Durante los siglos XVI a XVIII, las guerras intestinas donde se jugaba el predominio político, la herencia dinástica o la imposición religiosa fueron objeto de una valoración negativa que les asignaba el rango de calamidad pública por antonomasia. Los ilustrados franceses fueron separando los conceptos de revolución (valiosa en si misma, merced a su función a la vez civilizadora, racionalizadora y redentora) y guerra civil, que se siguió condenando a la luz de la lucha de facciones inspirada por el fanatismo religioso del siglo XVI2. Sin embargo, durante el periodo de conmociones múltiples que transcurrió de 1789 a 1858, el confuso entrelazamiento entre revolución, guerra civil y guerra interestatal permitió una relativización del fenómeno guerracivilista y su rehabilitación parcial como acto de ruptura repentina y saludable con el Antiguo Régimen3. Con todo, la guerra civil se siguió interpretando de forma dominante —al menos hasta la mitad del siglo XIX— como un flagelo y una regresión en el proceso de la civilización. La violencia contra miembros de una misma comunidad política era un hecho antinatural; de ahí la gran avalancha de consideraciones de familiarismo moral (con ejemplos señeros como la admonición de Abraham Lincoln sobre la house divided lanzada en junio de 1858 o el lamento y la execración ulterior de la «guerra fratricida») que describen el conflicto civil como una gran calamidad en función de la proximidad espacial y la fuerte implicación emocional entre verdugos y víctimas.
4 Véase sobre la Comuna de 1871 la obra clásica de K. Marx, La guerra civil en Francia.
5 P. Viola, «Rivoluzione e guerra civile», p. 22.
3Durante las décadas finales del siglo XIX y las iniciales del XX, la progresiva regulación de las guerras entre estados por la vía del Derecho internacional relegó a las guerras civiles a la categoría de casos excepcionales en tanto que manifestaciones de conflicto político difícilmente regulables en normas de obligado cumplimiento. Pero el marxismo, sobre todo en su variante leninista, al preconizar la estrecha relación de necesidad entre guerra civil y revolución como fases secuenciales de la lucha entre burguesía y proletariado4, rehabilitó parcialmente el concepto y lo integró por primera vez en un programa coherente de explicación histórica del conflicto socioeconómico. La aparición de la Unión Soviética y de los nacionalismos extremistas con vocación totalizante durante el período de entreguerras ayudó a ocultar aún más los procesos de guerra civil en la maraña tejida por la revolución y/o la contrarrevolución que solían ser su precedente o corolario. La guerra civil entró a formar parte de estos esquemas, ubicada entre la técnica y los costes de la revolución, como situación límite creada por la tensión ideológica
Respuesta:Las discordias civiles han atraído la atención de los eruditos occidentales desde hace casi dos milenios y medio1. Tucídides fue testigo de la crisis interior o stasis (στάσις) que condujo al conflicto entre las ciudades griegas que se llamó guerra del Peloponeso (431-404 a. C.), interpretada por el estratega en clave de guerra doméstica. Desde la narración de los erga (acontecimientos) de este primer conflicto fratricida narrado en la historia occidental hasta la disección que hizo Thomas Hobbes de sus consecuencias genéricas (pasando por los comentarios sobre la Bellum Civile —entre conciudadanos— abordados por César en el siglo I a. C. o Apiano en el siglo II d. C.), la guerra civil fue adquiriendo su caracterización canónica de hecho injusto, anárquico, aleatorio y caótico: la bellum erga omnes (que el filósofo de Malmesbury relacionaba con su medrosa experiencia de la guerra civil inglesa de 1642-51) propia del «estado de naturaleza», contrapuesto a la paz social que debe ser garantizada con el monopolio del uso de la fuerza por parte del Estado
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Durante los siglos XVI a XVIII, las guerras intestinas donde se jugaba el predominio político, la herencia dinástica o la imposición religiosa fueron objeto de una valoración negativa que les asignaba el rango de calamidad pública por antonomasia. Los ilustrados franceses fueron separando los conceptos de revolución (valiosa en si misma, merced a su función a la vez civilizadora, racionalizadora y redentora) y guerra civil, que se siguió condenando a la luz de la lucha de facciones inspirada por el fanatismo religioso del siglo XVI2. Sin embargo, durante el periodo de conmociones múltiples que transcurrió de 1789 a 1858, el confuso entrelazamiento entre revolución, guerra civil y guerra interestatal permitió una relativización del fenómeno guerracivilista y su rehabilitación parcial como acto de ruptura repentina y saludable con el Antiguo Régimen3. Con todo, la guerra civil se siguió interpretando de forma dominante —al menos hasta la mitad del siglo XIX— como un flagelo y una regresión en el proceso de la civilización. La violencia contra miembros de una misma comunidad política era un hecho antinatural; de ahí la gran avalancha de consideraciones de familiarismo moral (con ejemplos señeros como la admonición de Abraham Lincoln sobre la house divided lanzada en junio de 1858 o el lamento y la execración ulterior de la «guerra fratricida») que describen el conflicto civil como una gran calamidad en función de la proximidad espacial y la fuerte implicación emocional entre verdugos y víctimas.
4 Véase sobre la Comuna de 1871 la obra clásica de K. Marx, La guerra civil en Francia.
5 P. Viola, «Rivoluzione e guerra civile», p. 22.
3Durante las décadas finales del siglo XIX y las iniciales del XX, la progresiva regulación de las guerras entre estados por la vía del Derecho internacional relegó a las guerras civiles a la categoría de casos excepcionales en tanto que manifestaciones de conflicto político difícilmente regulables en normas de obligado cumplimiento. Pero el marxismo, sobre todo en su variante leninista, al preconizar la estrecha relación de necesidad entre guerra civil y revolución como fases secuenciales de la lucha entre burguesía y proletariado4, rehabilitó parcialmente el concepto y lo integró por primera vez en un programa coherente de explicación histórica del conflicto socioeconómico. La aparición de la Unión Soviética y de los nacionalismos extremistas con vocación totalizante durante el período de entreguerras ayudó a ocultar aún más los procesos de guerra civil en la maraña tejida por la revolución y/o la contrarrevolución que solían ser su precedente o corolario. La guerra civil entró a formar parte de estos esquemas, ubicada entre la técnica y los costes de la revolución, como situación límite creada por la tensión ideológica
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Respuesta:Las discordias civiles han atraído la atención de los eruditos occidentales desde hace casi dos milenios y medio1. Tucídides fue testigo de la crisis interior o stasis (στάσις) que condujo al conflicto entre las ciudades griegas que se llamó guerra del Peloponeso (431-404 a. C.), interpretada por el estratega en clave de guerra doméstica. Desde la narración de los erga (acontecimientos) de este primer conflicto fratricida narrado en la historia occidental hasta la disección que hizo Thomas Hobbes de sus consecuencias genéricas (pasando por los comentarios sobre la Bellum Civile —entre conciudadanos— abordados por César en el siglo I a. C. o Apiano en el siglo II d. C.), la guerra civil fue adquiriendo su caracterización canónica de hecho injusto, anárquico, aleatorio y caótico: la bellum erga omnes (que el filósofo de Malmesbury relacionaba con su medrosa experiencia de la guerra civil inglesa de 1642-51) propia del «estado de naturaleza», contrapuesto a la paz social que debe ser garantizada con el monopolio del uso de la fuerza por parte del Estado
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