Cuando en 1980 se estrenó Mad Max, la hipótesis de un futuro apocalíptico en el que la escasez de combustible ponía el mundo patas arriba no parecía ciencia ficción. Aquel Mel Gibson pasando penurias en la carretera reflejaba los miedos de un mundo real en vilo por el precio de la energía disparado, los pozos de Irán e Irak en llamas por la guerra y el decreto de restricciones.
Sin embargo, Mad Max se equivocaba. El último barril de petróleo que se queme en el planeta no costará millones, valdrá cero. Y no será el último porque se acabe, sino porque el siguiente nadie lo querrá.
Preocuparse por cuándo se acabará el petróleo es muy del siglo XX. En el XXI la nueva duda es cuánto tiempo más querremos seguir utilizándolo.
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Cuando en 1980 se estrenó Mad Max, la hipótesis de un futuro apocalíptico en el que la escasez de combustible ponía el mundo patas arriba no parecía ciencia ficción. Aquel Mel Gibson pasando penurias en la carretera reflejaba los miedos de un mundo real en vilo por el precio de la energía disparado, los pozos de Irán e Irak en llamas por la guerra y el decreto de restricciones.
Sin embargo, Mad Max se equivocaba. El último barril de petróleo que se queme en el planeta no costará millones, valdrá cero. Y no será el último porque se acabe, sino porque el siguiente nadie lo querrá.
Preocuparse por cuándo se acabará el petróleo es muy del siglo XX. En el XXI la nueva duda es cuánto tiempo más querremos seguir utilizándolo.