En este año del Bicentenario, reflexionar sobre el proceso de construcción del Estado mexicano es hacerlo sobre los componentes de su identidad nacional. En este contexto, la cuestión religiosa se presenta como un factor explicativo relevante. En su bastimento, el nacionalismo de Estado encontró en la institución eclesiástica un obstáculo notable. Especialmente, porque se había consolidado como una comunidad transhistórica, esencial, más allá y al margen de lo político. Un polo de resistencia capaz de generar adhesión y proporcionar identidad a las bases sociales. Desde 1821 a 1917, el trasvase de legitimidades desde instituciones religiosas a políticas supuso una evolución compleja. El saldo revolucionario implicó la instauración de un modelo laico y por tanto el apartamiento de las creencias religiosas de la esfera pública. Tras la reforma de 1992, la adopción de la laicidad como elemento imprescindible del pluralismo democrático ha favorecido cierta reinterpretación del sistema, acorde con las exigencias de la legislación internacional. Para el Episcopado Mexicano, 2010 ha servido como ocasión para ofrecer una visión alternativa de la historia oficial. Una interacción Iglesia–Estado cuyas aristas explican en buena medida los procesos de cambio político en el México contemporáneo.
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En este año del Bicentenario, reflexionar sobre el proceso de construcción del Estado mexicano es hacerlo sobre los componentes de su identidad nacional. En este contexto, la cuestión religiosa se presenta como un factor explicativo relevante. En su bastimento, el nacionalismo de Estado encontró en la institución eclesiástica un obstáculo notable. Especialmente, porque se había consolidado como una comunidad transhistórica, esencial, más allá y al margen de lo político. Un polo de resistencia capaz de generar adhesión y proporcionar identidad a las bases sociales. Desde 1821 a 1917, el trasvase de legitimidades desde instituciones religiosas a políticas supuso una evolución compleja. El saldo revolucionario implicó la instauración de un modelo laico y por tanto el apartamiento de las creencias religiosas de la esfera pública. Tras la reforma de 1992, la adopción de la laicidad como elemento imprescindible del pluralismo democrático ha favorecido cierta reinterpretación del sistema, acorde con las exigencias de la legislación internacional. Para el Episcopado Mexicano, 2010 ha servido como ocasión para ofrecer una visión alternativa de la historia oficial. Una interacción Iglesia–Estado cuyas aristas explican en buena medida los procesos de cambio político en el México contemporáneo.