Las elecciones se pueden diferenciar desde dos distintas perspectivas: una primera es la que se refiere a los diferentes niveles de gobierno en que se divide un país (nacional, estatal o local). En ellos se eligen autoridades diversas bajo sistemas distintos, que al considerar dos elementos adicionales, la naturaleza del Estado (unitario o federal) y del sistema legislativo (unicameral o bicameral), aumentan el número de variantes. Una segunda diferenciación esencial es la que tiene que ver con el hecho de que los cargos en disputa sean unipersonales o pluripersonales.
Esta diferenciación es indispensable para analizar el funcionamiento y el desempeño de los sistemas de gobierno en donde la conjunción entre los efectos producidos por las elecciones presidenciales y legislativas tiene una importancia crucial. Desgraciadamente, tiende a ser minimizada al punto de que la definición más empleada de sistema electoral sea la más elemental, la de convertir votos en escaños.
Sobre esta base, el repertorio de sistemas para integrar un cargo unipersonal es limitado y sólo puede producir un ganador entre los diversos contendientes, o dos en ciertos casos, cuando a la par del presidente se elige un vicepresidente, una sola fórmula ganadora.
Cuando la elección entraña la conformación o renovación de un órgano colegiado, el repertorio de opciones es más amplio, y su integración se puede guiar por distintos objetivos políticos, que no necesariamente se pueden conciliar en la práctica. Por una parte, garantizar una mayor proporcionalidad; por otra, procurar que el partido con el mayor número de votos sea recompensado con los escaños necesarios para obtener una mayoría parlamentaria que le permita gobernar sin que le resulte imperativo algún tipo de acuerdo o respaldo del resto de las fuerzas políticas (opositoras).
Estos dos objetivos son los que más han captado los imaginarios académico, político y público, y guiado los debates e iniciativas en la materia, pero no son los únicos que se han tratado de impulsar o asegurar en el diseño y operación de los sistemas electorales. Mientras que el objetivo de confeccionar un sistema electoral que arroje resultados más o menos proporcionales no comporta una tarea tan compleja, producir un gobierno de mayoría puede plantear serios desafíos que podrían terminar por imponerle serias restricciones al logro del objetivo deseado, no por la falta de instrumental normativo o procedimental, sino porque su concreción puede exigir complicados arreglos políticos.
El proceso de diseño y evaluación de los sistemas electorales para integrar órganos colegiados no sólo queda abierto a un abanico más amplio de posibilidades, sino que, además, dispone de un instrumental mayor y de más variantes que pueden hacer más complejos su arreglo .
En su acepción más elemental, los sistemas electorales convierten los votos emitidos en la elección general en escaños o cargos ganados por partidos y candidatos. Sus variables claves son la fórmula electoral utilizada (por ejemplo si se utiliza un sistema de pluralidad/mayoría, uno proporcional, uno mixto o algún otro y qué fórmula matemática es utilizada para calcular la distribución de escaños), la estructura de la papeleta de votación (por ejemplo si el elector vota por un candidato o un partido y si sólo puede hacer una selección o puede manifestar distintas preferencias) y la magnitud del distrito (no cuántos electores viven en un distrito, sino cuántos representantes a la legislatura se eligen en ese distrito).
También se debe subrayar que, aunque esta área temática no se enfoca en el tratamiento de los aspectos administrativos de las elecciones (como la distribución de los sitios de votación, la postulación de candidatos, el registro de electores, etc.), estos aspectos son de gran importancia y que en ocasiones pueden socavarse las posibles ventajas derivadas de la selección de un determinado sistema electoral a menos que se les ponga la debida atención. El diseño de un sistema electoral también afecta otros componentes de la legislación electoral: la forma en que se delimitan las demarcaciones electorales, en que se registran los electores, en que se diseñan las papeletas de votación, en que se cuentan los votos y muchos otros aspectos del proceso electoral.
La selección de un sistema electoral es una de las decisiones institucionales más importantes para cualquier democracia. Casi en todos los casos, la selección de un determinado sistema electoral tiene efectos profundos para el futuro de la vida política del país y, una vez adoptado, suele mantenerse estable por largo tiempo en la medida en que se cristalizan a su alrededor intereses políticos y el propio sistema responde a los estímulos que se le presentan. Si bien en los últimos tiempos se ha vuelto común el diseño consciente de los sistemas electorales, tradicionalmente que esto ocurriera, es decir, que se seleccionara de manera consciente y deliberada, era muy poco usual.
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Las elecciones se pueden diferenciar desde dos distintas perspectivas: una primera es la que se refiere a los diferentes niveles de gobierno en que se divide un país (nacional, estatal o local). En ellos se eligen autoridades diversas bajo sistemas distintos, que al considerar dos elementos adicionales, la naturaleza del Estado (unitario o federal) y del sistema legislativo (unicameral o bicameral), aumentan el número de variantes. Una segunda diferenciación esencial es la que tiene que ver con el hecho de que los cargos en disputa sean unipersonales o pluripersonales.
Esta diferenciación es indispensable para analizar el funcionamiento y el desempeño de los sistemas de gobierno en donde la conjunción entre los efectos producidos por las elecciones presidenciales y legislativas tiene una importancia crucial. Desgraciadamente, tiende a ser minimizada al punto de que la definición más empleada de sistema electoral sea la más elemental, la de convertir votos en escaños.
Sobre esta base, el repertorio de sistemas para integrar un cargo unipersonal es limitado y sólo puede producir un ganador entre los diversos contendientes, o dos en ciertos casos, cuando a la par del presidente se elige un vicepresidente, una sola fórmula ganadora.
Cuando la elección entraña la conformación o renovación de un órgano colegiado, el repertorio de opciones es más amplio, y su integración se puede guiar por distintos objetivos políticos, que no necesariamente se pueden conciliar en la práctica. Por una parte, garantizar una mayor proporcionalidad; por otra, procurar que el partido con el mayor número de votos sea recompensado con los escaños necesarios para obtener una mayoría parlamentaria que le permita gobernar sin que le resulte imperativo algún tipo de acuerdo o respaldo del resto de las fuerzas políticas (opositoras).
Estos dos objetivos son los que más han captado los imaginarios académico, político y público, y guiado los debates e iniciativas en la materia, pero no son los únicos que se han tratado de impulsar o asegurar en el diseño y operación de los sistemas electorales. Mientras que el objetivo de confeccionar un sistema electoral que arroje resultados más o menos proporcionales no comporta una tarea tan compleja, producir un gobierno de mayoría puede plantear serios desafíos que podrían terminar por imponerle serias restricciones al logro del objetivo deseado, no por la falta de instrumental normativo o procedimental, sino porque su concreción puede exigir complicados arreglos políticos.
El proceso de diseño y evaluación de los sistemas electorales para integrar órganos colegiados no sólo queda abierto a un abanico más amplio de posibilidades, sino que, además, dispone de un instrumental mayor y de más variantes que pueden hacer más complejos su arreglo .
En su acepción más elemental, los sistemas electorales convierten los votos emitidos en la elección general en escaños o cargos ganados por partidos y candidatos. Sus variables claves son la fórmula electoral utilizada (por ejemplo si se utiliza un sistema de pluralidad/mayoría, uno proporcional, uno mixto o algún otro y qué fórmula matemática es utilizada para calcular la distribución de escaños), la estructura de la papeleta de votación (por ejemplo si el elector vota por un candidato o un partido y si sólo puede hacer una selección o puede manifestar distintas preferencias) y la magnitud del distrito (no cuántos electores viven en un distrito, sino cuántos representantes a la legislatura se eligen en ese distrito).
También se debe subrayar que, aunque esta área temática no se enfoca en el tratamiento de los aspectos administrativos de las elecciones (como la distribución de los sitios de votación, la postulación de candidatos, el registro de electores, etc.), estos aspectos son de gran importancia y que en ocasiones pueden socavarse las posibles ventajas derivadas de la selección de un determinado sistema electoral a menos que se les ponga la debida atención. El diseño de un sistema electoral también afecta otros componentes de la legislación electoral: la forma en que se delimitan las demarcaciones electorales, en que se registran los electores, en que se diseñan las papeletas de votación, en que se cuentan los votos y muchos otros aspectos del proceso electoral.
La selección de un sistema electoral es una de las decisiones institucionales más importantes para cualquier democracia. Casi en todos los casos, la selección de un determinado sistema electoral tiene efectos profundos para el futuro de la vida política del país y, una vez adoptado, suele mantenerse estable por largo tiempo en la medida en que se cristalizan a su alrededor intereses políticos y el propio sistema responde a los estímulos que se le presentan. Si bien en los últimos tiempos se ha vuelto común el diseño consciente de los sistemas electorales, tradicionalmente que esto ocurriera, es decir, que se seleccionara de manera consciente y deliberada, era muy poco usual.