En los albores de un nuevo siglo, creemos que toda sociedad debe plantearse algunas preguntas. ¿Es ésta suficientemente integradora? ¿Está en ella excluida la discriminación? ¿Son sus normas de comportamiento conformes con los principios consagrados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos?
No han desaparecido el racismo, la discriminación racial, la xenofobia y otras formas de intolerancia. Reconocemos que aún persisten en el nuevo siglo, y su persistencia está enraizada en el temor: temor a lo diferente, temor del uno al otro, temor a la pérdida de la seguridad personal. Al mismo tiempo que reconocemos que el temor humano es en sí mismo imposible de erradicar, estamos convencidos de que sus consecuencias sí pueden ser erradicadas.
Todos los seres humanos constituimos una sola familia. Esta verdad ha quedado evidentemente establecida tras la primera descripción completa del genoma humano, un logro extraordinario que no sólo reafirma nuestra humanidad común; sino que promete transformaciones en el pensamiento y en las prácticas científicas, así como en las aspiraciones que para sí puede abrigar nuestra especie. Esto nos alienta hacia el pleno ejercicio de nuestro espíritu humano, hacia un nuevo despertar de todas las capacidades inventivas creativas, y morales, realzando la participación equitativa de hombres y mujeres. Solo entonces, el siglo veintiuno podría ser una era de logros genuinos y de paz.
Debemos esforzarnos por tener presente esta gran posibilidad. En vez de permitir que la diversidad de razas y culturas se convierta en un factor limitativo del intercambio y del desarrollo humano, demos una nueva orientación a nuestro entendimiento, distingamos en esta diversidad el potencial que nos lleve al enriquecimiento mutuo, y aceptando que es este intercambio entre las grandes tradiciones de la espiritualidad humana, el que nos ofrece las mejores perspectivas para la pervivencia de nuestro propio espíritu. Durante mucho tiempo esta diversidad ha sido tomada como una amenaza y no como un don. También, muy a menudo, dicha amenaza ha sido expresada en el menosprecio y el conflicto racial, en la exclusión, la discriminación y la intolerancia.
Los preparativos para la Conferencia Mundial de las Naciones Unidas contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y otras Formas Conexas de Intolerancia, que se celebrará en Sudáfrica en septiembre de 2001, ofrecen la oportunidad para valorar hasta donde hemos llegado a realizar las aspiraciones de los tres Decenios de las Naciones Unidas contra el racismo. Los horrores del racismo - desde la esclavitud al holocausto, del apartheid a la limpieza étnica - han infligido profundas heridas en las víctimas y degradado al perpetrador. Estos horrores permanecen aún entre nosotros bajo diversas formas. Es hora de enfrentarlos y tomar las medidas adecuadas en contra de ellos.
La Conferencia Mundial debería adoptar una declaración y un plan de acción que provean las normas, las estructuras y los remedios - en esencia, la cultura - para garantizar el completo reconocimiento de la dignidad y la igualdad de todos, y el pleno respeto de sus derechos humanos.
Durante el próximo año nos comprometemos a buscar esa conversión de la mente y del corazón. Lo que anhelamos para todo hombre, mujer y niño es una existencia en la cual el ejercicio de las dotes individuales y los derechos personales, quede confirmada por una solidaridad dinámica de nuestra pertenencia a esa sola familia que constituye la humanidad.
En los albores de un nuevo siglo, creemos que toda sociedad debe plantearse algunas preguntas. ¿Es ésta suficientemente integradora? ¿Está en ella excluida la discriminación? ¿Son sus normas de comportamiento conformes con los principios consagrados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos?
No han desaparecido el racismo, la discriminación racial, la xenofobia y otras formas de intolerancia. Reconocemos que aún persisten en el nuevo siglo, y su persistencia está enraizada en el temor: temor a lo diferente, temor del uno al otro, temor a la pérdida de la seguridad personal. Al mismo tiempo que reconocemos que el temor humano es en sí mismo imposible de erradicar, estamos convencidos de que sus consecuencias sí pueden ser erradicadas.
Todos los seres humanos constituimos una sola familia. Esta verdad ha quedado evidentemente establecida tras la primera descripción completa del genoma humano, un logro extraordinario que no sólo reafirma nuestra humanidad común; sino que promete transformaciones en el pensamiento y en las prácticas científicas, así como en las aspiraciones que para sí puede abrigar nuestra especie. Esto nos alienta hacia el pleno ejercicio de nuestro espíritu humano, hacia un nuevo despertar de todas las capacidades inventivas creativas, y morales, realzando la participación equitativa de hombres y mujeres. Solo entonces, el siglo veintiuno podría ser una era de logros genuinos y de paz.
Debemos esforzarnos por tener presente esta gran posibilidad. En vez de permitir que la diversidad de razas y culturas se convierta en un factor limitativo del intercambio y del desarrollo humano, demos una nueva orientación a nuestro entendimiento, distingamos en esta diversidad el potencial que nos lleve al enriquecimiento mutuo, y aceptando que es este intercambio entre las grandes tradiciones de la espiritualidad humana, el que nos ofrece las mejores perspectivas para la pervivencia de nuestro propio espíritu. Durante mucho tiempo esta diversidad ha sido tomada como una amenaza y no como un don. También, muy a menudo, dicha amenaza ha sido expresada en el menosprecio y el conflicto racial, en la exclusión, la discriminación y la intolerancia.
Los preparativos para la Conferencia Mundial de las Naciones Unidas contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y otras Formas Conexas de Intolerancia, que se celebrará en Sudáfrica en septiembre de 2001, ofrecen la oportunidad para valorar hasta donde hemos llegado a realizar las aspiraciones de los tres Decenios de las Naciones Unidas contra el racismo. Los horrores del racismo - desde la esclavitud al holocausto, del apartheid a la limpieza étnica - han infligido profundas heridas en las víctimas y degradado al perpetrador. Estos horrores permanecen aún entre nosotros bajo diversas formas. Es hora de enfrentarlos y tomar las medidas adecuadas en contra de ellos.
La Conferencia Mundial debería adoptar una declaración y un plan de acción que provean las normas, las estructuras y los remedios - en esencia, la cultura - para garantizar el completo reconocimiento de la dignidad y la igualdad de todos, y el pleno respeto de sus derechos humanos.
Durante el próximo año nos comprometemos a buscar esa conversión de la mente y del corazón. Lo que anhelamos para todo hombre, mujer y niño es una existencia en la cual el ejercicio de las dotes individuales y los derechos personales, quede confirmada por una solidaridad dinámica de nuestra pertenencia a esa sola familia que constituye la humanidad.