Primavera en Orcas Island. Una camioneta acelera por la pista de aterrizaje de Eastsound. Lleva en el techo una enorme estructura metálica que se contorsiona a medida que el vehículo gana velocidad. Los vecinos lo conocen. Es Anthony Howe poniendo a prueba su obra más reciente.
Howe es un artista conocido mundialmente por sus espectaculares esculturas cinéticas. Conocí su trabajo en los juegos olímpicos de 2016, para los cuales construyó el caldero que albergó la llama olímpica en Rio de Janeiro. Consiste en una serie de anillos metálicos con complejas ramificaciones que se comprimen y expanden sobre sí mismos motorizados por el calor de la propia llama olímpica. El efecto visual es impresionante. Es que, de hecho, de eso se trata: de conmover al espectador.
El arte cinético se basa en la estética del movimiento. Íntimamente ligado al arte óptico, que trabaja con ilusiones, ambas expresiones juegan con las limitaciones perceptivas del ojo humano. Estas corrientes nacieron con el siglo XX y fueron adoptadas con entusiasmo por el movimiento futurista. Estuvieron también muy de moda en las décadas del ’60 y ’70.
Pero para entender cómo entra Howe en esta historia retrocedamos un poco en el tiempo.
Una casa en la montaña
Anthony nació en Salt Lake City, Utah, en 1954. Graduado en la Universidad de Cornell y en la Escuela de Pintura y Escultura de Skowhegan, durante la década del ’70 recorrió los Estados Unidos pintando retratos en carbonilla al costado de los centros comerciales. “Fue una época bastante divertida porque interactuaba directamente con la gente. Además, vendía todos los retratos”.
Las cosas cambiaron a fines de la década del ’70 cuando Anthony se instaló en Nuevo Hampshire. Allí construyó una casa de madera en la cima de una montaña remota y ahí sus pinturas cambiaron por completo:
“Cuando me instalé en Nuevo Hampshire las pinturas mejoraron mucho porque el tema, los paisajes, era algo que me apasionaba de verdad. Tuve la oportunidad de conseguir varias galerías que no tuvieron inconvenientes en vender estas obras. Pero después de un par de años haciendo esto se me hizo cada vez más difícil obtener satisfacción del hecho de pintar y la calidad de mis pinturas empezó a decaer. Era el momento de un cambio”.
La experiencia de haber construido su propia cabaña en una montaña sembró una semilla en Anthony Howe. Una semilla que crecería con los años hasta volverse una obsesión y un camino. Nuevos materiales y herramientas empezaron a ocupar su mente. Para calentar aquella casa armó él mismo unas estufas de leña utilizando unos tambores metálicos de 200 litros. Fue la primera vez que usó una soldadora. No sabía entonces que esa herramienta se convertiría en su principal instrumento de trabajo en los años siguientes.
Howe vivió y pintó en su cabaña de la montaña hasta que sintió que había cumplido un ciclo. Entonces, decidió vender su casa en New Hampshire y cambiar por completo su entorno: se mudó a Manhattan. Allí empezó a intercalar su producción artística con trabajos de medio tiempo. Nueva York no es una ciudad barata. Uno de esos trabajos consistía en construir estanterías de metal para una oficina. Fue entonces cuando descubrió un nuevo medio de expresión: el metal.
Un estudio en Nueva York
Hacía tiempo que Howe estaba interesándose en la estética del movimiento, pero este nuevo material habría de brindarle el impulso que necesitaba para dedicarse a la construcción de sus primeras esculturas cinéticas que se activan con el viento.
Para sorpresa de sus vecinos, Anthony empezó a exhibir sus primeras esculturas móviles sobre las calles de Nueva York, valiéndose de cables de ascensores en desuso que colgaba entre los edificios. Fue el comienzo de un nuevo estilo de vida:
“En Nueva York vendí mi motocicleta para comprar una soldadora MIG y una máquina de corte por plasma. Inmediatamente, mi satisfacción alcanzó un nivel muy diferente al que había experimentado previamente como pintor. Al mismo tiempo, mi habilidad para concebir nuevos trabajos se expandió exponencialmente. Fue como “abrir una puerta nueva”. Durante los siguientes años tuve un mandato poderoso que me dictaba el día a día. Era tan fuerte y sobrecogedor que cualquier otra cosa, como ver una película o leer un libro, se volvió una intromisión y una molestia”.
Anthony pasaba muchas horas al día en su estudio en un penthouse de Nueva York creando esculturas cinéticas, pero la cuestión estaba en cómo llegar al público. Había una galería en el Soho que mostraba interés en sus obras, pero estas no se vendían. Necesitaban viento para activarse. Entonces, una idea empezó a tomar forma en su cabeza:
“Un estudio al costado de la carretera principal que tenga el tipo correcto de tráfico, es decir: tráfico de personas que aprecien el arte y que tengan el dinero para invertir en él. Cuando vi la propiedad en la cual vivo desde hace treinta y seis años me di cuenta al instante que era perfecta”.
El artista ANTONY HOWE continua sorprendiendo con sus colosales esculturas cinéticas.- Movidas con la fuerza eólica o motores eléctricos, hipnotizan con su movimientos cíclicos y repetitivos que evocan tanto a los tentáculos de un pulpo como a naves extraterrestres.
Cada obra es construida en metal y su peso ronda los 700 kilos. En primera instancia el autor realiza un modelo virtual por medios digitales a efectos de testear los movimientos y medir el comportaiento posible ante la fuerza del viento. Luego construye la pieza original en las dimensiones y materiales reales.
Aquí se muestran imágenes de sus obras: “DI- Octo”, “En la luz nublada III” y “Desconexón”. Y se incluyen links pàra acceder a videos de obras registradas en operación. Pueden verse otros trabajos recientes del autor en: h
Respuesta:
Primavera en Orcas Island. Una camioneta acelera por la pista de aterrizaje de Eastsound. Lleva en el techo una enorme estructura metálica que se contorsiona a medida que el vehículo gana velocidad. Los vecinos lo conocen. Es Anthony Howe poniendo a prueba su obra más reciente.
Howe es un artista conocido mundialmente por sus espectaculares esculturas cinéticas. Conocí su trabajo en los juegos olímpicos de 2016, para los cuales construyó el caldero que albergó la llama olímpica en Rio de Janeiro. Consiste en una serie de anillos metálicos con complejas ramificaciones que se comprimen y expanden sobre sí mismos motorizados por el calor de la propia llama olímpica. El efecto visual es impresionante. Es que, de hecho, de eso se trata: de conmover al espectador.
El arte cinético se basa en la estética del movimiento. Íntimamente ligado al arte óptico, que trabaja con ilusiones, ambas expresiones juegan con las limitaciones perceptivas del ojo humano. Estas corrientes nacieron con el siglo XX y fueron adoptadas con entusiasmo por el movimiento futurista. Estuvieron también muy de moda en las décadas del ’60 y ’70.
Pero para entender cómo entra Howe en esta historia retrocedamos un poco en el tiempo.
Una casa en la montaña
Anthony nació en Salt Lake City, Utah, en 1954. Graduado en la Universidad de Cornell y en la Escuela de Pintura y Escultura de Skowhegan, durante la década del ’70 recorrió los Estados Unidos pintando retratos en carbonilla al costado de los centros comerciales. “Fue una época bastante divertida porque interactuaba directamente con la gente. Además, vendía todos los retratos”.
Las cosas cambiaron a fines de la década del ’70 cuando Anthony se instaló en Nuevo Hampshire. Allí construyó una casa de madera en la cima de una montaña remota y ahí sus pinturas cambiaron por completo:
“Cuando me instalé en Nuevo Hampshire las pinturas mejoraron mucho porque el tema, los paisajes, era algo que me apasionaba de verdad. Tuve la oportunidad de conseguir varias galerías que no tuvieron inconvenientes en vender estas obras. Pero después de un par de años haciendo esto se me hizo cada vez más difícil obtener satisfacción del hecho de pintar y la calidad de mis pinturas empezó a decaer. Era el momento de un cambio”.
La experiencia de haber construido su propia cabaña en una montaña sembró una semilla en Anthony Howe. Una semilla que crecería con los años hasta volverse una obsesión y un camino. Nuevos materiales y herramientas empezaron a ocupar su mente. Para calentar aquella casa armó él mismo unas estufas de leña utilizando unos tambores metálicos de 200 litros. Fue la primera vez que usó una soldadora. No sabía entonces que esa herramienta se convertiría en su principal instrumento de trabajo en los años siguientes.
Howe vivió y pintó en su cabaña de la montaña hasta que sintió que había cumplido un ciclo. Entonces, decidió vender su casa en New Hampshire y cambiar por completo su entorno: se mudó a Manhattan. Allí empezó a intercalar su producción artística con trabajos de medio tiempo. Nueva York no es una ciudad barata. Uno de esos trabajos consistía en construir estanterías de metal para una oficina. Fue entonces cuando descubrió un nuevo medio de expresión: el metal.
Un estudio en Nueva York
Hacía tiempo que Howe estaba interesándose en la estética del movimiento, pero este nuevo material habría de brindarle el impulso que necesitaba para dedicarse a la construcción de sus primeras esculturas cinéticas que se activan con el viento.
Para sorpresa de sus vecinos, Anthony empezó a exhibir sus primeras esculturas móviles sobre las calles de Nueva York, valiéndose de cables de ascensores en desuso que colgaba entre los edificios. Fue el comienzo de un nuevo estilo de vida:
“En Nueva York vendí mi motocicleta para comprar una soldadora MIG y una máquina de corte por plasma. Inmediatamente, mi satisfacción alcanzó un nivel muy diferente al que había experimentado previamente como pintor. Al mismo tiempo, mi habilidad para concebir nuevos trabajos se expandió exponencialmente. Fue como “abrir una puerta nueva”. Durante los siguientes años tuve un mandato poderoso que me dictaba el día a día. Era tan fuerte y sobrecogedor que cualquier otra cosa, como ver una película o leer un libro, se volvió una intromisión y una molestia”.
Anthony pasaba muchas horas al día en su estudio en un penthouse de Nueva York creando esculturas cinéticas, pero la cuestión estaba en cómo llegar al público. Había una galería en el Soho que mostraba interés en sus obras, pero estas no se vendían. Necesitaban viento para activarse. Entonces, una idea empezó a tomar forma en su cabeza:
“Un estudio al costado de la carretera principal que tenga el tipo correcto de tráfico, es decir: tráfico de personas que aprecien el arte y que tengan el dinero para invertir en él. Cuando vi la propiedad en la cual vivo desde hace treinta y seis años me di cuenta al instante que era perfecta”.
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Espero te sirva
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El artista ANTONY HOWE continua sorprendiendo con sus colosales esculturas cinéticas.- Movidas con la fuerza eólica o motores eléctricos, hipnotizan con su movimientos cíclicos y repetitivos que evocan tanto a los tentáculos de un pulpo como a naves extraterrestres.
Cada obra es construida en metal y su peso ronda los 700 kilos. En primera instancia el autor realiza un modelo virtual por medios digitales a efectos de testear los movimientos y medir el comportaiento posible ante la fuerza del viento. Luego construye la pieza original en las dimensiones y materiales reales.
Aquí se muestran imágenes de sus obras: “DI- Octo”, “En la luz nublada III” y “Desconexón”. Y se incluyen links pàra acceder a videos de obras registradas en operación. Pueden verse otros trabajos recientes del autor en: h