El 25 de mayo de 1911 un Porfirio Díaz avejentado y triste renunció a la presidencia de México para exiliarse en París, absolutamente convencido de que dejaba un país mejor que aquél de 1877, cuando ocupó el cargo por primera vez.
En el centenario de su renuncia al poder, historiadores hacen un recuento del legado del presidente que permaneció 27 años ininterrumpidos en la silla presidencial.
El historiador Javier Garciadiego asegura que “ Porfirio Díaz pensó que dejaba un país en paz”, pues durante su niñez y adolescencia había sido testigo de los estragos de la Guerra con Estados Unidos y la intervención francesa, que dejaron al país en la miseria.
“Él había vivido, participado incluso, en los conflictos internacionales, por eso cuando llega al poder lo primero que hace es buscar el restablecimiento de relaciones con Europa, con Francia, con Inglaterra, incluso con Estados Unidos”, dice el también presidente de El Colegio de México.
Al analizar el legado del controvertido caudillo en el centenario de su renuncia, Garciadiego advierte que es necesario entender el contexto: “El envejecido Porifiro Díaz no había diseñado una mecánica sucesoria y fue un gobernante del siglo XIX, muy hábil para manejarse entre hacendados y campesinos pero no entendió nunca el México del siglo XX, que él mismo había definido: El México industrial, urbano, con clases medias, con obreros”.
En cuanto a lo que sí se puede rescatar de sus periodos presidenciales, — Porfirio Díaz gobernó de manera ininterrumpida del 1º de diciembre de 1884 al 25 de mayo de 1911 — la doctora en historia y profesora de la UNAM, Josefina MacGregor, explica que Díaz fomentó el fortalecimiento de un poder central que permitió reconstruir un país en ruinas.
“Lo que Porfirio Díaz recibe es un país en crisis política y económica”, explica la académica. “Una de las cosas más importantes que deja es la reconciliación de los grupos sociales. Con el lenguaje actual diríamos que se ocupa de cicatrizar las lesiones políticas que se habían dado. Busca la conciliación y va a permitir que el estado nacional se consolide”.
El académico del Colmex coincide: “Recibe un país desintegrado, muy débil, en constante rebelión, en guerras, con una situación económica muy difícil y entregó un país más integrado, más comunicado, en paz, con cierta visión económica”.
Otro acierto de Díaz en la misma tesitura fue que apartó el riesgo de polarizar al país por motivos religiosos. “Díaz dice que no debe haber ningún principio religioso que escinda al país, a diferencia de Juárez y a diferencia de Lerdo es mucho más tolerante con las prácticas religiosas de los mexicanos, dice ‘no volvamos a tener una guerra por motivos religiosos’. Eso es un acercamiento, una posición de estadista muy apreciable”, opina Garciadiego.
Pero el legado más concreto que podemos ver es la urbanización que se llevó a cabo con la intención de apartar a México del atraso a nivel internacional.
“Destacaría mucho la urbanización y la higienización. Aquí es donde empiezan a aparecer los grandes hospitales, la preocupación por la salud. Todavía el estado no se hace responsable de esta parte pero ya empiezan a preocuparse. Por ejemplo en el caso de la Ciudad de México está la creación del Hospital General como una obra verdaderamente impresionante de principios de Siglo XX o la Castañeda , el manicomio que se inaugura en 1910 como parte de los festejos del Centenario de la Independencia”, apunta Josefina MacGregor.
Añade que, después de un siglo entero en que casi no hubo construcción, en la época porfiriana hay edificios muy importantes como el de Correo Mayor, el inicio de Bellas Artes, el Palacio de Comunicaciones (ahora el Museo Nacional de las Artes) o el diseño de colonias destinadas a obreros como la Guerrero, la colonia Vallejo o la Santa María La Ribera; o bien destinadas a grupos sociales más altos como podrían ser la Roma y la Juárez. “Estas colonias que ya están bajo un diseño con calles anchas, que hay árboles, la posibilidad de iluminación, de escuelas, mercados, toda una idea moderna del centro urbano”, detalla la historiadora.
El 25 de mayo de 1911 un Porfirio Díaz avejentado y triste renunció a la presidencia de México para exiliarse en París, absolutamente convencido de que dejaba un país mejor que aquél de 1877, cuando ocupó el cargo por primera vez.
En el centenario de su renuncia al poder, historiadores hacen un recuento del legado del presidente que permaneció 27 años ininterrumpidos en la silla presidencial.
El historiador Javier Garciadiego asegura que “ Porfirio Díaz pensó que dejaba un país en paz”, pues durante su niñez y adolescencia había sido testigo de los estragos de la Guerra con Estados Unidos y la intervención francesa, que dejaron al país en la miseria.
“Él había vivido, participado incluso, en los conflictos internacionales, por eso cuando llega al poder lo primero que hace es buscar el restablecimiento de relaciones con Europa, con Francia, con Inglaterra, incluso con Estados Unidos”, dice el también presidente de El Colegio de México.
Al analizar el legado del controvertido caudillo en el centenario de su renuncia, Garciadiego advierte que es necesario entender el contexto: “El envejecido Porifiro Díaz no había diseñado una mecánica sucesoria y fue un gobernante del siglo XIX, muy hábil para manejarse entre hacendados y campesinos pero no entendió nunca el México del siglo XX, que él mismo había definido: El México industrial, urbano, con clases medias, con obreros”.
En cuanto a lo que sí se puede rescatar de sus periodos presidenciales, — Porfirio Díaz gobernó de manera ininterrumpida del 1º de diciembre de 1884 al 25 de mayo de 1911 — la doctora en historia y profesora de la UNAM, Josefina MacGregor, explica que Díaz fomentó el fortalecimiento de un poder central que permitió reconstruir un país en ruinas.
“Lo que Porfirio Díaz recibe es un país en crisis política y económica”, explica la académica. “Una de las cosas más importantes que deja es la reconciliación de los grupos sociales. Con el lenguaje actual diríamos que se ocupa de cicatrizar las lesiones políticas que se habían dado. Busca la conciliación y va a permitir que el estado nacional se consolide”.
El académico del Colmex coincide: “Recibe un país desintegrado, muy débil, en constante rebelión, en guerras, con una situación económica muy difícil y entregó un país más integrado, más comunicado, en paz, con cierta visión económica”.
Otro acierto de Díaz en la misma tesitura fue que apartó el riesgo de polarizar al país por motivos religiosos. “Díaz dice que no debe haber ningún principio religioso que escinda al país, a diferencia de Juárez y a diferencia de Lerdo es mucho más tolerante con las prácticas religiosas de los mexicanos, dice ‘no volvamos a tener una guerra por motivos religiosos’. Eso es un acercamiento, una posición de estadista muy apreciable”, opina Garciadiego.
Pero el legado más concreto que podemos ver es la urbanización que se llevó a cabo con la intención de apartar a México del atraso a nivel internacional.
“Destacaría mucho la urbanización y la higienización. Aquí es donde empiezan a aparecer los grandes hospitales, la preocupación por la salud. Todavía el estado no se hace responsable de esta parte pero ya empiezan a preocuparse. Por ejemplo en el caso de la Ciudad de México está la creación del Hospital General como una obra verdaderamente impresionante de principios de Siglo XX o la Castañeda , el manicomio que se inaugura en 1910 como parte de los festejos del Centenario de la Independencia”, apunta Josefina MacGregor.
Añade que, después de un siglo entero en que casi no hubo construcción, en la época porfiriana hay edificios muy importantes como el de Correo Mayor, el inicio de Bellas Artes, el Palacio de Comunicaciones (ahora el Museo Nacional de las Artes) o el diseño de colonias destinadas a obreros como la Guerrero, la colonia Vallejo o la Santa María La Ribera; o bien destinadas a grupos sociales más altos como podrían ser la Roma y la Juárez. “Estas colonias que ya están bajo un diseño con calles anchas, que hay árboles, la posibilidad de iluminación, de escuelas, mercados, toda una idea moderna del centro urbano”, detalla la historiadora.