezar aprendiendo que la diferencia nos enriquece, nos hace plurales y humanos, es por ello que todos -o la gran mayoría- luchan en contra de la homogenización planetaria y a favor de un mundo multicultural en donde las relaciones se diversifiquen, abarcando todas las razas y culturas. Multicultural no porque existan más culturas que en el pasado, sino porque somos más conscientes de su importancia. A medida que avanzan las tecnologías esas relaciones aumentan: se desarrollan las comunicaciones, el transporte, aumenta la pobreza en algunos países provocando la emigración y el choque cultural… Pero no dejan de haber obstáculos en el entendimiento mutuo: el idioma supone una primera barrera en la comunicación y, por otro lado, las grandes potencias tienden al narcisismo y acaban controlando y dominando a los países pobres. Y siempre hay quien, profundizando en la cultura propia, acaba generando posturas como el etnocentrismo, la xenofobia y la hostilidad hacia el Otro. De nuevo sale al paso el nacionalismo, con ese sentido férreo de identidad (himnos, banderas, lenguas…) que llevado al extremo puede trasladarnos de nuevo a las épocas de las barbaries.
Pensemos que el Otro nos enriquece. Esa debe ser una lección a aprender en toda escuela. Que las diferencias no siempre separan, a veces unen. Y en este caso nos une tanto, que bien pensado, nos hace en el fondo iguales.