En la ficción literaria se suele distinguir entre el discurso del narrador y el discurso de los personajes. Tanto el hablar del narrador como el de los personajes se encuadran en un proceso marcado por convenciones conocidas por el lector. Es decir, el lector a las convenciones propias del diálogo “real” ha de sumar las propias de lo literario –por ejemplo la reproducción en estilo directo, los signos que suplen lo gestual–. La competencia del lector permitirá contrastar el valor estilístico de los diálogos contenidos en una obra. Así, en el diálogo entre Ana Ozores y Don Fermín de Pas, en el capítulo XXIV de La Regenta cuando discuten la conveniencia o no de ir al baile del Casino y el traje que la Regenta ha de llevar, el lector ha de utilizar sus conocimientos pragmáticos, conocer el universo mental en el que se sitúa el diálogo, como si se tratase de un diálogo real y no ficcional y, a la vez, situarse en la ficción para captar los valores estilísticos y el entramado de relaciones de esa ficción. Veamos el texto de Clarín.
–Pero, ¿y si él se empeña en que vaya?
–Es muy débil... si insistimos, cederá.
–¿Y si no cede, si se obstina?
–Pero, ¿por qué?
–Porque... es así. No sé quién se lo ha metido por la cabeza, dice que le pongo en ridículo si no voy... Y nos alude... habla del que tiene la culpa de esto... dice que él no es amo de su casa, que se la gobiernan desde fuera... Y después, que la Marquesa está ya algo fría con nosotros por causa de tantos desaires... ¡qué sé yo!
–Bien, pues si todavía se obstina... entonces... tendremos que ir a ese baile dichoso. No hay que enfadarle. Al fin es quien es. Y el otro ¿anda con él? ¿Tan amigotes siempre?
–Ya se sabe que a casa no le lleva...
–¿Y es de etiqueta el baile?
–Creo... que sí...
–¿Hay que ir escotada?
–Ps... no. Aquí la etiqueta es para los hombres. Ellas van como quieren; algunas completamente subidas.
–Nosotros iremos... subidos ¿eh?
–Sí, es claro... ¿Cuándo toca la catedral? ¿Pasado? Pues pasado iré a la capilla con el vestido que he de llevar al baile.
–¿Cómo puede ser eso?...
–Siendo... son cosas de mujer, señor curioso. El cuerpo se separa de la falda... y como pienso ir obscura... puedo llevar el cuerpo a confesar... y veremos el cuello al levantar la mantilla. Y quedaremos satisfechos.
–Así lo espero.
Don Fermín quedó satisfecho del vestido, aunque no de que fuéramos al baile. El vestido, según pudo entrever acercando los ojos a la celosía del confesionario, era bastante subido, no dejaba ver más que un ángulo del pecho en que apenas cabía la cruz de brillantes, que Ana llevó también a la Iglesia para que se viera cómo hacía el conjunto.
Y la Regenta fue al baile del Casino, porque como ella esperaba, don Víctor se empeñó «en que se fuera, y se fue».
Leopoldo Alas “Clarín”, La Regenta,
El diálogo en la narración es un elemento más al servicio de la ficción, que hará avanzar ésta en el sentido elegido por el autor. En todo caso, siempre supone una ruptura del hilo narrativo y contribuye a imprimir un determinado ritmo al relato. Las palabras de los personajes se han de insertar en el discurso del narrador, se trata de citar las palabras de alguien, de reproducir un discurso distinto al del narrador y esto puede hacerse de distintos modos. La elección de uno u otro procedimiento de cita es ya una elección estilística y marca la distancia del narrador respecto del personaje.
En la ficción literaria se suele distinguir entre el discurso del narrador y el discurso de los personajes. Tanto el hablar del narrador como el de los personajes se encuadran en un proceso marcado por convenciones conocidas por el lector. Es decir, el lector a las convenciones propias del diálogo “real” ha de sumar las propias de lo literario –por ejemplo la reproducción en estilo directo, los signos que suplen lo gestual–. La competencia del lector permitirá contrastar el valor estilístico de los diálogos contenidos en una obra. Así, en el diálogo entre Ana Ozores y Don Fermín de Pas, en el capítulo XXIV de La Regenta cuando discuten la conveniencia o no de ir al baile del Casino y el traje que la Regenta ha de llevar, el lector ha de utilizar sus conocimientos pragmáticos, conocer el universo mental en el que se sitúa el diálogo, como si se tratase de un diálogo real y no ficcional y, a la vez, situarse en la ficción para captar los valores estilísticos y el entramado de relaciones de esa ficción. Veamos el texto de Clarín.
–Pero, ¿y si él se empeña en que vaya?
–Es muy débil... si insistimos, cederá.
–¿Y si no cede, si se obstina?
–Pero, ¿por qué?
–Porque... es así. No sé quién se lo ha metido por la cabeza, dice que le pongo en ridículo si no voy... Y nos alude... habla del que tiene la culpa de esto... dice que él no es amo de su casa, que se la gobiernan desde fuera... Y después, que la Marquesa está ya algo fría con nosotros por causa de tantos desaires... ¡qué sé yo!
–Bien, pues si todavía se obstina... entonces... tendremos que ir a ese baile dichoso. No hay que enfadarle. Al fin es quien es. Y el otro ¿anda con él? ¿Tan amigotes siempre?
–Ya se sabe que a casa no le lleva...
–¿Y es de etiqueta el baile?
–Creo... que sí...
–¿Hay que ir escotada?
–Ps... no. Aquí la etiqueta es para los hombres. Ellas van como quieren; algunas completamente subidas.
–Nosotros iremos... subidos ¿eh?
–Sí, es claro... ¿Cuándo toca la catedral? ¿Pasado? Pues pasado iré a la capilla con el vestido que he de llevar al baile.
–¿Cómo puede ser eso?...
–Siendo... son cosas de mujer, señor curioso. El cuerpo se separa de la falda... y como pienso ir obscura... puedo llevar el cuerpo a confesar... y veremos el cuello al levantar la mantilla. Y quedaremos satisfechos.
–Así lo espero.
Don Fermín quedó satisfecho del vestido, aunque no de que fuéramos al baile. El vestido, según pudo entrever acercando los ojos a la celosía del confesionario, era bastante subido, no dejaba ver más que un ángulo del pecho en que apenas cabía la cruz de brillantes, que Ana llevó también a la Iglesia para que se viera cómo hacía el conjunto.
Y la Regenta fue al baile del Casino, porque como ella esperaba, don Víctor se empeñó «en que se fuera, y se fue».
Leopoldo Alas “Clarín”, La Regenta,
El diálogo en la narración es un elemento más al servicio de la ficción, que hará avanzar ésta en el sentido elegido por el autor. En todo caso, siempre supone una ruptura del hilo narrativo y contribuye a imprimir un determinado ritmo al relato. Las palabras de los personajes se han de insertar en el discurso del narrador, se trata de citar las palabras de alguien, de reproducir un discurso distinto al del narrador y esto puede hacerse de distintos modos. La elección de uno u otro procedimiento de cita es ya una elección estilística y marca la distancia del narrador respecto del personaje.