En 1691 vientos extraños soplaron sobre la capital de la Nueva España. Todavía no se usaba la expresión “fin de siglo”, que aparecería por primera vez en 1888 como título de una comedia francesa, pero las señales de que algo estaba concluyendo se arremolinaban en todo rincón de la tierra y el cielo. Al comenzar el año ardió un altar en el Hospital de Jesús, y las llamas alcanzaron los pies de una imagen sagrada. Los supersticiosos todavía comentaban el hecho, cuando un fuerte temblor sacudió las entrañas de México. Al poco tiempo, violentas tempestades hicieron desbordar el río de los Remedios y decenas de personas murieron ahogadas.
El 9 de junio, un sacerdote cosió a puñaladas a una mulata junto a la iglesia de San Sebastián, y al día siguiente otro temblor de tierra se dejó sentir; la lluvia seguía cayendo con tanto ímpetu que los clérigos, decidieron reunirse en catedral “para tocar plegaria y cesar el agua”. Nada pudieron conseguir: mientras acequias y canales eran devastados, una mujer que acababa de confesarse cayó muerta en Santo Domingo, y un niño de 2 cabezas nació muerto.
El 23 de agosto hubo un eclipse que el sabio más grande del virreinato, Carlos de Sigüenza y Góngora (1645 – 1700), observó con su telescopio: <>.
Aunque Sigüenza comentó el fenómeno riéndose de los pronósticos apocalípticos del jesuita Eusebio Kino, de algún modo extraño, este último tuvo razón. Días más tarde una plaga de chahuistle cubrió los sembradíos, y durante los meses siguientes se originó una carestía de bastimentos, y de ella hambre y mortandad en toda Nueva España>>.
El eterno temor de una sublevación indígena se hizo realidad a mediados de 1692: enloquecidos por la hambruna, los indios se lanzaron sobre el palacio virreinal, protagonizando así el peor motín registrado hasta entonces. En medio de aquella atmósfera delirante, los religiosos iniciaron una implacable persecución que todavía hoy sigue escandalizando. La víctima fue la cumbre literaria de la lengua española de su tiempo:
Sor Juana Inés de la Cruz, que con el libro
La Inundación Castálida (1689) había alcanzado la apoteosis del reconocimiento tanto en América como en Europa, donde se le consideraba “Décima Musa” y “Fénix de México”. Los únicos intelectuales de entonces, los clérigos, no pudieron sustraerse a la marejada de envidia que despertó el éxito de Sor Juana y –escribe José Emilio Pacheco: “la presionaron a no escribir cosas profanas __ esto es, a callarse” [..].
La Respuesta a Sor Filotea fue su último escrito. Se trata de una larga misiva en la que narró su vida y sus estudios, y discutió su derecho, “que es el de todas las mujeres”, a saber y escribir. Poco después abandonó los poderes del silencio, renunció a los estudios y entregó sus libros. Sobre las ciudades cayeron tormentas, sequías, rebeliones y finalmente el hambre y la peste. En 1695, Sor Juana se dejó morir: sobre la cara de los apestados recogió el soplo de la muerte. Concluye Pacheco: __<>__.
Respuesta:
cuál es el artículo????
Respuesta:
Sor Juana, La poeta que debió callar
En 1691 vientos extraños soplaron sobre la capital de la Nueva España. Todavía no se usaba la expresión “fin de siglo”, que aparecería por primera vez en 1888 como título de una comedia francesa, pero las señales de que algo estaba concluyendo se arremolinaban en todo rincón de la tierra y el cielo. Al comenzar el año ardió un altar en el Hospital de Jesús, y las llamas alcanzaron los pies de una imagen sagrada. Los supersticiosos todavía comentaban el hecho, cuando un fuerte temblor sacudió las entrañas de México. Al poco tiempo, violentas tempestades hicieron desbordar el río de los Remedios y decenas de personas murieron ahogadas.
El 9 de junio, un sacerdote cosió a puñaladas a una mulata junto a la iglesia de San Sebastián, y al día siguiente otro temblor de tierra se dejó sentir; la lluvia seguía cayendo con tanto ímpetu que los clérigos, decidieron reunirse en catedral “para tocar plegaria y cesar el agua”. Nada pudieron conseguir: mientras acequias y canales eran devastados, una mujer que acababa de confesarse cayó muerta en Santo Domingo, y un niño de 2 cabezas nació muerto.
El 23 de agosto hubo un eclipse que el sabio más grande del virreinato, Carlos de Sigüenza y Góngora (1645 – 1700), observó con su telescopio: <>.
Aunque Sigüenza comentó el fenómeno riéndose de los pronósticos apocalípticos del jesuita Eusebio Kino, de algún modo extraño, este último tuvo razón. Días más tarde una plaga de chahuistle cubrió los sembradíos, y durante los meses siguientes se originó una carestía de bastimentos, y de ella hambre y mortandad en toda Nueva España>>.
El eterno temor de una sublevación indígena se hizo realidad a mediados de 1692: enloquecidos por la hambruna, los indios se lanzaron sobre el palacio virreinal, protagonizando así el peor motín registrado hasta entonces. En medio de aquella atmósfera delirante, los religiosos iniciaron una implacable persecución que todavía hoy sigue escandalizando. La víctima fue la cumbre literaria de la lengua española de su tiempo:
Sor Juana Inés de la Cruz, que con el libro
La Inundación Castálida (1689) había alcanzado la apoteosis del reconocimiento tanto en América como en Europa, donde se le consideraba “Décima Musa” y “Fénix de México”. Los únicos intelectuales de entonces, los clérigos, no pudieron sustraerse a la marejada de envidia que despertó el éxito de Sor Juana y –escribe José Emilio Pacheco: “la presionaron a no escribir cosas profanas __ esto es, a callarse” [..].
La Respuesta a Sor Filotea fue su último escrito. Se trata de una larga misiva en la que narró su vida y sus estudios, y discutió su derecho, “que es el de todas las mujeres”, a saber y escribir. Poco después abandonó los poderes del silencio, renunció a los estudios y entregó sus libros. Sobre las ciudades cayeron tormentas, sequías, rebeliones y finalmente el hambre y la peste. En 1695, Sor Juana se dejó morir: sobre la cara de los apestados recogió el soplo de la muerte. Concluye Pacheco: __<>__.
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