La historia de las novelas prohibidas en América Latina es muy vieja y se remonta a los tiempos coloniales, cuando la Inquisición tenía preferencia para anotar en sus listas negras “libros de romance de historias vanas o de profanidad, como son de Amadís y otros de esta calidad, porque este es mal ejercicio para los indios, y cosa es que no es bien que se ocupen ni lean”.
La mentira de las vidas fingidas, las exageraciones y los embelecos eran perjudiciales para la fe y la recta conducta de los súbditos del reino. Y la mano de los aduaneros en los puertos estaba presta a detener los libros llenos de embustes, suerte que corrieron tanto el Quijote como El lazarillo de Tormes.
Sin embargo, prohibir leer ha sido siempre el mejor acicate para la curiosidad, que se convierte en un acto de desafío y, por tanto, de libertad
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La historia de las novelas prohibidas en América Latina es muy vieja y se remonta a los tiempos coloniales, cuando la Inquisición tenía preferencia para anotar en sus listas negras “libros de romance de historias vanas o de profanidad, como son de Amadís y otros de esta calidad, porque este es mal ejercicio para los indios, y cosa es que no es bien que se ocupen ni lean”.
La mentira de las vidas fingidas, las exageraciones y los embelecos eran perjudiciales para la fe y la recta conducta de los súbditos del reino. Y la mano de los aduaneros en los puertos estaba presta a detener los libros llenos de embustes, suerte que corrieron tanto el Quijote como El lazarillo de Tormes.
Sin embargo, prohibir leer ha sido siempre el mejor acicate para la curiosidad, que se convierte en un acto de desafío y, por tanto, de libertad
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