Era 20 de abril de 1586. En Lima, entonces parte del Virreinato del Perú, Don Gerardo Flores, un ex soldado nacido en España, y doña María de Oliva, una humilde costurera nacida en Huánuco, reciben a su cuarta heredera. Era una niña delicada y hermosa, a la que nombraron Isabel. En ese momento, nadie se imaginaba el legado que dejaría Isabel Flores de Oliva, mejor conocida como Santa Rosa de Lima, quien se convertiría en la primera santa canonizada del continente americano.
Pese a haber nacido en la capital, a la edad de 12 años, Isabel y su familia, sumidos en una grave crisis económica, se mudaron a Quives, un pueblo a 60 kilómetros de Lima. Desde entonces, la joven empezó a emular a quien sería su modelo en el ámbito religioso: Santa Catalina de Siena. Isabel ayunaba tres veces por semana y se autoinfligía fuertes penitencias físicas por los pecados que cometía. Además, ocultaba los dolores que cierta enfermedad reumática le ocasionaba.
No fue hasta los 25 años que recibe el nombre de Rosa de parte del arzobispo católico Toribio de Mogrovejo, el día de su confirmación. Cuentan que al inicio, no le gustó la idea, pero luego aceptó con humildad su nuevo apelativo, pues la Virgen del Rosario y el Niño Jesús “le confirmaron el nombre”, según José Manuel Bermúdez y fray Pedro de Loaiza, biógrafos de Santa Rosa.
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Era 20 de abril de 1586. En Lima, entonces parte del Virreinato del Perú, Don Gerardo Flores, un ex soldado nacido en España, y doña María de Oliva, una humilde costurera nacida en Huánuco, reciben a su cuarta heredera. Era una niña delicada y hermosa, a la que nombraron Isabel. En ese momento, nadie se imaginaba el legado que dejaría Isabel Flores de Oliva, mejor conocida como Santa Rosa de Lima, quien se convertiría en la primera santa canonizada del continente americano.
Pese a haber nacido en la capital, a la edad de 12 años, Isabel y su familia, sumidos en una grave crisis económica, se mudaron a Quives, un pueblo a 60 kilómetros de Lima. Desde entonces, la joven empezó a emular a quien sería su modelo en el ámbito religioso: Santa Catalina de Siena. Isabel ayunaba tres veces por semana y se autoinfligía fuertes penitencias físicas por los pecados que cometía. Además, ocultaba los dolores que cierta enfermedad reumática le ocasionaba.
No fue hasta los 25 años que recibe el nombre de Rosa de parte del arzobispo católico Toribio de Mogrovejo, el día de su confirmación. Cuentan que al inicio, no le gustó la idea, pero luego aceptó con humildad su nuevo apelativo, pues la Virgen del Rosario y el Niño Jesús “le confirmaron el nombre”, según José Manuel Bermúdez y fray Pedro de Loaiza, biógrafos de Santa Rosa.
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